Hay cuatro proyectos en fase III -prueba en humanos- que están cerca de tener la vacuna para inmunizar a la población del Covid-19. El acceso a ella, sin embargo, será difícil para los países en vías de desarrollo, como ha quedado demostrado con los ventiladores. ¿Qué hacer?
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El Covid-19 no conoce fronteras, pero las vacunas sí. Eso indica el precedente más cercano, cuando en 2009, durante el brote de la gripe Porcina (H1N1), el virus mermó paulatinamente, mientras que los países con más dinero y poder adquirieron todas las dosis de la vacuna para inmunizar a sus poblaciones. Aquellos países en vía de desarrollo y pobres, como de costumbre, se quedaron sin vacuna.
Inevitablemente un escenario parecido en la producción y distribución de la vacuna contra el coronavirus puede pasar. Las condiciones, incluso, son más complejas. Aunque desde hace un tiempo el multilateralismo viene en crisis, este año ha sido casi una sentencia de muerte para sus proyectos. La Organización Mundial de Salud (OMS) parece no tener la capacidad política e institucional para liderar una repartición equitativa de la vacuna. A excepción de la Unión Europea, pasa lo mismo con otras organizaciones supranacionales como la ONU y las regionales como la Organización Panamericana en Latinoamérica.
Aunque haya un régimen de valores aparentemente compartidos por todos los miembros -en este caso la cooperación- siempre prima la voluntad de las grandes potencias para definir la agenda o, de aposta, limitar la acción institucional. El problema con las organizaciones multilaterales es que son al final dirigidas por los intereses de los estados. Estados Unidos y China, principales financiadores, aunque el primero ahora haya renunciado a la OMS, construyen y dirigen los objetivos del multilateralismo.
Para las naciones hegemónicas la prioridad entonces va a ser crear, producir e inmunizar a sus poblaciones con la vacuna para el Covid-19. Emplear, dicen algunos, un nacionalismo sanitario. Basta ver cómo ha sido su comportamiento. Y no se trata de hablar de alguien tan obvio como Donald Trump; él ha venido definiendo la doctrina que llamó “patriotismo” en la ONU. Me refiero a Europa, Oceanía, Canadá, que con tanto ímpetu han defendido el multilateralismo. En medio de la crisis, salvo China y algunos países asiáticos, han cerrado las exportaciones de material sanitario. ¡Qué falta de liberalismo, diría Keohane!
Muchas dudas surgen sobre la distribución que se le pueda dar a la vacuna. Después de cerrar exportaciones, ¿por qué la vacuna si se convertiría en un bien universal para que llegue a otros países? Pregunta que, en el más estricto sentido, se responde con la evidencia: no hay razones para que eso ocurra. “El sálvense quien pueda”, tan ampliamente defendido en este momento por las democracias liberales, ha sido el paradigma con los ventiladores o respiradores. Aquellos que hace unos años decían que el futuro era la cooperación global, le han dicho indirectamente al sur global, a la periferia, a los países en vía de desarrollo, que acudan a China porque ellos restringieron la venta fuera de sus fronteras.
Es claro que el coronavirus no sólo es un reto para la salud sino para el manejo de las expectativas. No hay día en que Tedros Adhanom, el criticado director de la OMS, desinfle la esperanza con lapidarias frases que terminan en pánico, mientras muchos incautos -como yo- esperan al menos un saludo sin cara de terror. Pasa con la vacuna lo mismo. En mayo, cuando apenas el coronavirus escalaba en Latinoamérica, se hablaba, aquí y allá, que la vacuna estaría en septiembre. ¿La vacuna para quién, primero que todo, y para cuándo?
Tanto ha avanzado la ciencia, pese a que no pudo prevenir esta crisis, que la vacuna es una posibilidad real, no retórica. Pero no deja de estar mediadas por los intereses políticos, nacionales y económicos de países y compañías. Si en las guerras mundiales la industria armamentista y los países que la sostenían a ella se hicieron millonarios, cuesta pensar que no vaya a pasar lo mismo con las farmacéuticas y sus países.
Decir que en poco tiempo la vacuna va ser una realidad no es cualquier cosa. Hace 100 años Alexander Fleming encontró en la penicilina la fórmula mágica del antibiótico, y nuestra historia cambió. Con la vacuna contra el Covid-19, algo parecido podría pasar.
En su página dedicada a rastrear los proyectos de la vacuna contra el coronavirus, The New York Times publica que hay cuatro grupos en fase III. Esto se traduce en que ya se conducen proyectos en seres humanos para probar la efectividad de la vacuna para inmunizar a las personas en Inglaterra-Brasil-Suráfrica, China, y Australia. El más avanzado es el de AstraZeneca en alianza con la Universidad de Oxford, que, según los últimos comunicados, “estaría produciendo vacunas de emergencia para finales de octubre”. Lo más importante de esta alianza es que ha anunciado que será capaz de producir dos billones de dosis.
En Australia, The Murdoch Children’s Research Institute, aunque no ha dicho cuando tendría la vacuna, ha anunciado que está en fase III. Pero China saca la ventaja, no en número, pero si en proyectos. Por llevar más tiempo en la pandemia o simplemente por capacidad, Sinovac Biotech, con sede en Wuhan, ha lanzado este mes las primeras pruebas de la vacuna en humanos este mes. Tuvieron lugar en Brasil. La compañía del estado chino, Sinopharm, también ha empezado a probar la vacuna en los Emiratos Árabes Unidos.
Queda entonces preguntarse qué puede hacer una región como Latinoamérica, cuya población alcanza más de los 800 millones de personas, para conseguir dosis de la vacuna que le permita inmunizar a los trabajadores de la primera línea y los más vulnerables.
Aparte de que tendrá que priorizar los sectores más vulnerables al virus para aplicar la vacuna, es claro que los países deben adoptar una diplomacia pragmática. En el frente multilateral, aunque poco optimismo genere las organizaciones supranacionales, deben presionar a las potencias para que le den acceso equitativo a la vacuna, como lo prevé el acelerador de herramientas Covid-19 de la OMS.
El pragmatismo, al mismo tiempo, debe guiar sus relaciones bilaterales. Cuesta entender a Jair Bolsonaro, pero Brasil ha mostrado una política hábil y pragmática para acceder a la vacuna, haciendo alianzas con Occidente -Oxford y Estados Unidos- y con China, independientemente de su ideología y acercamiento con Washington. Es cierto que su enfoque epidemiológico ha sido negligente, pero el acceso a la vacuna, de lejos, ha sido el camino más exitoso para un país en vía de desarrollo.
Lo que queda claro es que la vacuna no será para todos. Habrá que ser, entonces, estratégicos para acceder a dosis mínimas de ella en un mundo donde prima el “sálvese quien pueda”.