Por Valentina Sánchez Gutiérrez, estudiante de Periodismo
Juan David Montoya viajó sin miedo los 12.231 kilómetros que hay entre Bogotá y Namaste, un perdido poblado en el extremo sur del continente africano que queda a 20 horas de Maputo, la capital mozambiqueña. Este periodista, que por cuenta de su oficio descubrió una nueva vocación, llegó a cumplir su sueño al internado escolar Aberto Namathsane.
Mozambique es uno de los 10 países más pobres del mundo. Allá llegó de la mano de la ONG Humana People to People, para brindar campañas contra la malnutrición, prevención de la malaria y contra el casamiento forzado en niñas adolescentes, además de salud e higiene. Dio cursos de informática, reconstruyó una escuela y realizó eventos de gastronomía, teatro y deporte.
Además, grabó documentales sobre la situación social de los niños, escribió artículos periodísticos enfocados en el trabajo humanitario, en los cuales relató cuál era su labor en África. Además, se publicaron en un magazín latino de Indianápolis, cuyo número de lectores está entre 5.000 y 10.000 personas. Todo, a cambio de una sonrisa.
Desde temprano
Durante seis meses se despertó a las siete de la mañana con el sonido de los cerdos y las gallinas que estaban junto a su ventana. Se bañaba con poca agua, la cual recogía en baldes, en un rincón parecido a un baño convencional, en medio de la naturaleza. Luego, hacía un devocional y cantaba el himno nacional de Mozambique con los niños del internado. Daba algunas clases de informática, baile o teatro. Después, a las 9 am todos desayunaban huevo duro, café o té, pan y mantequilla. Nunca cambió el menú.
Las ganas de Juan David de quedarse allí nunca decayeron, a pesar de que estaba en una comunidad muy pobre. Las casas son de paja o de barro, no hay infraestructura, hay mucha basura por todos lados, no hay gas, no hay internet, solo cuentan con luz. Tampoco hay calles en cemento, solo tierra, los baños siempre están afuera de las casas, en una letrina y toca tener un balde a la mano, hay muchos árboles y animales a la vista, como jirafas y elefantes.
Había momentos difíciles y decía: “¿qué hago aquí?”, pero nunca me arrepentí. Siempre pensaba “estoy loco, ¿en qué momento vine a parar aquí?” Sin embargo, al ver a esos niños bailando y riéndose, decía por eso estoy aquí, relató Juan David.
Este joven de 26 años vivía hace cuatro años en el norte de Bogotá, antes de aventurarse a llegar al continente africano. Tenía todas las comodidades en su hogar: un colchón cómodo, agua caliente, gas, luz, internet, Netflix, un menú variado, un trabajo estable y un salario que le permitía ciertos lujos, comprar ropa y zapatos e invitar a salir a su novia.
Trabajó como periodista cultural en el canal Teleamiga. Allí fue uno de los preferidos del director, quien le encargó un cubrimiento tan fascinante que le ayudó a Juan David a abrir los ojos y reafirmar su verdadera pasión.
“Cuando llegué a Buenaventura me estaba esperando un buque de la Armada Nacional de Colombia. Llegamos a Belén, un corregimiento del Chocó, duramos tres días allí. En este lugar no hay infraestructura, llegas al puerto y te toca coger una lancha. El plan de la armada junto con una organización llamada Ángeles por Colombia, integrada por doctores, era llevar a cabo una brigada de salud. Se prestaron servicios como: odontología, si necesitaban sacarse una muela se las sacaban; chequeo general y pediatría. La Armada llevó ropa, juguetes, elementos de aseo y medicamentos”, narra Juan David.
Cambio de vida
Luego de haber vivido esta experiencia renunció al canal. Durante los tres meses siguientes Juan David decidió viajar a Manaos (Brasil) y conoció a Humana People to People. Esta ONG le propuso cumplir sus dos más grandes sueños: hacer documentales en África y ayudar a quienes más lo necesitan.
En ese momento se devolvió a Bogotá, se despidió de sus papás y sin pensarlo dos veces tomó un avión. Duró 34 horas y 30 minutos. Hizo escala en Madrid, Italia y Etiopía, antes de llegar a Mozambique.
Nervioso, ansioso y cansado se sentía Juan David mientras veía desde el avión inmensos desiertos, parecían de película. Cuando llegó a Maputo, Mozambique viajó durante 20 horas en un machibombo, un autobus pequeño con dos puertas, capacidad para nueve personas y decorado con colores muy llamativos. Mientras viajaba, solo vio selva, animales impresionantes como jirafas, leones, elefantes y unas cuantas sangas (bovino de cuernos inmensos), todos aquellos animales que soñó con fotografiar desde pequeño.
“El primer día, me dio duro ver tanta pobreza, soledad y miseria. Primero pensé en cómo iba a hacer para vivir, si lo lograría y de inmediato noté lo difícil que era la situación para estas personas”, relató.
Llegó a tierras olvidadas por el estado, en el distrito de Chimoio, donde sus habitantes hablan portugués. La comunidad se ubica en un país que rompió las cadenas de la esclavitud hace apenas 45 años y aún tratan de superar el sufrimiento y la ruina. En sus tierras rojas –casi como la sangre– parecen haber quedado las manchas de quienes lucharon por la libertad.
Aunque ahora es una tierra libre en la que las personas cultivan naranjas, lichi, banano y mango, la pobreza parece ser la batalla más difícil de vencer. La gran mayoría cree en Dios, en el cristianismo. Al principio son un poco prevenidos, pero con un buen baile se relaja el ambiente y se entra en confianza.
“Para poder acercarme a alguien, primero le demostré que estaba interesado en aprender de su cultura. Empecé a ayudar a hacer el desayuno, luego, en las clases de baile saqué provecho y me gané su confianza”, cuenta Juan David.
Hora del baile
El periodista, que bailaba danza folclórica cuando era escolar, participó en concursos y ganó premios. Esto le permitió seguir los movimientos de la marrambeta, un baile típico de Mozambique, que con su ritmo remueve las vibraciones del pasado colonial e identifica a todo un país.
Shanyce, compañera de Juan David en esta aventura, destaca: “Soy de Estados Unidos y me encanta bailar, pero cuando vi a Juan David mover las caderas al son de los tambores, ¡Tun, tutu, tun! Quedé impresionada, movía el esqueleto como todo un profesional”.
Pies descalzos, faldas de colores con figuras que llegan a las rodillas, el retumbar de las palmas de las manos contra el piso, de los pies contra el piso, entre saltos, movimientos de pecho y un movimiento similar al del caballito bailan alegres los niños y niñas en esta comunidad y Juan David los acompaña en cada paso.
“Un día, después de una clase de baile, le conté a Juan David que mi sueño era tener una casa, mucha comida, ropa, y ser médica”, relata Rahma, una niña de la escuela.
“Es una sociedad que no busca la avaricia, no desean mucho, no tienen acceso a medios de comunicación, la televisión es un lujo y la parabólica es un gasto adicional, con el que no pueden correr porque es bastante cara, muy pocas familias acceden a esto. Y como las comunidades no cuentan con una infraestructura vial, de acueducto, de electricidad, ni alumbrado; tampoco consiguen señal para el radio, no pueden comprar un smartphone, entonces ellos viven en su burbuja. Por eso no aspiran a tantas cosas”, expone Juan David.
Juan David, Shanyce y su compañera Estefanía remodelaron una escuela en Chimoio. Llevaron pinturas, brochas, cemento, y distintos utensilios necesarios. Cuando llegó el día de pintar, el joven bogotano tomó los tarros de color amarillo, rosado y verde, se armó de fuerzas y pintó cada pared de cemento, le dio vida, alegría y les quitó la tristeza a los muros de una escuela casi abandonada. Dibujó el alfabeto y un elefante en las paredes. El elefante como símbolo de poder, inteligencia y paz, en África.
Aproximadamente 1,2 millones de niños en Mozambique no van a la escuela, por falta de recursos, por miedo a la explotación sexual y agresión física por parte de sus profesores, según Humanium, una ONG internacional que vela por los derechos de los niños.
“Con Juan David compartí muchas experiencias. También, conseguí entender algunas palabras en inglés, aprender sobre la buena alimentación, y sus categorías. Una de las experiencias que compartimos fue conocer de cerca lo que es ser humilde y tener la voluntad de enseñar a los otros. Siempre me gustó compartir conocimiento en la comunidad en que vivo, y para hacer eso debo formarme como profesora y así combatir el analfabetismo de nuestro país”, dice Onofre Domingos, estudiante de la Universidad de Chimoio.
Juan David consiguió que Onofre Domingos y otros 159 estudiantes que hicieron parte de este proyecto de desarrollo educacional, fuesen los primeros en graduarse de la universidad para empezar a construir un futuro mejor para ellos y su país.