La educación poco le importa al mundo | El Nuevo Siglo
Foto tomada de la BBC
Domingo, 6 de Noviembre de 2016
Enver Torregroza

Varias escuelas públicas de Cachemira, en la zona administrada por India, han sido atacadas con explosivos en las últimas semanas y el gobierno indio aún no sabe quiénes son los responsables. Parece increíble que unas escuelas se conviertan en objetivos terroristas, militares o políticos y muchos han reaccionado indignados reclamando la independencia de la educación con respecto a la política. Pero como bien dijo a BBC Shazana Andrabi, un profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Islámica de Ciencia y Tecnología del sur de Cachemira, pensar que la educación es políticamente neutral es egoísta, elitista y sobretodo tonto.

 

Todos dicen que la educación es esencial cuando se les pregunta pero nadie se la toma realmente en serio. La realidad es que la educación poco le importa al mundo. Desde 2012 Naciones Unidas ha impulsado la Primera Iniciativa Global de Educación, pero como suele ocurrir con esas cosas, hay mucho trecho entre la idea y la realidad.

 

La agenda política internacional suele estar concentrada en temas de seguridad o económicos y muy pocas veces se habla de la educación como un verdadero problema global, o al menos no las suficientes. Cuando se la menciona es porque está al servicio de otra preocupación: la educación como medio para combatir el desastre ambiental, o como instrumento para mejorar la productividad, impulsar el desarrollo, el crecimiento económico o el progreso tecnológico. Nadie habla de la educación como un fin en sí mismo.

 

Dicen constantemente que el mundo está cambiando pero a decir verdad a mí me parece que sigue siendo el mismo de siempre, el de hace siglos. Por lo menos en lo esencial: gobierna la trampa, impera el engaño y reina el egoísmo. El dictamen que hace más de un siglo hacía Oscar Wilde, sigue siendo verdad: "El mundo es una obra de teatro, con un pésimo reparto".

 

La prueba es que la buena educación sigue siendo de élite y para muy pocos. A los estados no les importa la educación buena de verdad sino la mala educación, y no la de Almodóvar, precisamente. Todo lo que quieren es mantener la estupidez rampante y expandir la ignorancia por doquier, un cierto analfabetismo funcional, disfrazado perversamente de medicina con cientos de eufemismos que si no fueran ridículos podrían evidenciar más fácilmente el error: "educación para el desarrollo", "educación ambiental", "etno-educación", etc.

 

Nadie habla de educación a secas. La noble. La de siempre. Hay hasta “educación en TICs (tecnologías de la información y la comunicación)” que es lo que es: educación en “tics”, pero nerviosos. Como si dominar herramientas tecnológicas nos hiciera mejores.

 

Los responsables de la política pública y las instituciones educativas no hacen sino repetir el discurso, obligados por las normas, por la ley de la inercia del discurso político y, en ocasiones, hasta con cierta convicción. Se habla de "innovación, ciencia y desarrollo" y otro montón de seudo conceptos de moda que serán debida u oportunamente desechados y reemplazados cuando a algún burócrata se le ocurra una nueva jerga.

 

En medio de semejante panorama desolador hay por supuesto héroes locales casi anónimos que han hecho las cosas distintas y por convicción, asegurando que el mundo se mantenga en medio de todo en pie a pesar de tanto mal.

 

Mi desencanto por la forma como se entiende a nivel político e internacional la educación tiene que ver con el hecho simple de que he tenido la suerte de tener magníficos maestros y uno sobre todo que me enseñó lo que significa comprometerse con la educación de verdad: el recién fallecido rector del colegio Refous Roland Jeangros.

 

Jeangros fue un suizo que llegó a Colombia para quedarse y trabajar en pedagogía con amor, ideas claras y convicción. Era muy consciente de que Colombia, como cualquier otro país, está aún por hacer y por eso se entregó con religiosidad a la tarea más importante de todas: educar, formando generaciones de estudiantes en un colegio que demostró que para ser excelente no tenía que ser ni elitista ni costoso.

 

A Monsieur Jeangros no le interesó nunca la fama ni el reconocimiento. No tuvo tampoco ningún reparo en poner en cuestión de manera firme, constante y sistemática los falsos valores que abundan en nuestra sociedad: el cortoplacismo, la norma del menor esfuerzo, el elitismo, la cultura de la trampa (la llamada “malicia indígena”), el clasismo, el arribismo, el complejo de inferioridad frente a lo extranjero, la chambonería y la mediocridad y otros males que son los que realmente dañan a nuestro país. Sobre todo la mediocridad, pues como le digo a veces a mis estudiantes Colombia es un país de 3,5. Una nota alta porque al promediar el 5.0 en paisaje se compensa las bajísimas notas en ética de nuestra sociedad.

 

No nos debería dar vergüenza hablar de educación. No hay que justificarla en función de cosas aparentemente más importantes como la “productividad”. Todos los proyectos educativos deberían atacar la raíz de los verdaderos problemas de nuestra sociedad, así como lo hizo M. Jeangros: los malsanos y falsos valores que imperan perversamente en nuestra sociedad. Por eso la educación dependerá siempre del esfuerzo de individuos, de personas comprometidas y entregadas a su tarea que no esperan el reconocimiento banal de la sociedad banal.

 

(*) Profesor Asociado de la Facultad de Ciencia Política, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.