Lágrimas rodaron por las mejillas del sacerdote Humberto Orozco el pasado 1º de octubre cuando pudo reabrir a los fieles las puertas de la iglesia a su cargo, Nuestra Señora de la Reconciliación, al occidente de Bogotá, que mantuvo cerradas durante seis meses debido a las restricciones por la pandemia del covid-19. Por primera vez durante los 33 años de su ejercicio sacerdotal tuvo que dejar en reposo unas semanas la estola, el cáliz y otros elementos de la liturgia debido a ese enemigo invisible, que a pesar de que hasta el momento ha cobrado la vida de 1,6 millones de personas en todo el mundo, no ha podido quebrantar la fe, en este caso la católica.
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El padre Orozco confesó a EL NUEVO SIGLO que “ese día lloré, se me vinieron las lágrimas al ver a la gente ahí, ya en el templo, apenas entré, y la gente también llorando de felicidad cuando fue a comulgar, tantos meses sin poder comulgar. Eso fue de parte y parte, de la comunidad, de las 40 personas que empezaron a entrar, pues eso fue también de llorar de la alegría, de encontrarnos nuevamente porque indudablemente nuestra fe no es virtual”.
Agregó el religioso que “nuestra fe es de persona a persona. Entonces eso fue una experiencia muy bonita, una experiencia también de fe porque es ver a la gente que viene llena de fe a la eucaristía y que lloraba era por eso, porque le estaba haciendo falta la celebración, la eucaristía, la oración, el templo”.
Precisamente la falta del contacto directo con los fieles de esta parroquia, a la que sirve desde hace un año, de escucharlos, de mirarlos a los ojos, fue lo más difícil en su labor pastoral para el padre Orozco Palomares durante la cuarentena que obligó a la gente a quedarse en sus casas.
Esta crisis afectó los grupos apostólicos que tiene la iglesia de Nuestra Señora de la Reconciliación pues no pudieron reunirse presencialmente, como los Monaguillos, los Jóvenes, la Legión de María, los Ministros Proclamadores, los Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión, entre otros.
Sin embargo el padre Orozco cuenta que ante esta adversidad decidieron encontrarse de manera virtual, con unos grupos apostólicos cada 8 días y con otros cada 15. “Fue una presencia con todos los grupos, gracias a Dios no descuidamos ninguno durante la pandemia”.
A pesar de que las puertas de esta iglesia permanecían cerradas, al igual que las demás de todo el país, la celebración de la eucaristía no dejó de hacerse todos los días. En un tiempo se empezó a llevar a cabo de manera virtual para que la comunidad de esa zona de la capital de la República pudiera también participar.
Incluso el padre Orozco tuvo que ingeniárselas en esta difícil época para atender otros servicios como la visita a los enfermos. “Lo que fue abril, mayo, junio, ahí sí nos abstuvimos totalmente, pero hicimos una labor por el celular, eso sí por las videollamadas porque sí hubo, de aquí de la parroquia, algunos enfermitos. Entonces hicimos las videollamadas con los familiares ahí al pie del enfermito. Yo rezándoles, haciéndoles oración de intercesión, todo aquí desde la casa cural”, explicó.
Desde el mes de julio para acá el sacerdote está visitando a los enfermos en sus casas para llevarles la comunión.
Es claro que en estos días de la pandemia el pan espiritual debe estar también acompañado del que es material. Por ello el padre Orozco gestionó mercados para ayudar a las personas de su comunidad más necesitadas de alimento. “A través del Banco de Alimentos, a través de la Diócesis, nos facilitaron mercados y aquí se repartieron en la parroquia a muchas personas”, indicó.
Incluso la pandemia no fue obstáculo para que este sacerdote huilense, del municipio de Timaná, administrara el sacramento de la confesión cuando no había podido abrir el templo, “lo hicimos durante esos meses más de pandemia. Me ideé aquí a la entrada de la casa cural una ventanillita pequeña, y ahí venía la gente a conversar, a pedir orientación y la confesión también”.
Paradójicamente, en lo personal, el tiempo libre obligado por la pandemia le permitió al padre Orozco aprovechar “más que todo en esos días de la cuarentena, primero para orar más, me quedó más tiempo para la oración personal, segundo para leer, para estudiar, y tercero para organizar los grupos apostólicos mejor en la parroquia”.
La nueva realidad
A partir del 1º de octubre pasado, después de que el Gobierno nacional levantara la cuarentena obligatoria y permitiera la reactivación de varios sectores, la misa volvió a ser presencial en la iglesia de Nuestra Señora de la Reconciliación, con un aforo limitado y el cumplimiento de otros protocolos de bioseguridad.
Como consecuencia también se ha reducido en esta iglesia el número de misas. “Aquí viene muchísima gente a la parroquia. Los domingos, por ejemplo, teníamos siete misas, cada misa lo mínimo que teníamos era 500 o 600 personas porque el templo es grande. Entonces reducirnos ahora cuando se pudo, que empezamos con 40 personas, pues es una cosa bastante fuerte que a la gente le ha golpeado muchísimo”, explicó el padre Orozco.
En este momento la Iglesia Nuestra Señora de la Reconciliación ofrece de lunes a sábado dos eucaristías, 7:30 a.m. y 6:30 p.m., con un aforo de 100 personas, con todos los protocolos de bioseguridad para prevenir la trasmisión del virus. “Todo lo de la inscripción es el día anterior, se les pide el nombre, el número de la cédula, la EPS, el número celular, y cuando vienen a la celebración la toma de temperatura, la desinfección del calzado, lo del antibacterial, las distancias”, advierte el religioso.
En tanto que el día domingo la parroquia está celebrando cinco misas, también con un aforo máximo de 100 personas.
En cuanto al futuro, el padre Humberto Orozco cree firmemente que el mundo va a superar esta pandemia “con la gracia de Dios, el esfuerzo y la colaboración de todos. Ha sido una prueba grande para la humanidad ver la fragilidad de todos nosotros: que hoy estamos, mañana no estamos”.
Agregó que debido a esta crisis “nos dimos cuenta que faltan muchísimas cosas a nivel social, a nivel de Nación, mejorar los hospitales, el personal médico”.