Por Catherine Nieto Morantes
Periodista EL NUEVO SIGLO
CRÓNICA. Todas las mañanas desde las 6:00, Mario Parra se levanta para abrir las bolsas plásticas que contienen el reciclaje conseguido el día anterior en parques y carpinterías, una rutina que lleva realizando desde hace 18 años al convertir los desperdicios de madera en arte, una admirable actividad con la que obtiene el sustento propio y el de su familia.
Mientras para muchas personas los palos que caen de los árboles una vez están secos pasan desapercibidos, para Mario representan su trabajo, la posibilidad de tener materia prima y la enriquecedora oportunidad de convertirla en cuadros de alto relieve que él mismo ensambla y posteriormente pinta para descrestar a los transeúntes de la carrera 7ª con calle 21, en el centro de Bogotá.
“Yo recojo esos tronquitos y la madera que no sirve en las carpinterías porque la mayoría de gente bota el retal, pero uno cuando tiene vena artística le saca el lado bueno a eso y ayuda a cuidar el medio ambiente”, afirma el pintor, proveniente de Bucaramanga desde hace 38 años.
A las 10:00 a. m., de domingo a domingo, Mario llega a este punto con los cuadros que ensambla previamente en su casa ubicada en el barrio Olaya, exhibe los hermosos y coloridos paisajes sobre el pequeño espacio que sobra de la cerrada lámina de hierro de un local que colinda con el andén y en la que también esparce sus tarros de pintura y sus pinceles, mientras sobre un butaco junto a sus obras va creando nuevas acuarelas.
Mario hace parte de la inmensidad de artistas que encontramos a lo largo de la carrera 7ª, entre calles 24 y 10ª hasta llegar a la Plaza de Bolívar, quienes aportan ese valor cultural y hacen que el recorrido sea mucho más enriquecedor. El caminante de este corredor queda perplejo entre la gran variedad de arte, cada uno con un talento distinto, tales como elaboración de figuras en alambre, vitrales, caricaturas, pintores de cuadros en óleo o sobre el concreto con carbón, tiza y ladrillo; y los infaltables músicos, entre muchos más.
“La séptima es muy buena porque la gente puede venir a mirar a los artistas que hacen su obra, entonces es bueno porque valoran más el arte, este corredor es muy bueno para el artista. La gente me aplaude mucho”, destaca.
El artista asegura que en la 7ª con 21, donde ya lleva 3 años ahora de lo único que debe correr es de la lluvia, pues cuando el clima no ayuda él debe recoger su trabajo sin tener posibilidades de vender, “como hay un decreto que los artistas ya podemos estar acá, entonces eso nos salva porque antes nos tocaba recoger y correr, por ahora lo que nos corre es la lluvia y eso sí es malo para uno”, afirmó.
Un accidente lo convirtió en artista
Aunque Mario dice llevar el arte en sus venas, hasta hace 18 años no pasaba por su mente explotarlo ni dedicarse a esta actividad, pero un accidente de trabajo lo llevó a buscar otra alternativa para ganarse la vida, “hace 18 años tuve un accidente, me partí las piernas”, recuerda.
“Manejaba un montacargas, entonces se volteó y me partió las piernas y quedé mal. El médico me dijo que tocaba caminar con ayuda porque la pierna izquierda me quedó tiesa, no la puedo doblar. Fueron 57 tornillos los que me pusieron en ambas piernas y me tocó venirme a pintar, aunque a mí me gusta, me gusta el arte, entonces como que fue algo para subsistir y para poder sacar algo de artista que yo tenía”, resalta Mario, mientras utiliza esa pierna izquierda como base para apoyar el cuadro que se convertirá en su nueva pieza artística.
El artista afirma que la vena artística viene de familia, “yo tengo primos y familiares que tocan en orquesta, entonces a mí me gustaba ver pintar por ahí, pero nunca pensé que llegaría a pintar, si me gustaba, entonces me accidenté y gracias a Dios me dio ese don y todo lo que hago es con material reciclable, con lo que se desecha, que es un arte adicional”, destaca.
Aquella madera inerte y desabrida es ensamblada con los palos secos que caen de los árboles naturales, palos con los que forma la raíz y las ramas de un nuevo arbusto, pero sobre el triplex, en el que también pega algunas hojas artificiales para posteriormente empezar a pintar el paisaje que va saliendo de su imaginación.
En el paisaje estos árboles son acompañados por casas cuyos techos los elabora con los retazos de cartón que sus hijas dejan de las tareas del colegio y a los cuales también le da vida con las pinturas, dejando un impecable trabajo que a diferencia de otros cuadros son llamativos por el relieve que logra darles.
“Lo que yo hago es diferente porque se sale del formato del cuadro cuadrado, es algo mío, algo que no hay por ahí, algo que siempre me sale de la cabeza y que nunca copio. No estudié nada, todo ha sido empírico”, señala el santandereano que lleva mucho tiempo sin ir a su tierra natal.
Sus obras cuestan entre $10 mil y $25 mil, según el tamaño, aunque afirma que en su casa tiene los cuadros grandes. “Aquí voy trayendo, vendiendo y haciendo, a veces me traen fincas para pintar, me va mejor el domingo porque hay más gente. Cuando hay extranjeros me va bueno, a ellos les gusta mucho el arte cuando uno mismo lo hace, lo aprecian más”, asegura.
Mario se marcha a su casa a las 5:00 p. m., con la satisfacción de haber creado nuevas obras, pues asegura que si no se hubiera accidentado, no hubiera sido posible desarrollar su vena artística, la cual le da paz, “todos los días vivo pintando y es un aliciente para el alma, para vivir uno en paz”, concluye.