ERA realmente muy difícil, se requería tener un corazón demasiado curtido, para no animarse con lo acontecido aquel ya lejano 18 de diciembre de 2005, cuando Evo Morales (1959 -) un indígena, ganaba con el 54 por ciento de votos, la presidencia de Bolivia. Le había bastado una sola vuelta electoral para hacerse con la mayoría de los sufragios.
Además nótese que esa elección fue muy concurrida. Se llegó a tener lo que sería un 84 por ciento de participación electoral. Lo excepcional del hecho era claro: por primera vez en la historia de uno de los dos países con mayoría originaria en Latinoamérica -el otro es Guatemala- un indígena llegaba a ocupar la presidencia del organismo Ejecutivo.
Sin embargo había una gran señal de alerta en toda esta secuencia de hechos que ha desembocado en la renuncia de Evo Morales a la presidencia de Bolivia, el 10 de noviembre de 2019, luego de 13 años, 9 meses y 18 días en el poder. Ese alertivo era que desde esas elecciones de mediados de la primera década del Siglo XXI se imponía un resultado polarizado de la votación. Polarizado en lo económico y en la representación que se tenía de los principales grupos de presión en Bolivia.
Los indígenas del altiplano, los cocaleros y las clases más vulnerables, veían en Evo Morales a su representante. Él era uno de ellos. Por otra parte, los grupos empresariales, con posiciones añejas, se inclinaban por supuesto, por las opciones más conservadoras. Algo que ha sido más bien constante en el devenir político de Bolivia y Latinoamérica.
Todo la franja este del país, las grandes planicies productivas, la “Media Luna boliviana”, se inclinaron en ese diciembre de 2005, por el candidato más conservador Jorge Quiroga (1960 -), quien ya había ocupado la presidencia del país de agosto de agosto de 2001 a agosto de 2002. Los departamentos que apoyaron a Quiroga fueron cuatro: Pando, Beni, Santa Cruz -reconocida como el centro económico del país- además de Tarija.
Evo Morales se hacía con la totalidad del altiplano, contando para ello, con sus victorias en el occidente boliviano, un total de cinco departamentos: La Paz, Oruro, Cochabamba, Potosí y Sucre. Esta representación de los grupos más vulnerables marcaría toda la gestión presidencial de prácticamente tres períodos consecutivos, por parte de la Administración Morales.
Era lógico suponer que los medios de comunicación, por lo general proclives a mantener una línea conservadora de actitudes y entidades, fueran -al igual que sus representados- más que recelosos de la gestión del presidente indígena. Morales sabía desde un inicio que no tenía derecho a mayores ni menores equivocaciones.
Esta condicionante fue decisiva para el desarrollo de los acontecimientos y se concretó en tres desaciertos de Evo Morales, que desde luego fueron amplificados por las cajas de resonancia en la comunicación masiva de los grupos de mayor poder. Los tres aspectos habrían sido: (i) aislamiento de las propias bases del presidente; (ii) desconocimiento del resultado del referéndum que impedía un cuarto mandato; y (iii) interrupción en el conteo de votos de la última elección presidencial del 20 de octubre pasado.
Esos tres componentes se vieron influenciados por dos elementos fundamentales en el contexto que afecta a Bolivia. Uno de ellos, los resultados del mal llamado socialismo venezolano que deja ya una migración de al menos tres millones de personas buscando oportunidades en otros países, en particular Colombia, Ecuador y Perú. Y de manera complementaria, la influencia del mandatario actual en Washington en donde se destaca esa peculiar mezcla de intransigencia y prepotencia por parte del grupo que está al mando en la Casa Blanca.
En cuanto al primer aspecto señalado, el aislamiento de las bases del Presidente, es algo que se vio fortalecido este mismo año. El mandatario Morales había autorizado, mediante la firma de la Ley 741 y el Decreto Supremo 3973, el desmonte y quema de terrenos a fin de expandir la frontera agrícola. Esto se constituye, al menos parcialmente, en factor que habría incidido en los incendios forestales del 15 de septiembre pasado, los que arrasarían cerca de 4.1 millones de hectáreas. Eso ocurrió en especial en las regiones de Chiquitania y la Amazonía Boliviana.
El segundo aspecto, el desconocimiento del resultado que impedía presentarse como candidato a un cuarto período presidencial. Como se recordará, el 21 de febrero de 2016 se celebró un referéndum en Bolivia. El objetivo era determinar si la población aprobaba que el presidente Morales se postulara a una nueva reelección. Morales llegó a decir que “gane el sí o gane el no, vamos a respetar los resultados, esa es la democracia”.
Mediante un puñado de votos, el referéndum dio la victoria al no sobre el sí, por margen de 51 a 49 por ciento. Sólo tres departamentos le dieron la victoria al sí: La Paz, Oruro y Cochabamba; tres regiones del altiplano fieles a Morales. No obstante, el martes 4 de diciembre de 2018, el Tribunal Supremo Electoral autorizó al presidente a poder inscribirse como candidato. El fantasma de la perpetuación en el poder se hacía presente.
Y, el último componente: justo, cuando se tenía la proyección de que habría segunda vuelta para elecciones presidenciales, se interrumpió el conteo de votos el domingo 20 de octubre pasado, casi a las 8 de la noche. Una vez que se reanudó la publicación de resultados, Evo Morales ya era ganador en primera vuelta. El desenlace total de esto, ya es historia.
Era abiertamente impredecible que el expresidente de Bolivia estuviera en el exilio en México. Los grupos tradicionales están desde ya, fortaleciendo instituciones excluyentes o extractivas en el país sudamericano. Todo ello mientras la violencia se sigue cobrando víctimas mortales en un país que, careciendo de consensos, clama por legalidades.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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