LOS observadores, en particular los más escépticos se inclinaron por señalar que la nueva Presidente de la Comisión Europea, la alemana Úrsula von der Leyen (1958 -) emergía con un liderazgo más bien solitario. Se trataba de la premonición de una lideresa actuando como francotiradora. No se entreveían muchos apoyos, en lo que influía también, la carencia de propuestas de mayor calado estructural. Se veía como una actriz política, sofisticada si se desea, pero surgida más bien como producto de lo espontáneo, que de arreglos programáticos y partidistas con peso significativo.
Esa fue la impresión desde las fases iniciales en las cuales se fue anunciando su liderazgo, hace ya más de un mes, es decir a mediados de junio de este año. Sin embargo en la actualidad, varios grupos parecen irse aglutinando con base en la agenda que la nueva funcionaria ha propuesto.
Se trata de lineamientos en función de los cuales se moverían los ejes operacionales de la Comisión Europea, y que desde ya se vislumbran como incluyentes. Esos ejes se refieren a temas globales: lo ecológico, lo social y productivo, además de la temática de equidad de género.
No sólo los medios de comunicación más conservadores lo han subrayado, en cuanto a ser tópicos de moda. Se refieren estos temas a una actualización de lo que puede ser el reforzamiento de Europa, un continente y un proceso de integración tan constante como intensamente amenazado por la ola de nacionalismos populistas de derecha, que han surgido al final de esta segunda década del Siglo XXI; que han emergido como hongos luego de la lluvia, ya se trate de Polonia, Francia, Italia o la misma Alemania.
Ese es precisamente el desafío esencial que tiene la dirigencia que asume ahora la conducción de la Unión Europea: hacer que los beneficios de la Unión se hagan sentir en los grupos sociales mayoritarios en los países que mantienen la esperanza de un Viejo Continente cohesionado. Esos fueron los motivos de legitimidad en la conducción política que se plantearon desde aquel lejano 9 de mayo de 1950, con el discurso del Canciller francés, el demócrata-cristiano Robert Schuman (1886-1963).
Nótese que si el Tratado de la Unión Europea desea ganarse, mantener, o bien reforzar su credibilidad, debe posibilitar que los derroteros europeos se encaminen en pro de mejorar procesos económicos sostenibles, desarrollo social equitativo e incluyente, y un manejo sustentable del medio ambiente. Fue a partir de ello, que el proceso de integración europeo siguió desde un inicio, un rumbo estratégico basado en dos grandes líneas de acción.
Por una parte se posibilitaba la concreción política general, y por el otro los beneficios concretos para la población. De allí que originalmente, el Tratado se refiriera a la Comunidad del Carbón y el Acero, puesta en marcha el 23 de julio de 1952, con la integración de Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países Bajos.
Es de subrayar que para ese inicio, pragmáticamente se utilizó la infraestructura institucional ya conformada para ese entonces del Benelux –Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo- con el agregado político de Italia y de las dos potencias cuyas discrepancias habían contribuido a la generación sangrienta de dos guerras mundiales: Alemania y Francia.
Es innegable que von der Leyen ganó por la mínima. Con 383 votos a favor, tan sólo nueve más de los necesarios, y un caudal que en determinado momento amenazaba con proporciones apocalípticas, pero que quedó en 327 votos en contra. Una oposición para nada despreciable.
De promesas a resultados
Von der Leyen sabe que si desea credibilidad debe generar y mostrar resultados. Resultados útiles, prácticos y oportunos. De allí que la dirigente plantea la propuesta de un Acuerdo Verde. El mismo tendría como finalidad reducir las emisiones de bióxido de carbono, a la vez que fortalece la cubierta forestal, en lo posible.
Es un dato que llega como cierto aliciente, y es absolutamente contrastante con el planteamiento -más amenaza que promesa- que hace el exmilitar Bolsonaro desde Brasil, en su obcecación con los agro-negocios que darían cuenta de una arriesgada deforestación en los 5.5 millones de kilómetros cuadrados de cobertura que tiene la Amazonía.
No obstante en un mundo de inmediatismo feroz, en donde muchas inversiones se perciben como gastos -excepto que sean militares- von der Leyen sabe que camina en la cornisa: su plan ecológico demanda una inversión de 1,000 millones de euros.
En términos sociales la nueva presidente electa de la Comisión Europea plantea un salario mínimo en la Unión, lo que choca con las disposiciones más basadas en lo neoclásico y lo neoliberal, que en función de rasgos propios del Estado de Bienestar. Una política basada en esto último, tendería a ir compensando al menos en algo, el notable déficit de demanda interna que se presenta aún en los países europeos.
En este punto de las disposiciones salariales es probable que existan diferencias de fondo con la también presidente, pero del Banco Central Europeo, la francesa Christine Lagarde (1956 -) quien se inclinaría más por planes de ajuste estructural, con la respectiva observancia de la “regla fiscal” y la protección de los sistemas financieros nacionales.
Para los nuevos funcionarios de la Comisión Europea, órgano ejecutivo de la Unión, las cosas por otro lado, no están totalmente aseguradas con el Parlamento Europeo. Es una instancia bastante fragmentada, con algunos miembros atrabiliarios. Hay allí, personas de limitada paciencia, que se ponen violentos cuando no se les invita a la fiesta.
Además de los resultados y la legitimidad que debe ser sostenida por la ciudadanía de base, la gobernabilidad también es una apuesta en firme en la cual, indudablemente, debe embarcarse la nueva dirigencia europea.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.