El Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC) y el Instituto Colombiano de Antropología e Historia (Icanh) comenzaron a intervenir arqueológicamente, hace menos de una semana, lo que se constituyó como el primer cementerio de la capital, históricamente conocido como el Cementerio de Pobres, para que proyectos posteriores puedan darle vida nuevamente, pero respetando a todas las generaciones de bogotanos que allí descansan desde hace más de un siglo.
En efecto, este icónico lugar de la ciudad es un patrimonio físico, simbólico e histórico que debe preservarse como tal.
Además aún tiene la capacidad de revelar historias cubiertas bajo capas de deterioro, silencio y omisión. Es precisamente por eso que se está adelantando este proceso de exploración arqueológica para identificar aquellas zonas con mayor densidad de restos óseos y evitar su posible afectación durante las intervenciones paisajísticas, arquitectónicas y museográficas que se tienen contempladas a futuro en ese sitio.
“Cuando se construyó el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación se tuvieron que exhumar una gran cantidad de restos óseos ya que se edificó sobre un cementerio, y la intención es mitigar ese impacto y permitir que las personas que allí están enterradas puedan permanecer allí y exhumar a la menor cantidad y en las mejores condiciones de excavación y de laboratorio y de preservación”, sostuvo a EL NUEVO SIGLO la coordinadora de Arqueología del IDPC, Sandra Mendoza.
Agregó, además, que tradicionalmente en arqueología los enterramientos suelen verse como un obstáculo para la construcción de la ciudad, pero este es un excelente ejemplo de cómo, por el contrario, lejos de ser un problema son una oportunidad para que futuras generaciones de bogotanos puedan hacer otra lectura de la historia de la capital.
“La administración pasada quería hacer unos parques de alto impacto, pero este es un espacio que puede volverse a reconstruir desde sus patrimonios y sus memorias, y bajo el respeto de que este es un camposanto. Esta sí es la primera vez en la que se está pactando de la mejor manera posible, que en este espacio reviva la memoria de la ciudad, para que la gente no olvide que este fue el primer cementerio que se hizo en las políticas propias de finales del Siglo XIX, de esa necesidad de separar a los vivos de los muertos”, añadió la arqueóloga Mendoza.
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El proceso arqueológico
Ahora bien, es importante referir que la exploración arqueológica que se está adelantando con una técnica de georradar en el suelo en las zonas verdes, calles, alrededores de los Columbarios (y uno que ya está en el piso, el quinto), es una técnica poco invasiva a cargo del Icanh para preservar el patrimonio arqueológico.
“Los georradares funcionan con electromagnetismo. Emiten una onda hacia el suelo y esta interactúa con todos los materiales que están allí. Los estimula, esta onda viaja en una frecuencia, vuelve y regresa a una antena que recibe esas mismas señales y la traduce en una imagen vertical y horizontal. Eso hacen los georradares y nosotros usamos dos tipos: uno con una frecuencia de 400 megahertz, es decir que viaja mucho más profundo (4 a 5 metros) pero no tiene la mejor resolución y otro, multicanal, con una frecuencia de 600 megahertz (2.5 a 3 metros) pero brinda alta resolución. La finalidad ahí es que podamos identificar los elementos que se encuentran en el subsuelo”, le dijo ayer a este Medio el arqueólogo del Icanh y líder del proceso arqueológico de este proyecto, Julián Gallego.
Adicionalmente, al interior de los columbarios y en sus calles también se está sacando información estructural de los mismos porque ya presentan deterioro y tienen por ejemplo pasillos que han cedido con el paso de las décadas.
“Este sitio tuvo una ocupación desde finales de 1800 hasta los 2000 cuando se clausuró y tuvo una ocupación constante. Eso nos permite tener una secuencia estratigráfica del terreno y en un tiempo determinado. De esta manera ninguna obra afectará el patrimonio pues con esta técnica lo que hacemos es medir un potencial y su espacialidad. Y con el IDPC se solicitó este estudio precisamente para tener claridad sobre dónde están ubicados estos objetivos susceptibles a ser patrimonio en ese espacio determinado”, añadió el arqueólogo Gallego.
Precisó, no obstante, que no es que el georradar indique cuántos huesos hay, sino que identifica las perturbaciones que ocasionan los enterramientos (fueran ataúdes o fosas) y así cuando se haga la intervención “sabrán en donde están, a qué profundidad y eso reducirá el margen de error sobre los restos humanos u otros materiales”.
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La intervención arqueológica
Gracias al convenio firmado entre el IDPC y el Icanh en el año 2020, se aunaron esfuerzos encaminados a la protección del patrimonio arqueológico nacional presente en el Distrito Capital, siendo el radar de penetración terrestre, aplicado a la exploración arqueológica, una de las metodologías más interesantes a implementar en contextos como el Cementerio Central y su área de influencia.
Además de las labores arqueológicas, el IDPC viene adelantando otros procesos de investigación, reflexión y creación desde aproximaciones históricas, curatoriales y comunitarias, entre otras, que posibiliten la apertura de nuevas interpretaciones, usos y dinámicas en el antiguo Cementerio de Pobres y sus columbarios. Entre ellas, se contempla un área para albergar la obra ¨Bosque de los Ausentes¨ de la maestra Doris Salcedo. Con esta apuesta se busca integrar las dimensiones patrimoniales y de memoria de la ciudad.
El resurgir del Cementerio de Pobres y sus columbarios
Hacia finales del siglo XVIII, una de las consideraciones predominantes en la organización territorial de Bogotá -que se iría imponiendo paulatinamente- fue la de dividir espacialmente a los vivos y los muertos.
Los primeros habitaban cerca de los cerros orientales, los segundos fueron ubicados al occidente de la ciudad, en el camino que conducía a Engativá. Aquí, lejos de la planificación y el movimiento citadino, se instaló el Conjunto Funerario del Santa Fe que incluía el cementerio de las élites y los personajes históricos, el Cementerio de Pobres, el cementerio de impenitentes y los cementerios para extranjeros.
Prontamente, el sector conocido como el Cementerio Católico -o Central- de Bogotá adquirió un carácter monumental. Por su parte, en el terreno occidental aledaño al cementerio se dispuso un sector público que en los archivos se registra como Cementerio de Pobres, conocido hoy como Globo B -Parque de la Reconciliación-. La estética imperante fue la de inhumaciones en tierra, cruces en madera y arreglos florales para señalar los entierros y fosas en suelo, de manera similar a como aún se acostumbra en los camposantos de pueblos y veredas.
Con los años, este lugar se convirtió en el cementerio distrital más antiguo, dinámico e importante de la ciudad, gracias a la fuerte presencia e impronta popular y devocional de amplios sectores sociales que visitaban a sus muertos y generaban un espacio de afecto y ritualidad.
En el año 2000 este cementerio fue clausurado. La prensa publicó notas y artículos sobre la escasez de bóvedas y el malestar generalizado por su cerramiento definitivo. Se generó un destierro de los muertos y sus dolientes y con ello llegó la ruina y olvido de este antiguo lugar funerario en el que aún hoy sobresalen cuatro de los seis columbarios que acogieron los restos mortales y las memorias de los habitantes de Bogotá.