Al principio parecía una historia de ficción de Jorge Amado, desprovista de personajes agradables. Luego, con las especulaciones de la prensa local, se convirtió en un cuento de literatura ‘negra’ de Rubén Fonseca. En cuestión de horas, esta multifacética novela fue interpretada por Michel Temer, presidente de Brasil, quien viajó por el surrealismo de los rumores hasta aterrizar en Brasilia, donde dijo: “no renunciaré, repito, no renunciaré”, en un terrible jueves que recordará como una amarga experiencia.
El libreto, que se reproduce tantas veces como la Garota de Ipanema de Joao Gilberto, fue más o menos el mismo de los últimos dos años. Corrupción, compra de testigos y grabaciones, sirvieron para que el diario Jornal Nacional (O Globo) denunciara el miércoles que Temer había comprado el silencio del expresidente de la Cámara de Representantes, Eduardo Cunha, hoy encarcelado –como casi todos los políticos en Brasil- por la Operación Lava Jato.
Tan pronto el principal portal de Brasil publicó la noticia, se vino abajo la bolsa de Sao Paulo el jueves, la gente salió a marchar en contra del Gobierno y se empezó a rumorar que Temer dejaría el poder en la tarde. Al mismo tiempo, los ministros de Defensa y Cultura presentaron su renuncia y un senador habló de un proyecto de Impeachment para culpar al presidente por obstrucción a la justicia.
Hasta ayer
Hasta ayer, el presidente había evitado cualquier conexión con el mega-escándalo de corrupción que enfrenta la clase política de Brasil y parte del empresariado. Rodeado de investigados, se especulaba su posible relación con algunos de los procesados, pero hasta el momento no se le había demostrado nada. De su gabinete, ocho personas tienen casos frente a la justicia, lo mismo que 24 senadores y 39 diputados.
Su supuesta inocencia, sin embargo, quedó en entredicho tras las revelaciones de O Globo. El presidente, según el portal, se reunió el 7 de mayo con Joesley Batista, empresario cuya familia controla JBS (mayor exportadores de carne del mundo), para hablar sobre un presunto pago mensual a Cunha. “Es necesario mantener eso, vale”, dice el audio revelado. Batista aseguró que Temer no le pagaba a Cunha, pero sí sabía que lo hacían. Le interesaba, presuntamente, que mantuviera la boca cerrada.
Al conocer las grabaciones, el Tribunal Supremo de Brasil confirmó que le abrirá una investigación a Temer por supuesta “obstrucción de justicia”, después de que el Congreso anunciara en cabeza del senador Alessandro Molon, la noche del miércoles, que iniciaría el proceso para alejar a Temer del cargo.
Desde que Dilma Rousseff abandonó Brasilia por “maquillar” las cuentas públicas del Estado, ha pasado sólo un año. Oportunista, Temer, cuando la destitución era una realidad, fue el primero en acusar a la expresidenta. Pero ahora parece correr con la misma suerte, al menos porque tendrá que enfrentar, por un lado, la justicia y, por el otro, la rendición de cuentas ante el Congreso.
Al conocerse el audio, se creyó que dejaría el cargo. Sin embargo, dijo: “no renunció”
El terremoto político en Brasil no para. Hace una semana Lula fue interrogado por su presunta participación en Lava Jato. Una semana después, ayer, al tiempo en que se conocían detalles de las revelaciones de O Globo, un tribunal suspendió al principal opositor de Lula durante su gobierno y hoy senador, Aecio Neves, por supuestos sobornos entregados a un empresario.
Temer, temeroso
En medio de rumores que hablaban de su renuncia, Temer se defendió en cadena nacional y dijo, al contrario, que no dejaba el cargo, “sé de la corrección de mis actos”. De momento, volvió la calma en Planalto (sede presidencial). Pero este ambiente de momentánea tranquilidad es la expresión de una sensación efímera y fácilmente derrotable.
A Temer, como le pasó a Dilma, le espera un difícil camino, si opta por quedarse en el poder hasta las elecciones de 2018. Según el periódico Estadao de Sao Paulo, existen cuatro escenarios que posiblemente tendrá que enfrentar el presidente para demostrar su inocencia.
El primero de ellos es un proceso ordinario ante el Tribunal de Justicia por obstrucción de justicia, que deberá ser presentado por la Fiscalía General de Brasil. Para que este surta efecto, tendrá que ser avalado por dos tercios de la Cámara de Diputados. De ahí, el proceso podría derivar en dos escenarios: ser apartado del cargo o recibir una condena.
Al tener en cuenta lo que enfrentó Dilma Rousseff, la opción anterior parece un poco alejada de lo que va ocurrir. Dice el diario paulista que el impeachment por “crimen de responsabilidad” -misma figura que se usó contra la expresidenta- depende de la aprobación de la Cámara y el Senado. Si se abre este proceso, Temer quedaría alejado por 180 días del cargo. Por ese tiempo asumiría el presidente de la Cámara de Representantes (porque Temer no tiene vicepresidente) y luego se convocarían elecciones indirectas en 30 días.
Además de estos dos escenarios, en la justicia brasileña cursa un proceso en instancia de casación contra la fórmula Dilma-Temer, que puede llevarlo, por otra vía, a ser destituido. Del mismo modo, se especula que el Tribunal Supremo podría interferir contra Temer sin la aprobación del Parlamento, arguyendo que esto hace parte de su autonomía en “casos especiales”.
El ambiente en Brasil vuelve a ser el mismo al de hace un año y medio cuando empezó el juicio contra Dilma Rousseff. Los brasileños vuelven a conversar sobre las posibilidades jurídicas para que el presidente de turno se presente ante la justicia. Ávida de nuevas figuras, la clase política otra vez enfrenta líos judiciales y pierde el poco apoyo que le queda entre la gente. Y mientras, el país afronta la peor “recesión de su historia”, como el mismo Temer ha calificado la crisis afrontada a partir de medidas de austeridad. Austeridad que a los políticos, a la hora de corromperse, les faltó.