En realidad es una muestra más de su táctica de diferenciación del santismo a todo nivel. Táctica que lo ha llevado, en la práctica, a ser la verdadera contraparte en La Habana y que tendrá en la votación del plebiscito su máxima prueba
Aunque para muchos sectores en Colombia y el exterior lograr una foto en donde aparezcan el presidente Juan Manuel Santos y el expresidente Álvaro Uribe Vélez enviaría al país un mensaje de que es posible la reconciliación incluso entre las posturas más alejadas, lo cierto es que en esa tarea ansiosa está primando más la forma que el fondo.
Por eso es que se le da más importancia a hechos menores como que Uribe siempre llegue o se vaya de un evento, así sea social, para no cruzarse con Santos, que a las razones de fondo que explican por qué estos dos rivales políticos ni siquiera pueden compartir un mismo espacio.
Sólo cuando se entienda esta última premisa es que circunstancias como la ausencia de Uribe en la ceremonia del pasado jueves en la Casa Blanca, a donde lo había invitado el propio presidente estadounidense Barack Obama para celebrar los quince años del Plan Colombia, dejará de verse bajo el criterio superficial de que el exmandatario antioqueño “no se puede ver ni en pintura” con quien fuera su más exitoso ministro de Defensa y luego señalado por él mismo como su sucesor en la Casa de Nariño.
Tampoco se puede caer en el facilismo de considerar que la actitud de Uribe frente a Santos responde a una posición caprichosa o a un pulso de egos entre él y el Jefe de Estado. Menos aún se le puede poner atención a las explicaciones un poco temerarias y esquizofrénicas que se daban la semana pasada en torno a que Uribe temía que Santos aprovechara la foto en la Casa Blanca para manipular políticamente la imagen y tratar de enviarle al país el falso mensaje de que el expresidente abrió una puerta de distensión con la Casa de Nariño. Ese temor resulta infundado pues hasta el más desinformado de los colombianos sabe que ambos dirigentes tienen tesis irreconciliables y que estas no se superan de un día para otro, así el escenario sea la propia presidencia de los Estados Unidos.
Como tampoco resulta gratuito que Santos haya advertido en múltiples ocasiones durante su maratónica gira de esta semana en Washington que había sectores enemigos del proceso que buscaban desdibujarlo o desinformar para afectar su recta final. Aunque hizo referencias a Uribe y sus críticas, no lo puso de enemigo del proceso como tal, y menos lo señaló cuando se atrevió a hablar incluso del riesgo de atentados para romper la negociación.
Diferenciación, la clave
Lo cierto es que Uribe y Santos son la muestra más palpable de que el país está polarizado y que esa división si bien tiene el proceso de paz como principal punto de discordia, en realidad se extiende a otros muchos campos sobre el accionar político, económico, social, de seguridad y de la función del poder.
Una polarización que es muy difícil de amainar porque la estrategia de cada uno de ellos frente al otro es muy distinta. El expresidente apuesta por la mayor diferenciación posible y el Presidente por todo lo contrario: la búsqueda de unos consensos mínimos.
Si se analiza con la suficiente perspectiva se concluye que remarcar esa diferenciación es lo que no ha dejado de hacer un solo día Uribe en estos últimos cinco años, desde el momento mismo en que elevó su tono crítico contra Santos apenas meses después de que este asumiera el poder en agosto de 2010, anunciara que iba a emprender un proceso de paz con las guerrillas, arrancara una normalización política y diplomática con Venezuela y Ecuador y, por último pero no menos importante, designara como ministros a dirigentes de la talla de Juan Camilo Restrepo y Germán Vargas Lleras, enconados rivales políticos y electorales del uribismo.
Santos, por el contrario, ha tenido la tesis diametralmente opuesta desde que Uribe le empezó a marcar distintas: buscar mecanismos que le permitan reducir esa brecha de diferenciación. De allí que sea precisamente el Jefe de Estado quien en innumerables ocasiones ha invitado a Uribe a sentarse a hablar, así sea únicamente para plasmar tranquilamente sus distancias y criterios encontrados. Y en pos de ello, no sólo se ha expuesto a los continuos portazos del uribismo, sino acudido a mediadores nacionales e internacionales para que ayudaran a construir ese mínimo canal de entendimiento entre el Gobierno y el jefe de la oposición.
Incluso, tras el fracaso reiterado de ambas estrategias, el Gobierno ha implementado otros mecanismos para distensionar o reducir las distancias con el uribismo. Por ejemplo, todo el país recuerda que tiempo atrás la Casa de Nariño creó una especie de Comisión Asesora externa del proceso de paz, en la que la intención era contar con la presencia y opinión de los dirigente políticos más críticos de las tratativas con la guerrilla para que expusieran y debatieran sus posturas con el Ejecutivo, sin que ello significara renunciar a sus opiniones o alinearse con la otra orilla.
Aunque personajes como el expresidente Andrés Pastrana o a la excandidata Marta Lucía Ramírez aceptaron la invitación y no en pocas ocasiones hicieron uso o referencia a esa instancia para exponer sus cuestionamientos a la forma en que el Ejecutivo estaba manejando el proceso, para nadie es un secreto que el objetivo principal de la Comisión era acercar a Uribe. Y para nadie es un secreto que su negativa a participar es la que explica por qué esa Comisión Asesora finalmente no prosperó y terminó diluyéndose con el paso de los meses, al punto que la mayoría de quienes aceptaron integrarla inicialmente terminaron renunciando poco a poco, sin que esas dimisiones tuvieran algún tipo de repercusión política sustancial.
A hoy, fracasada ya la posibilidad de que Santos y Uribe redujeran sus distancias en un escenario tan alto y neutral como lo era la Casa Blanca, y más aun celebrando un Plan Colombia del cual ambos gobiernos fueron partícipes y exitosos en su aplicación, prácticamente no hay instancia nacional e internacional que logre distensionar la relación entre los dos dirigentes, salvo que le tocara al propio Papa Francisco, durante su proyectada visita pastoral a Colombia el año entrante, hacer uso de sus mundialmente reconocidos buenos oficios para lograr lo que hasta el momento nadie ha podido.
Visto todo lo anterior lo que queda en evidencia es que no es que los mecanismos utilizados por el Gobierno para lograr alguna distensión con Uribe hayan sido débiles o improcedentes, sino que simple y llanamente las estrategias políticas de uno y otro no tienen un punto en donde se puedan encontrar o cruzar.
Paz vs. proceso
Ahora bien: la gran pregunta continúa siendo qué tan posible es que se pueda concretar un proceso de paz en Colombia sin la participación de Uribe.
Frente a este interrogante hay que hacer claridades. En primer lugar, que si algo ha estado haciendo Uribe en los últimos cuatro años que llevan las tratativas con las Farc es, precisamente, participar.
Incluso es dable concluir que, en perspectiva y más allá del día a día, el proceso de paz con las Farc tiene en realidad cuatro partes, dos sentadas a la Mesa y otras dos por fuera. Las primeras son el Ejecutivo y la subversión. Y las segundas la comunidad internacional y Uribe.
La comunidad internacional entendida no sólo como el papel de garantes y acompañantes que han cumplido países como Cuba, Noruega, Venezuela y Chile, sino en el rol cada vez más protagónico que tienen los delegados para el proceso designados por la Unión Europea, Estados Unidos y la propia ONU, a tal punto que esta última debe formular en las próximas semanas un protocolo para definir las reglas de juego de la “Misión Política Especial” que, en conjunto con el Gobierno y las Farc, debe encabezar el mecanismo tripartita de verificación y monitoreo del cese el fuego y de hostilidades definitivo y bilateral, así como el desarme de esa facción insurgente.
Y la comunidad internacional entendida como aquella que va a exigir a las partes y, sobre todo al Estado colombiano, que se cumplan los tratados sobre respeto a los derechos humanos y el Derecho Internacional Humanitario, así como los castigos proporcionales a quienes los violaron. Porque es través del Estatuto de Roma y de la Corte Penal Internacional (CPI) así como de otras instancias judiciales transnacionales en que esa comunidad internacional se ha vuelto partícipe y protagónica de lo que pasa en La Habana.
Toda la arquitectura que el Gobierno y Farc delinearon para el anunciado acuerdo sobre justicia transicional y la “Jurisdicción Especial de Paz”, si se firma efectivamente un acuerdo final en La Habana, tiene como contraparte a ese factor de la comunidad internacional. Ello es tan palpable como que la urgencia de las partes ha sido blindar todo el pacto para evitar que después la CPI termine interviniendo en Colombia si llega a considerar que los acuerdos con la guerrilla tienen un contenido de impunidad y de perdón judicial más allá de lo tolerable, aún dentro de los cánones flexibles de la justicia transicional.
Uribe, contraparte
En cuanto a Uribe como una de las partes clave de la negociación en La Habana es claro que cada vez que Gobierno y Farc anuncian un acuerdo están conscientes de que la contraparte interna es el propio expresidente y su capacidad para aglutinar en torno suyo a todos los críticos del proceso.
En esto hay que ser claros y ponerse por encima de las quisquillosidades y melindrosidades políticas y electorales. El uribismo, aplicando su táctica de diferenciación del santismo, ha logrado posicionarse, no como el enemigo de la paz y amigo de la guerra, según se lo reprochan sus contradictores, sino como contrapeso principal del proceso que adelantan Gobierno y Farc, un contrapeso que se siente en Colombia pero más en La Habana.
Incluso, no son pocos los analistas que consideran que, al final de cuentas, Uribe ha terminado por ser, en la balanza de las negociaciones y los acuerdos en la Mesa, un elemento que ha jugado a favor del Gobierno y en contra de las exigencias de la guerrilla.
“… Seamos sinceros, el Gobierno le habrá tenido que decir en más de una ocasión a las Farc que no se les puede conceder tal o cual solicitud o exigencia porque así el Estado ceda y éstas se plasmen finalmente en los textos de los acuerdos, el uribismo que, quiérase o no, puso el 45 por ciento de la votación en la contienda presidencial, va a mover la opinión en contra de esas cesiones… Uribe ha funcionado como el reaseguro del Gobierno para frenar las peticiones exageradas de las Farc, que están conscientes de que a la hora de las urnas y la refrendación popular de los acuerdos el peso de Uribe y sus tesis no es menor ni desestimable”, precisó una persona muy cercana a la negociación en La Habana.
Agregó, incluso, que la certeza de que Uribe es partícipe indirecto del proceso de paz es tal que en muchas ocasiones pareciera evidente que la guerrilla “negocia con Santos pero sabe que su contraparte, en realidad, es Uribe”.
Es más, hay analistas que consideran que para el Estado es mejor que ambos dirigentes estén enfrentados política y electoralmente, porque hacen las veces de “policía bueno” y “policía malo” frente a unas Farc que si bien están debilitadas militarmente pero han ganado mucho en materia de estatus político externo, saben que, en el mapa político interno, un acuerdo de paz que le dé ventajas exageradas a la subversión es lo que más le convendría a Uribe para recuperar el terreno político y electoral perdido desde que Santos se cobijó bajo la bandera de la paz.
A ello se suma que el uribismo es consciente de que si bien perdió las presidenciales y no le fue tan bien en los comicios del Congreso (apostaban por 50 senadores y sólo sacaron 20), las dudas crecientes de la ciudadanía sobre la marcha del proceso de paz en La Habana, están jugando a favor de sus tesis críticas contra el Gobierno y las Farc.
“Las encuestas muestran que disminuye el apoyo y la confianza en el proceso, en tanto que el panorama para el plebiscito no es el mejor… Ese pesimismo, que aumentó tras conocerse que los guerrilleros no pagarían cárcel, y que ahora está empujado por la crisis económica, lo que se refleja en la caída de la imagen presidencial y del Gobierno en general, no se puede interpretar como que las ideas de Uribe estén calando más… En realidad son personas que simplemente le tienen prevención al proceso pero no por uribistas, o que no están contentas con el Gobierno… El reto de Uribe es ver cuántas de esas personas efectivamente terminan alineándose política y electoralmente con sus tesis y lo que decida en torno al plebiscito, si votar “No” o irse por la abstención”, explicó la fuente consultada.
Lo que viene
Ahora bien, lo que se puede esperar en adelante es que Uribe profundice su táctica de diferenciación frente a Santos, ya que todo hace prever que el acuerdo final en La Habana será efectivamente firmado y vendrá, entonces, la campaña de la refrendación popular.
Esa cita en las urnas es clave no sólo porque allí estará en juego la que ha sido la principal bandera política y electoral de Santos, sino porque será a todas luces una especie de antesala significativa a la campaña presidencial que comenzará en 2017.
Es obvio que será entonces cuando se conozca hasta qué punto la estrategia de diferenciación le funcionó al expresidente Uribe, y hasta qué punto la táctica del Presidente de buscar por todos los medios un acercamiento con su antecesor le da réditos, o si lo mejor hubiera sido irse lanza en ristre y sin tregua contra él desde un comienzo.
Como se ve, la ansiedad por la foto de Uribe y Santos termina siendo inútil, no por el efecto que verlos a ambos hablando sobre sus diferencias tendría en un país polarizado, sino porque se desconoce que, en el fondo, el problema no es la imagen sino el impacto que la misma tendría sobre las estrategias políticas de lado y lado.