Jefe de campaña hasta que Trump lo despidió, Manafort ayer fue puesto bajo arresto domiciliario por blanqueo de dineros, conspiración y fraude tributario, tras comprobarse los pagos que los rusos le hicieron por diferentes tareas durante una década
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En arresto domiciliario, por su estrecha relación con Rusia, que lo llevó a realizar un cabildeo ilegal cuyas ganancias terminaron en paraísos fiscales, Paul Manafort, exjefe de la campaña de Donald Trump, se ha convertido en una pieza central dentro de la investigación sobre la supuesta “colusión” con Moscú.
Detalladamente, Robert S. Mueller, fiscal asignado para la causa, concluyó en un informe de 23 páginas que Manafort había cumplido labores de cabildeo en Ucrania, promocionadas por autoridades prorrusas, que aparentemente lo llevaron ante las más altas autoridades de ese país.
Por su trabajo, Manafort recibió astronómicas sumas, de las cuales, según el informe, 18 millones de dólares fueron blanqueados en paraísos fiscales, razón que ha llevado a las autoridades judiciales norteamericanas a imputarle los delitos de fraude tributario, conspiración y lavado de dinero.
Esta es la primera decisión judicial contra un miembro de la campaña de Trump en el marco de la supuesta “colusión” con Rusia. En ocasiones anteriores, miembros del gabinete fueron despedidos o habían renunciado, por sus presuntos vínculos con el Kremlin.
La acusación
La acusación, que rodea el círculo más cercano de Trump, parece en sus primeras líneas la típica descripción de cualquier persona que blanquea dinero. “Manafort utilizó su riqueza escondida en el extranjero para disfrutar de un estilo de vida lujoso en los Estados Unidos sin pagar impuestos sobre ese ingreso”, dice al principio.
Ha sido, como dicen algunos, ¿motivada por los demócratas? No es que el partido de Hillary Clinton lo haya pedido (igual lo pidió), sino que, como demuestra la investigación, uno de los asesores de Trump, George Papadopoulos, se reunió en marzo de 2016 en Londres con la sobrina del presidente ruso, Vladimir Putin, para afectar la campaña de la candidata demócrata.
Papadopoulos, firmante de un acuerdo de culpabilidad el 5 de octubre, dijo que otros miembros del equipo del actual presidente coordinaron otras reuniones para que el Presidente asistiera, con el fin de afectar a Clinton. ¿Fue Trump a esas reuniones? Eso es lo que se investiga, además de si tenía conocimiento de los pasos de Papadopoulos.
En enero, reporta The New York Times, Papadopoulos aceptó que no le había confesado al F.B.I. sus relaciones con un profesor ruso quien, presuntamente, “tenía conexiones sustanciales con funcionarios del gobierno ruso”. Según documentos judiciales, el exasesor, contrario a su testimonio preliminar, había conocido al profesor después de incorporarse a la campaña de Trump, no antes.
¿Manafort-Papadopoulos, conexión?
En la campaña de Trump, se especula, no se movía un dedo sin la autorización de Manafort, jefe de la misma. Es entendible, para eso fue escogido. De ahí que, tras el documento revelado por la fiscalía delegada, se empiece a hablar que Manafort eventualmente autorizó a Papadopoulos para que buscara a los rusos y coordinara acciones contra la campaña de Clinton.
Manafort, por su cercanía con ucranianos y rusos, parece ser es eslabón perdido -ya no tanto-. Su pasado demuestra profundos y onerosos nexos con los rusos desde una década atrás.
En una larga investigación, The Wall Street Journal (WSJ) reveló que por más de 10 años Manafort realizó un trabajo que “que a menudo encajaba con intereses políticos rusos no solo en Ucrania, sino también en Georgia y Montenegro, otros países que el Kremlin consideraba dentro de su esfera de influencia”.
Uno de sus principales financiadores era el ruso Oleg Deripaska, hombre de negocios con una estrecha relación con el Kremlin. En una entrevista con el Financial Time (FT), en 2007, este declaró “no me separo del estado” y “no tengo otros intereses”.
Ese interés por el Estado eventualmente lo conllevó a relacionar a la campaña de Trump con la cúpula del gobierno ruso. Es posible que estuvo detrás del encuentro entre la sobrina de Putin y Papadopoulos en Londres, para conspirar contra la campaña de Clinton, como dicen los documentos. Y otras cosas más.
Desde hace un tiempo, en Estados Unidos se viene hablando de la relación entre Manafort y Deripaska, quien denunció a la AP por “difamación” al escribir sobre los presuntos vínculos entre los dos. Tras denunciar a la agencia, su portavoz dijo que “Deripaska nunca tuvo ningún acuerdo, ya sea contractual o de otro tipo, con Manafort para promover los intereses del gobierno ruso” y añadió que “Deripaska cortó las relaciones con el Sr. Manafort hace muchos años” (WSJ).
Y, ¿ahora qué?
Al enterarse que el expresidente ucraniano, Viktor F. Yanukovych, le pagó 12 millones de dólares, Trump despidió a Manafort de su campaña en agosto de 2016, argumentando que no había revelado esa suma.
La relación entre ambos empezó a ser mala desde entonces, pero quedó en un segundo plano, ante la inminente llegada del millonario a la Casa Blanca. Viejo estratega republicano, Trump había elegido a Manafort como jefe de su campaña para atraer a las bases del partido y romper con el establecimiento republicano, casi todo en su contra. Después los objetivos cambiaron, aparentemente.
Por ahora, Trump es el más interesado en que se aclare toda la verdad sobre la colusión entre Manafort y los rusos. La investigación, sin embargo, va seguir, como ha dicho Robert Mueller, el encargado de ella. El Presidente puede despedir a este o dejar que avance, sin más remedio que esperar los resultados.
Despedir a Mueller no parece una buena jugada en este momento. Con una aprobación del 56% y varias leyes estancadas en el Congreso, el Presidente no puede echar a una persona más, de una lista gruesa e inconveniente, porque generaría más sospechas.
Pase lo que pase, la encrucijada rusa empieza a resolverse, con actores importantes como Manafort o Papadopoulos. ¿Qué hará Trump?
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