Manuel Fraga Iribarne: el pensador conservador | El Nuevo Siglo
Domingo, 22 de Enero de 2012

Por Alberto Abello


Al igual que el inmolado Álvaro Gómez, fue un estadista que encarnó los valores más caros de la hispanidad en el siglo XX

La partida final de Manuel Fraga Iribarne se sentía en el ambiente madrileño hace unos meses, al poco tiempo de quedar viudo y sufrir una aparatosa caída en el recinto sacro de su biblioteca, como de anunciar su retiro de la política, algo casi que inconcebible en un roble gallego cuya recia voluntad e inteligencia marcaron su carrera pública.
El consiguiente duelo ha puesto por unos días a reflexionar a los españoles e hispanoamericanos sobre su historia y el pasado reciente, puesto que el famoso y controvertido político español  encarna seis décadas de actividad política e intelectual al servicio del noble ideal de una España que concebía grande, prospera y fuerte. Puede decirse que Fraga representa la obsesión romántica por la modernidad, por elevar por la vía de la cultura y la técnica a su pueblo, en el entendido percibido por Hegel y otros pensadores europeos, incluso del marxismo, que la historia es implacable y en ocasiones a unas generaciones les corresponde sacrificarse para dar algunos saltos al desarrollo.
Europa sale de la carnicería de la Primera Guerra Mundial, que desgarra varias monarquías y trastoca la geopolítica internacional. La historia europea es una antes de la Revolución Rusa y otra después del formidable asalto bolchevique de 1917  contra el antiguo régimen zarista. La socialdemocracia, los gobiernos y la inteligencia conservadora tiemblan al vislumbrar los vientos revolucionarios por la inminente  extensión de los incendios y de horribles crímenes que estremecen el país de Iván El Terrible.
La feroz lucha de clases amenaza descalabrar la sociedad y  su modelo de vida. En ese ambiente de negros nubarrones e incertidumbre que intenta ignorar la bella época de fiesta parisina y la alegría momentánea de la champaña que corren entre la juventud, nace en Galicia Manuel Fraga Iribarne, en 1922, entre las dos guerras mundiales, en las que España por su debilidad y atraso se mantiene neutral.
 No es por casualidad que el historiador español Manuel Aznar, en un memorable escrito de 1941  sobre las causas de la Segunda Guerra Mundial, lo inicie con la descripción de la  curiosa escena en Petrogrado que protagoniza una anciana duquesa, la que en su espléndido palacio por primera vez en su vida observa con asombro que está sola, que no aparecen los fieles  criados, ni se oye actividad alguna. En sus memorias la duquesa cuenta que descubrió entonces que había llegado a Rusia la revolución, para ella súbita como una descarga eléctrica. Serán historiadores posteriores,  de la talla de Ernest Nolte, los que décadas más tarde estudian el tema y aclara que la Segunda Guerra Mundial es una guerra civil de ideologías que deriva  guerra global.
 En el contexto anterior de guerra ideológica que estremece a Europa, la  España trágica se ve envuelta en un clima de inconformismo, frustración, penuria y áspera aparición de jóvenes de izquierda y derecha, que defienden con ardor sus postulados y fácilmente se van a los puños o apelan a las pistolas. En el suelo Ibero se da el furioso desencuentro nacional e internacional de derechas e izquierdas, enzarzadas en guerra civil, que anuncia los clarines y tambores  de la devastadora Segunda Guerra Mundial.  
Esa España en tensión espiritual y descomposición política explica la aparición en el firmamento político de José Antonio Primo de Rivera, que habla de la olvidada grandeza imperial, de la dialéctica de las pistolas y de justicia social, lo mismo que escribe resonantes cartas a los generales para que entiendan el momento histórico que viven y que llega la hora de la espada.  Siendo que Primo de Rivera en su intimidad y por vocación es un hombre sosegado, por lo  que había estudiado  leyes y se muestra proclive  a incursionar en la filosofía, puesto que estaba de acuerdo con algunas de las tesis de José Ortega y Gasset, como en eso de la interpretación de la crisis del humanismo y la decadencia que en sus escritos hacía Ramiro de Maeztu.
Es así como José Antonio, de mentalidad y ambiciones cesaristas, atrapado por la  herencia política familiar y un  destino fatal ya que  después del asesinato por cuenta de policías al servicio de la República de José Calvo Sotelo, antiguo ministro de la política de su padre, es ejecutado  por los republicanos, por el delito de disentir y defender sus ideas.
Manuel Fraga Iribarne, como a los nueve años,  apenas tiene uso de razón cuando estalla la pavorosa Guerra Civil Española, en la que se cumple un capitulo decisivo del  duelo que libra en Europa el nacional socialismo y el fascismo, en  pugna visceral contra la socialdemocracia y el marxismo. La guerra había aniquilado el centro y centro derecha de la política y ahondado el abismo social. Una España dividida se deshace a pedazos, unos temen por el triunfo de la España roja con un gobierno al estilo del modelo soviético mientras la izquierda vislumbra un gobierno totalitario al estilo de corte fascista, que secuestre la libertad. Y como ocurre tantas veces, el ejército español al mando de Franco y empujado por los acontecimientos, en medio de la honda crisis que sacude  a Europa y al mundo por la quiebra del Estado demoliberal y  socialdemócrata, erige el nuevo orden.
La dictadura de Francisco Franco se prolonga demasiado en el tiempo, edificada en el error de  pretender que la sociedad es estática y no se modifica, que los controles excepcionales y el autoritarismo paternalista se pueden eternizar por generaciones. Fraga, en  ese sentido, entendía que después de la sangrienta Guerra Civil Española, en la que el país queda sumido en el dolor y económicamente exiguo, asumiera  la  larga etapa de disciplina y orden, que,  como producto de la victoria de la espada con puño de hierro ejerció desde el poder el generalísimo Franco.
Ese es el marco histórico en el cual a Fraga le corresponde en  suerte vivir y en el que aprende a moverse con suma habilidad, siempre en el intento de abrir espacios para un conservatismo renovado, así emplee otros adjetivos y funde diversos partidos que defienden tesis de orden, como el Partido Popular que gobierna hoy a España con Mariano Rajoy.
Hasta sus adversarios le reconocen una poderosa inteligencia dotada de manera excepcional para la creatividad académica, entender la historia, el medio en el que se desempeña  y ahondar en el estudio de las instituciones con el olfato y  el sentido práctico del hombre de gobierno, de un brillante estadista.
Parangón entre Fraga y Álvaro Gómez
Y claro, surge la pregunta ¿cuáles han sido las causas o las circunstancias que determinan que Manuel Fraga con varias décadas en los primeros lugares de la política española no consiguiera como candidato llegar al poder?. Algo similar a lo que en Colombia ocurrió con Álvaro Gómez, quien pese a ser uno  de los políticos mejor preparados y capaces del siglo XX no consiguió el apoyo de todos los conservadores y las gentes de centro para llegar a la Presidencia.
Precisamente, por eso. Ambos políticos son contemporáneos, Gómez  nace en 1919 y Fraga en 1922. En el caso del español, pesaba sobre su imagen, por encima de sus grandes  logros y sobrados  méritos, como el haber fomentado la industria turística española y el denodado apoyo   el desarrollismo, su imagen de hombre fuerte de los tiempos del gobierno del caudillo  Francisco Franco.
En el caso del colombiano, ocurre algo similar, cuenta  negativamente en el ánimo del centro político y de los liberales, su papel protagónico en tiempos del caudillo Laureano Gómez, pese a que durante gran parte del  gobierno de su padre estuvo en el exterior como embajador.
Fueron precoces en política. Animados por un deseo perfeccionista, como de artistas por llevar la nación  por la vía conservadora a la República perfecta; en donde la ley se aplicara a todos, no por creer en la igualdad del género humano, sino por lo contrario; por discrepar a fondo de Rousseau.
Tanto a Fraga como a Gómez, un poderoso y sensible sector de la población los confunde con la mano dura de esos caudillos a cuya sombra emergen  y presienten de manera confusa que representan un salto al pasado que les es hostil. A los dos los condena un segmento de la  opinión por su verticalidad en esos tiempos, sin atender que ellos eran producto de las circunstancias y debieron desempeñar el papel que históricamente, desde su punto de vista patriótico, responde a lo conservador y correcto.  El sino no se escoge, se vive.
La masa de los españoles, como la de los colombianos, incluso los indecisos, como de los que no simpatizan de sus ideas les reconoce los méritos y la inteligencia superior, pero a la hora de nona los prejuicios políticos y la manipulación de los medios los lleva a votar en contra. Sostienen los entendidos que personalidades fuertes como estas tienden a producir la unión automática de  sus malquerientes, así como ninguno de los dos concita el apoyo de toda la derecha, precisamente por sus posturas ideológicas e insulares, que sus seguidores y afines en ocasiones no entienden o las asimilan demasiado tarde.
La antipatía instintiva que ambos políticos sienten por los corruptos, los mediocres, los arribistas, los hipócritas, los aduladores, las nulidades solemnes  los abyectos y los aventureros políticos que ven tan noble actividad como un simple negocio, les depara la confrontación con la izquierda y los agentes del caos. Ambos tienen una noción del Estado que se empata con los tiempos de los Austrias que ante todo gobernaban y velaban por el bien común, lo que choca con el individualismo y utilitarismo liberal supérstite en ambas naciones.
Esa cierta superioridad intelectual e integridad insobornables del político español y el colombiano, dos hispanoamericanos en el mejor sentido de la palabra, puesto que ambos sienten verdadera pasión por los asuntos históricos y políticos ibéricos y de nuestra región, que suscita el respeto de seguidores y extraños, tiende a crear una barrera invisible entre el elector del común y el candidato. La tendencia a ejercer un cierto magisterio moral  a intentar elevar la cultura política en el medio en que nacen, actúan y de forzar a pensar a sus seguidores, se convierte en arma peligrosa y de doble filo. Las masas no siempre quieren entender el momento político, prefieren que les den masticadas las consignas de lucha. El populacho rara vez está por las jugadas políticas  complicadas a cuatro bandas, que más bien los inquietan y desconciertan.
Quizá, como decía en alguna ocasión Alfonso López Michelsen de Álvaro Gómez, se daba la entelequia popular de entender que si Álvaro llegaba al gobierno tendería a montar un régimen confesional como el de Isabel la Católica y que de improviso no devolvería el poder. Algo similar sostenían en España los que se oponían a un gobierno de Fraga, al que veían como una caricatura de Franco, cuando entendía la democracia  como ardiente civilista, hombre de ideas y partidario de la negociación diplomática por excelencia.
Fraga Iribarne ejerce un papel decisivo en la transición del franquismo a la democracia para amortiguar el cambio y tratar  de evitar una involución a los tiempos de choque incivil de los partidos que condujo su país al abismo de la guerra entre izquierdas y derechas, valiosísimo  aporte que le reconocen la mayoría de los expertos después de muerto, así se hable en ese campo más de Suarez y de otros políticos.  Lo mismo que hoy se destaca en  Álvaro Gómez, su compromiso con el Frente Nacional, del que fue el secretario cuando Alberto Lleras y Laureano Gómez, pactaron el histórico acuerdo durante el exilio del último en España, que consigue abolir la violencia partidista que desde los tiempos del vicepresidente Santander, dado a ejecutar a los opositores, desangraba a Colombia. Así como se recuerda el papel destacado de Álvaro en el Batallón Suicida, que desde la semiclandestinidad desafía la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla.
Tanto Fraga como Álvaro Gómez, fueron embajadores, legisladores, políticos de tiempo completo, con la diferencia que el colombiano no ocupó cargos burocráticos, mientras el gallego se movía por la burocracia como pez en el agua y al final de su carrera,  en la práctica hizo de Galicia -con el apoyo de las mayorías-, su reino privado. Hasta gobernar en  democracia  con el consenso de la población. A Fraga lo dejaron impulsar grandes obras de desarrollo. En Colombia calificaron de loco a Gómez por defender a ultranza el desarrollismo y negar que estuviéramos fatalmente condenados al miserabilismo y la miseria.
Los dos se destacan como pedagogos magistrales, aman la cátedra y la Universidad, sienten la necesidad imperiosa de compartir y trasmitir sus conocimientos y reflexiones, de debatir y suscitar inquietudes.  
Fraga escribe casi un centenar de obras. Recuerdo que de todas estas, Álvaro Gómez, sostenía que la que más le cautivaba y su lectura le producía múltiples interrogantes, era La Crisis del Estado. Así como para Fraga, el ensayo de Álvaro sobre el talante conservador le parecía magistral y el libro La Revolución en América, una obra esencial para entender nuestra historia.
Manuel Fraga Iribarne es uno de los siete juristas que redactan la Constitución Española, la impronta de sus ideas se encuentra en algunos de sus artículos, particularmente en el tema de la justicia, sin que hubiese conseguido impedir que los exaltados y radicales apostaran a un regionalismo exacerbado, ni que se imitara modelos foráneos en vez de buscar fórmulas propias para enfrentar los problemas nacionales. La historia  le da la razón.
Álvaro Gómez,  se la juega en la Asamblea Constitucional de 1991. Recuerdo que publiqué por entonces un artículo en la página editorial de El Tiempo a favor de defender la intangibilidad de la Constitución de 1886. Álvaro me llamó en esa oportunidad y nos vimos. Me dijo que estaba de acuerdo con mi tesis, pero que de todas maneras Gaviria convocaría al pueblo para abolir la Carta Política de 1886, obsesión que tenía Fernando Cepeda. Álvaro entendía que su deber como conservador era evitar que se trasformara la Constituyente en una réplica de los Estados Generales o la Duma anterior al régimen soviético. Es preciso, agregaba, intentar moderar el cambio y para eso los conservadores debemos estar allí. Lo que en efecto era un reto incontrovertible.
Ambos políticos  en minoría y en escenarios diferentes se ven obligados a nadar contra la corriente. Ambos, hicieron lo imposible por orientar el cambio y evitar el descalabro institucional, sin conseguirlo plenamente. Álvaro Gómez, no consigue que sus colegas indaguen y entiendan nuestra realidad para producir las leyes, prefieren refundar “repúblicas aéreas” y copiar textos de otras latitudes, lo que más indignaba al Libertador Simón Bolívar.  
La historia les da la razón a dos grandes de Hispanoamérica cercados por un medio que no siempre los entiende y no pocas veces se muestra adverso a sus procelosos empeños y sentido de la grandeza.  La comparación nos  muestra que por el carácter y sentido misional de la vida encarnan tan valiosos estadistas los valores más caros de la hispanidad  en el siglo XX.