Covid: el incómodo inquilino que empobreció a muchos | El Nuevo Siglo
La mayor desocupación se presentó en las oficinas, seguidas por los establecimientos comerciales y por último las viviendas.
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Sábado, 12 de Febrero de 2022
Redacción Web

La pandemia llegó como un tsunami a cambiarlo todo. Sin discriminación de edad, de género o de estrato, este bicho, inicialmente mal llamado virus de Wuhan, le pegó a todo el mundo y muchos, miles, cientos de millones de personas aún padecen coletazos, los mismos que para Sofía, Estella y Ruth no muestran señales de aminorar.

Aunque distanciadas en generación y en estrato, ellas tres tienen algo en común: en formas paralelas dependían de un arriendo, vivían de la renta de uno o de varios inmuebles que, como era de esperarse, dejaron de ser una fuente de ingreso para ellas; o simplemente lo necesitaban para mantenerse bajo un techo seguro.

El mundo de las inmobiliarias, de los arriendos, de las ventas y de las aseguradoras se vio fuertemente perjudicado y estas mujeres son tres caras diferentes de esa crisis.

La mejor y la peor cara de la moneda

Aunque parca en las palabras, Ruth García, una mujer que vive en la localidad de Ciudad Bolívar, por la zona de Jerusalén, contó a este medio cómo fue desalojada de su residencia a manos de los propietarios, el dueño de un taxi y su esposa, puesto que ella se quedó sin trabajo y por consiguiente no tuvo cómo seguir pagando un modesto arriendo de alrededor de 400 mil pesos.

Viuda y con una hija que reside en Honda, Ruth tuvo que trastearse con su hermana en condiciones más difíciles, pues ella vive con sus hijos y no cuenta con mucho espacio adicional.

“Dios es pésimo en matemáticas: a unos les dio mucho y a otros muy poco”, le dijo a este medio esta mujer envejecida prematuramente, que no debe tener más de 45 años y que hoy trabaja cuidando a una mujer mayor e impedida que vive sola con su hijo.  

Este es el lado horrible de la condición humana, de esas personas que por plata obligan a otra a sacar todas sus pertenencias a la calle, entregar una llave y no mirar atrás; pero la historia de Estella, en contraposición a la de Ruth, es el lado amable que reivindica al género humano.

Estella es la viuda de un militar que hizo uso de la pensión de su marido para comprarse, en la localidad de Fontibón, dos apartamentos: uno para ella y otro para arriendo. Con una buena vida, sin grandes lujos pero orgullosa y suficiente, terminó de pagar ambas residencias hace unos cuatro años y con su arriendo, sumado a lo que gana armando y confeccionando jeans con su máquina de coser (es satélite de fabricantes mayoristas), logró que sus dos hijas, una de nueve años y otra de 12, asistieran a un colegio privado.



Con la llegada de la pandemia, sus arrendatarios, una pareja que trabajaba en un bar (él era el portero del local) perdieron ambos su trabajo pero ella no fue capaz de pedirles el apartamento de regreso. Inicialmente Estella les rebajó el arriendo en un 50%, y cuando definitivamente ya no pudieron pagar nada, ella les pidió que trataran de estar al día con los servicios “y si les entraba algo que me fueran abonando”.

No obstante, sus hijas tuvieron que transferirse a colegios públicos “y aún así no fui capaz de sacarlos. ¿A dónde se habrían ido? Es que se quedaron sin nada y son buenas personas. En un determinado punto me ofrecieron su televisor, que sé que compraron con esfuerzo y tienen un hijo pequeño; les dije que no. Pero la cosa ha mejorado: desde septiembre ya me comenzaron a pagar el arriendo porque él ya consiguió trabajo, pero ella nada aún. Trabaja conmigo en el taller haciendo prendas”, indicó a este medio Estella.

Una vejez complicada

Y unas cuadras y localidades más al norte, en Chapinero alto, vive Sofía Corredor, la mamá de dos hijos, la abuela de cinco nietos y la bisabuela de un bebé de un año larguito que ya aprendió a señalarla diciendo “tata”. Sofía fue una niña que, habiendo nacido en una familia acomodada de Fusagasugá, de padres criadores de caballos de paso fino, solo hasta hace muy poco, dos años para ser exactos, supo lo que era una verdadera afugia económica.

¿La razón? Que habiendo sido ama de casa toda su vida, al perder los ingresos derivados de sus arriendos, de los que lleva viviendo más de tres décadas, hoy está confinada a un apartamento por el que tuvo que pedir ayuda para no perderlo, y le preocupa sobremanera la forma en la que pagará los impuestos prediales de este año.

Bien casada, esta mujer que está a pocos meses de cumplir 91 años, desde que enviudó hace 34 calendarios ha vivido del arriendo de seis inmuebles que tenía: tres oficinas, uno para vivienda, dos locales comerciales ubicados en la casa que heredó de su papá en 1957 en el barrio de El Recuerdo y que precisamente don Bartolo le compró para que no tuviera que pagar arriendo.

“Aún lo recuerdo. Mi papá vendió un caballo hermoso, se llamaba Cacique. Lo vendió por dos mil pesos, pidió un préstamo por $10 mil en el Banco Central Hipotecario, y con eso pagó la casa. Seguimos pagando 103 mil pesos al banco por 15 años”, rememoró Sofía, quien segundos después se rio, pues ese animal, un par de meses después, se ganó un concurso al mejor caballo de paso y quien lo compró a su papá lo vendió por 10 mil pesos.

Y las tres oficinas se construyeron en el lote de la que otrora fue su casa de casada ubicada en la 78, a dos cuadras de Los Héroes, una de esas viviendas enormes que, armatostes ineficientes para una ciudad con la densidad que tiene Bogotá, hace décadas dejaron de edificarse, pues ¿de qué sirve una casa de cuatro niveles, cinco habitaciones, cuatro baños, una biblioteca (que sus nietos mayores aún recuerdan) y una escalera curvada con baranda de madera?

No obstante, cuando su esposo murió en un accidente de tránsito, el único domingo que no fue a ver el fútbol (pues era aficionado a este deporte y entrañable y furibundo hincha de Millonarios hasta el día de su muerte), Sofía puso en venta la casa, y de ese negocio le quedaron las tres oficinas.

Pero con la llegada de la pandemia, a Sofía le desocuparon, inicialmente, un local y dos oficinas, y paulatinamente se fue quedando sin renta: lo único que subsistió fue el inmueble de vivienda y el local comercial que está siendo arrendado por una peluquería que logró subsistir, pero que pidió una rebaja de $400 mil mensuales. Sin embargo, la administración y los servicios se tuvieron que seguir pagando pero, ¿con qué, si esos eran todos sus ingresos?

“Yo tenía una oficina que antes de la pandemia estaba en $1 millón 800 mil y no se alcanzó a arrendar en $1 millón 200 mil. Ha sido muy angustioso. Pasar de tener siempre una cierta holgura mensual que me permitía ahorrar para los impuestos prediales, y el año pasado para pagar esos impuestos me tocó pedir prestado a interés, y este año me tocará aumentar el préstamo y rezar para que no me enferme de nada. Nunca había debido nada. Esperemos que este año mejore”, finalizó Sofía.

Las inmobiliarias

Pero para el otro lado de la ecuación tampoco fue fácil. ¿Qué paso con las inmobiliarias? Darío Ramírez es dueño de una inmobiliaria pequeña que, antes de la pandemia, tenía un inventario de 40 inmuebles para arrendamiento y 20 para venta. “Ese era nuestro rango. Hay inmobiliarias que manejan otros volúmenes”, aclaró el gerente.

Llegada la pandemia, entre marzo y junio, cuando no había claridad sobre qué pasaría con el estatus en el que quedaban los contratos, retrató Ramírez, fue supremamente difícil. “La primera sensación, el primer instinto tras el encierro fue el de decir ‘toca devolver los inmuebles’, tanto los comerciales como los de vivienda. Los comerciales llamaron, te diría que casi todos, a decir: yo devuelvo el inmueble”.

En ese momento inicial, refirió Ramírez, el Gobierno nacional no fue claro con relación a los contratos, y cuando posteriormente dijo: “los contratos se tienen que cumplir”, la gente dejó de llamar agresivamente a decir “mañana les devuelvo el inmueble” y a las inmobiliarias les tocó negociar mucho para buscar un acercamiento entre los intereses del propietario y los del arrendatario.

“¿Qué se logró en la mayoría de los casos? Que los propietarios aceptaran un descuento a los arrendatarios a cambio de que no les desocuparan sus inmuebles. Algunos inmuebles comerciales tuvieron que hacer descuentos de hasta el 60% del canon de arrendamiento y en vivienda sí fue mucho menos y hubo descuentos del 20 al 25% en algunos casos”, indicó a este medio de comunicación el dueño de la inmobiliaria, y quien además se refirió a cómo personas buscaron ‘pescar en río revuelto’ y “pidieron acuerdos absurdos tales como: ‘no pago arriendo, les pago la administración’ como gran concesión”.

De acuerdo con el empresario, la desocupación del sector comercial fue altísima, sobre todo en oficinas. “De lo que teníamos arrendado para oficinas te diría que se desocupó alrededor del 40% de los inmuebles que teníamos para este fin. De lo que teníamos arrendando para locales comerciales yo creo que la afectación rondó el 20% y para vivienda creo que no estuvo por encima del 10%”, finalizó.