En algunos comentarios que se han repetido en estos días de conmemoración del Bicentenario de Colombia y sobre las guerras de Bolívar, se dice que gran parte de la población de Hispanoamérica no estaba a favor de la Independencia y esto en vez de menoscabar la figura del Libertador, la agiganta.
Puesto que no todos estaban al tanto de la situación desastrosa en lo económico del Imperio Español, que venía sufriendo un debilitamiento gradual e implacable desde la pérdida de la Armada Invencible de Felipe II, los efectos de la decadencia, después del papel grandioso que había cumplido en el mundo España, para caer por cuenta de la crisis que provocó el arribo del oro americano no solamente en los precios, sino que afectó la mentalidad en la población en el sentido de dejar de consagrar sus esfuerzos al trabajo, para confiar en alguna suerte de lotería proveniente de la abundancia de los metales en nuestra región.
Gran parte de la población de España y del Nuevo Mundo se convierte en parasitaria y no confía en sí misma para trabajar y hacer fortuna, lo que se agrava por cuenta del modelo social dividido en castas, lo que marca un fuerte contraste con las 13 colonias del Norte de América. Algunos consideran que se debe actuar en política apenas cuando todas las condiciones están a su favor, lo que casi nunca se da.
En tanto el Libertador agarra al vuelo la oportunidad de libertar a Venezuela, donde lucha en las condiciones más adversas, e incluso cuando todo parece perdido. Eso es lo que lo determina que, al desplomarse la Primera República de Venezuela, saliera del país a ofrecer en la Nueva Granada su espada para seguir la lucha, donde renuncia al mando militar cuando en Cartagena se niegan a entregarle el parque militar y apoyarlo en la empresa de liberar a Santa Marta, de donde sigue para Jamaica, para solicitar ayuda internacional en su lucha y seguir a Haití, como a partir después de Boyacá y a las volandas a liberar Ecuador y Perú.
En medio de esa lucha esforzada y marcada por triunfos, desengaños y derrotas, su voluntad no flaquea jamás, su obsesión es la victoria. Esa condición humana exaltada por una voluntad inquebrantable similar a la que tuvieron los conquistadores españoles cuando la gesta de explorar el Nuevo Mundo, es la que lleva a Unamuno a calificar a Bolívar como el representante genuino de las virtudes hispánicas del carácter y la inteligencia.
Los que comparan las guerras europeas con la de Independencia desconocen que la cantidad de combatientes en nuestra región estaba limitada por las circunstancias y el nivel de desarrollos social, pese a los cual el Libertador Simón Bolívar participa en 472 combates, según cifra que estableció el general Briceño y que concuerda con los datos de los expertos en historia militar. En sus guerras pierden la vida 596.084 combatientes.
Como se comprueba al leer los discursos del Libertador, el de Angostura y otros, como sus cartas políticas, en el plano de las ideas es precursor del modelo republicano de Estado fuerte, que considera esencial para establecer el nuevo orden y un nuevo régimen de corte conservador, por supuesto más a la derecha que el conservatismo partidista posterior de los partidos políticos colombianos o venezolanos y del Ecuador. En la carta de Jamaica, condensa su visión del destino de nuestros países. Su partido político era el del orden y la unidad de la Gran Colombia. Bolívar tenía el golpe de vista del genio y reconocía el talento en cuantos se topaba en la lucha.
Al llegar a Bogotá, después de Boyacá, según cuenta Alejandro Barrientos, sus movimientos eran airosos y desembozados, vestía casaca de paño negro, de la llamada cola de pajarito, calzón de cambrún blanco, botas de caballería, corbatín de cuero y morrión de lo mismo. No visitaba Bogotá desde 1814 y saluda a un gran número de los sobrevivientes de la reconquista por su nombre y apellidos y pregunta uno a uno por sus amigos como Camilo Torres y el dictador Manuel Bernardo Álvarez. Las gentes se sorprendían de su memoria prodigiosa.
Resulta vergonzosa la actitud de los supuestos historiadores de nuestros días que sostienen que se deben celebrar los 200 años de Colombia, sin mencionar a Bolívar, al tiempo que se pretende omitir a los héroes venezolanos que contribuyeron con su heroísmo y sacrificio a liberar la Nueva Granada. Eso demuestra que no aprendieron nada en estos doscientos años de la hermandad de nuestros pueblos y de la trama del destino que une a venezolanos, colombianos, ecuatorianos y peruanos, incluso bolivianos, separados por fronteras artificiales, con tradiciones similares, y unidos en un mismo destino, también, con los pueblos del Cono Sur.
Política realista
Fuera de eso algunos “historiadores” suelen recoger la vieja consigna de los malquerientes de Bolívar, en el sentido que éste ha debido renunciar al poder después de Boyacá. Lo que habría significado que figurara como el más desinteresado de los próceres de esos tiempos. Al plantear eso, pretenden negar que sin el concurso del Libertador, sin su espada ni su capacidad de crear de la nada las instituciones de la democracia, la misma no se habría podido plantar en nuestro país y habríamos estado condenados a padecer a los caudillos bárbaros apoyados por las montoneras, como ocurrió en países vecinos durante el siglo XIX y parte del XX, con tendencia a caer en lo mismo en el siglo XXI.
La inteligencia política de Bolívar y su sentir aristocrático le permiten conocer la sociedad de los pueblos que libera y moverse como pez en el agua entre las ambiciones, intrigas y contradicciones de sus clases dirigentes. Se le facilita su misión por la persistencia en sus grandes objetivos políticos, la forma de gobierno unitaria que pretende y la voluntad política de forjar un Estado constitucionalmente fortalecido y con equilibrio de poderes, condición esencial para sustentar un nuevo orden. Él logra establecer la movilidad social en el ejército, donde recibe gentes de todas las condiciones sociales, incluso libertos, que prepara para ejercer el poder. Esa sería la más grande Universidad democrática que tuvo la Gran Colombia, donde apenas contaban los merecimientos, el heroísmo, la capacidad y el potencial de servicios al país.
Quienes no se cansan de decir que fue un dictador, olvidan que tenía un concepto romano de la dictadura, por lo que la misma debía ser un recurso excepcional y temporal por rescatar el orden. Por ello, tras el atentado septembrino conspiradores granadinos y venezolanos intentan asesinarlo como a Julio César, permite que el general Urdaneta encabece el juicio militar y ejecute a varios de los culpables para sentar un precedente y siempre pensando en restablecer la democracia en un pueblo que no estaba maduro para la misma, pero que debía seguir su destino.