Tejió y desarrolló en el largo plazo una estrategia para dividir en algunos puntos vitales los objetivos de la Santa Alianza, como de mantener a raya a los Estados Unidos
Como lo reseñan los hechos y la historia, lo que hizo el Libertador fue consagrar la República posible en un medio exótico que siempre había mirado su destino como fatal dictado de Madrid. Y antes de conseguir la libertad de América se ocupa de propagar la autodeterminación de Hispanoamérica y el republicanismo democrático. Sin conseguir aun la libertad de América, propaga las ideas de cambio.
Como lo han planteado acuciosos investigadores que han analizado las ideas de Bolívar y escrutado su estilo literario, es evidente que en su prosa y en algunas de sus alocuciones se nota el influjo del agudo y fino estilo de Maquiavelo. Es del autor florentino mentor de la ciencia política que recoge el conocimiento de la historia de la República de Florencia, donde se familiariza con la habilísima diplomacia de sus dirigentes y las intricadas y sutiles negociaciones con el Vaticano y los poderosos reyes europeos, durante siglos en constantes disputas, siempre dispuestos a asfixiar la insular República.
Además, participa de la visión realista de la política del Príncipe de Maquiavelo. No es solamente un gran estadista, es, también, un consumado diplomático. Tiene una visión muy clara de los peligros que encierra para la existencia misma de la Gran Colombia la Santa Alianza, a la cual pertenece el Imperio de Brasil. Percibe el poderío creciente de los Estados Unidos y por eso intenta la unión de la Gran Colombia con México, que nos haría la primera potencia hispanoamericana, la cual se frustra por el craso error del vice Santander, de conceder en un tratado apresurado con Washington las mismas ventajas comerciales que diésemos a terceros países.
Bolívar necesita dividir a los astutos diplomáticos europeos de la Santa Alianza y ganar a su causa a Inglaterra, que había defenestrado a Napoleón y devuelto al trono a Fernando VII. Eso explica cómo en charlas de salón con los agentes diplomáticos de Londres no descartara del todo la posibilidad de una evolución monárquica en la región, que sabía de antemano destinada al fracaso; también que tolere a su gabinete explorar avances diplomáticos en ese sentido, para ganar tiempo y afinar más su diplomacia y conseguir el apoyo externo que busca. Se trata, repito, de debilitar la Santa Alianza y ganarse a Londres.
Barona cita como prueba y refutación de la tesis de la señora Arana, de un Bolívar ajeno a la trama monarquista de su gabinete, una carta del mismo a su ministro Restrepo en la que alienta esa idea, que dentro de las jugadas de la diplomacia secreta bien puede ser otro gancho del Libertador para hacer más creíble su política a los jerarcas de la Santa Alianza. Si lo hubiese querido habría negociado directamente, como era su costumbre.
Lo anterior se repite dentro de la estrategia secreta que Bolívar teje a largo plazo de dividir en algunos puntos vitales los objetivos de la Santa Alianza, como de mantener a raya a los Estados Unidos, cuyos intereses se contraponían en ocasiones con sus objetivos de predominio en Hispanoamérica. Así que la señora Arana, fina y rigurosa escritora, se limita a reconocer los hechos que se observan en la superficie de la mesa de ajedrez internacional de la Gran Colombia, sin entrar a indagar qué as guarda el Libertador en su apuesta diplomática con los tahúres del disimulo. La misma índole de duplicidad diplomática se observa en los comentarios que hace el Libertador sobre la monarquía, en tratos con el agente diplomático del rey de Francia Carlos X, señor Bresson, en el mismo sentido de ganarlos para neutralizar la diplomacia española y atraerlos a nuestra causa.
Una visión plana de la mentalidad y diplomacia del Libertador, no permite captar su visión global del mundo para aprovechar en beneficio propio las fisuras entre las grandes potencias.
Es de resaltar la extrema habilidad y sutileza con la cual Bolívar maneja las complejas relaciones con la Iglesia, que, inicialmente, era realista y lo excomulga. Hasta que éste, finalmente, condena las enseñanzas de Jeremías Bentham y el utilitarismo, para proclamar la unión del cáliz con la espada. Bolívar, además de caudillo militar y notable político, fue sagaz diplomático, innovador constitucionalista y poeta de la libertad y la grandeza.
No olvidemos que Mr. Milliens, el agente encubierto de Francia, advierte a Paris: “Bolívar ha rechazado siempre la corona que le han ofrecido. El título de Washington del Sur le lisonjea; es un hombre que tiene el temor secreto de entrar en la lista de los reyes; la falta de esposa y de hijos lo hace meditar que, a su muerte, no habrá sino un Imperio destruido”.
En el Perú, donde el pueblo admira a Bolívar hasta la idolatría, los nostálgicos de la monarquía quisieron coronarlo y él desdeña la propuesta. Lo cierto es que Bolívar, funda su poder en el carisma incontrastable que determina que en cada ciudad de nuestra región donde se encuentre se formen pugnas por ofrecerle la tutela local, hasta Carlos de Alvear en el famoso encuentro en Chuquisaca, le ofrece la Presidencia de las Provincias Unidas de Argentina.
La iniciativa de José Antonio Páez, en contacto con los agentes londinenses, resulta crucial para esclarecer el entuerto, al enviar una misión al Sur que encabeza Leocadio Guzmán, junto con Diego Bautista Urbaneja, con instrucciones de ofrecerle la monarquía a Bolívar y éste rechaza de manera tajante la propuesta, que era de doble filo.
Bolívar fue partero de cinco republicas democráticas y fue famosa su voluntad política de no llevar título más honroso que el de Libertador. Por lo mismo, reconoce en carta casi al final de sus días a O’Leary, que en Colombia ninguna familia estaba en condiciones de prestigio ni riqueza para aspirar a la corona y ningún príncipe extranjero aceptaría reinar en un país tan propenso a la anarquía y en tal grado de miseria, ni los generales aceptarían que los despojaran del poder real.