BRASIL se agrega, desde hace tiempo ya, a los países latinoamericanos en donde la confusión, la complejidad y la exclusión social, además de lo que va quedando de auténtica democracia, generan dinámicas que devoran notables oportunidades para las sociedades de la región. Los ejemplos emergen y se consolidan.
Allí están, como ilustraciones, los casos de degradación plena sobre la legitimidad concreta en Venezuela, ahora que Maduro se posesionó para un período que terminaría en 2025. Allí están los impases que va teniendo Andrés Manuel López Obrador desde México en la concreción de sus planes de campaña política.
Allí está también la agonía sobre la ya indigente legitimidad política que aún quedaba en Guatemala, un país cada vez más parecido al sufriente Haití. Todas esas escaramuzas legales para evitar que sea el propio Estado y los dueños de siempre, quienes continúen saqueando recursos. Ahora en el escenario guatemalteco, el presidente y los sectores del poder -–hegemónicos desde la colonia- se niegan a enfrentar elementales procesos de control a la corrupción.
Como indicaba una pancarta de protesta en este país centroamericano: “El gobierno ni las cúpulas de poder pueden luchar contra la corrupción, porque ellos son la corrupción”. A estos y otros casos latinoamericanos se suma ahora, con más fuerza si esto es factible, la situación de Brasil. Las fauces del neofascismo se asoman con mayor intensidad.
El talante dictatorial de Bolsonaro se hace sentir con las disposiciones de ministros, mayoritariamente exmilitares, como el propio mandatario y su vice-presidente. Las órdenes son copiosas. Se tratan de evidenciar las soluciones de fuerzas, “pragmáticas”, rápidas, contundentes, todo ello subrayando el populismo de la extrema derecha. Un “logro” inicial como indicador: la eliminación de los ministerios de Cultura, de Deportes y de Desarrollo.
Bolsonaro recalca en cada oportunidad que los micrófonos le presentan, que su imagen de prototipo es Trump, desde Washington. De aquí surge la primera advertencia, en función de un mínimo de legitimidad real en el ejercicio del poder político desde Brasilia: hay que enfatizarlo con claridad, la historia demuestra que Estados Unidos privilegia el tener intereses más que amigos.
Un acercamiento hacia Trump no se vería mal desde la capital estadounidense. Brasil representa cerca del 44 por ciento del total de producción de América Latina y el Caribe. Junto a México, estos dos países son responsables casi del 70 por ciento del total de producción regional. Además, Brasil -ahora junto a Piñera en Chile y Macri en Argentina- hacen que se consolide en Mercosur un talante de excesivo vuelco “pro-negocios” que fomentaría las compras desde Estados Unidos. Además y como mínimo, se contienen también los posicionamientos de la izquierda en el continente.
Existe, como se sabe, el pragmatismo estadounidense. A partir de ello Bolsonaro ha ofrecido incluso, que podrían ser bienvenidas bases militares en el territorio de Brasil. Pero de nuevo, esto puede infringir un severo control permanente de las condiciones económicas y sociales –si es que no totalmente del país, es de recordar que Brasil tiene 8.5 millones de kilómetros cuadrados de territorio- sí se podría llevar a cabo este control en las zonas neurálgicas de la producción y el poder político, más concentradas en el sur del territorio, junto a una zona estratégica: la frontera compartida con Paraguay, Uruguay y Argentina.
Una segunda advertencia: Estados Unidos apoya al régimen de Bolsonaro como medio de contención de la creciente influencia de China y Rusia en América del Sur. Se trata de lo que podría devenir en un ataque a la línea de flotación del BRICS -el grupo de economías emergentes-, conformada por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
Sin embargo las cosas no son tan fáciles y simples como la “cultura” del cuartel se lo puede indicar al recién inaugurado presidente en Planalto. Las inversiones y los nexos entre Brasil y China se han ido consolidando. Es un hecho que la relativa distancia y el tamaño considerable de la economía de Brasil, le permite ir tejiendo diversidad en las dependencias de su economía. No es el caso, por ejemplo, de México o del Reino Unido, quienes tienen estrictamente mercados naturales en Estados Unidos y Europa respectivamente.
Sin embargo, es evidente que estos conceptos simples escapan del entendimiento del inquilino temporal desde Brasilia. Sin embargo, la lógica en la vida es inexorable. Y aquí viene una tercera advertencia, muy importante en materia de comercio internacional.
En especial con el desprecio que el capitán Bolsonaro tiene por el medio ambiente y su amenaza concreta sobre la Amazonía, se le está proporcionando una consistente justificación al Presidente Macron de Francia para que, en bloque, la Unión Europea rechace o al menos restringa o posponga, el acuerdo de comercio preferencial -con vistas a conformar un área de libre comercio- entre el Viejo Continente y Mercosur.
En este aspecto, también, el capitán se lleva por delante los intereses, los alcances y los avances que se han tenido sobre esta aspiración de caminar en la senda del libre comercio con un mercado muy expandido, como es el Europeo. Algo que se ha ido forjando desde hace por lo menos seis años.
Esos asuntos no parecen ser prioridad para la Brasilia de ahora. Amanecerá y veremos. Pero Bolsonaro debe tener cuidado. Brasil puede ser el principal afectado por políticas que este mismo país promueva y que tengan notable impacto en Latinoamérica.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. (El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna)