Rebosantes de hospitales abandonados, bunkers desiertos y salas de anatomía fantasmagóricas, Berlín se impuso como un santuario de exploración urbana, práctica que intriga cada vez más a los curiosos, ávidos de descubrir los vestigios de un pasado agitado.
"Es increíble, nunca vi tanta gente", exclama asombrado el explorador urbano ("urbexer" para los entendidos) experimentado, Ciaran Fahey. En esta tarde soleada, un grupo de alemanes, rusos y letones deambulan por las ruinas de una antigua maternidad, en lo que fue Berlín Este.
Abandonada desde 1991, arrasada por el paso del tiempo y los elementos, se la conoce desde entonces como el "Hospital Zombie", sobrenombre lúgubre inspirado de uno de los grafitis que recubren sus muros.
En precedentes visitas a la ciudad, el autor del blog "Abandonned Berlin" ("Berlín abandonada"), una referencia de la exploración urbana en la capital alemana, había cruzado mucha menos gente.
Sucede que el "urbex", por "urban exploration", marginal de larga data, se ha convertido en una moda mundial. Prueba de su éxito, si se lo busca en Google, el término arroja más de 7 millones de resultados.
Esta tendencia originada en los años '80 consiste en infiltrarse en un lugar abandonado, publico o privado, generalmente de forma ilegal. Sus reglas son estrictas y prohíben forzar la entrada, vandalizar, robar objetos y divulgar la dirección exacta del lugar visitado, pero se permite hacer fotos y videos.
Selecto grupo
Como tantos otros "puntos" berlineses, el "Hospital Zombie" no escapó a la tendencia.
En uno de sus tantos edificios, Max y Mila, dos jóvenes letones, descifran los grafitis de los muros. Bajo sus pasos crujen trozos de vidrio. El suelo desmembrado, el techo empobrecido. Los muros repletos de grafitis, las ventanas y las puertas, extirpadas, yacen en el piso.
"Empezamos con ésto para ver cómo eran las cosas antes, y cómo la naturaleza gana terreno en estos sitios", explica Max, de 27 años.
Antiguas casetas soviéticas desérticas, parques de atracciones abandonados, centros comerciales vetustos, institutos de anatomía vacíos o bunkers olvidados, los lugares similares a esta maternidad abundan en Berlín.
Son vestigios de la historia berlinesa, marcada por el nazismo del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial, la partición entre el Este y el Oeste, la caída ulterior del Muro y el derrumbe de la RDA, que dejó tras su caída una multitud de edificios ahora inútiles.
Verdaderas perlas para los adeptos del turismo de edificios abandonados, que hicieron de Berlín uno de los epicentros del urbex, a la imagen de Detroit en Estados Unidos, o de Melbourne en Australia.
"El interés explotó en los últimos años", considera Ciaran Fahey, incluso si, clandestinidad obliga, es imposible determinar cuánta gente lo practica.
'En ruinas'
El éxito suscitó también el interés de empresas privadas que proponen, en acuerdo con los propietarios, visitas pagas de estos lugares. Así, la antigua estación de escuchas estadounidense de Teufelsberg y sus esferas geodésicas, antiguo templo de fiestas gratuitas y vestigio de la Guerra Fría, es únicamente accesible con un billete.
Andreas Böttger co-fundó en 2010 Go2know, una agencia que propone visitas pagas a varios "puntos" berlineses, entre ellos el centro hospitalario de Beelitz, favorito de los urbexers.
La idea "es darle a los demás la posibilidad de fascinarse con estos sitios", comenta.
Ciertos lugares son "peligrosos", ya que están "en ruinas", explica Eva Henkel, una de las portavoces de la administración de la ciudad de Berlín, propietaria de numerosos edificios abandonados. Si la gente hace caso omiso de una acceso prohibido, marcado por un cartel, lo hacen "bajo su propia responsabilidad", advierte la portavoz.
Pero los puristas reprueban la idea de un acceso oficial pago, y critican la comercialización.
"No me gusta, porque hay gente que saca provecho de la situación", protesta Ciaran Farey.
El urbexer irlandés agrega las coordenadas de los lugares visitados en su sitio web, desviándose de las reglas, en su voluntad de compartir sus descubrimientos.
"Es polémico", reconoce. "Pero estos lugares tienen una esperanza de vida cortísima (...) Deberían estar abiertos a todo el mundo".