Muchos de los principales medios periodísticos del mundo han dado a conocer recientemente, los principales datos de un reporte de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO): “La Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo”. En general las cifras son relativamente alentadoras para la región latinoamericana, dado que el hambre retrocedió en casi todos los países.
Sin embargo, el único país en donde la carencia crónica de alimentos aparece como un fenómeno con creciente velocidad, es Venezuela. En él, en los últimos 10 años, el hambre pasó de afectar 10.5 a 11.7 por ciento de la población. Eso es parte del sufrimiento totalmente evitable que el represivo régimen militar, impone desde Caracas. Véanse al respecto, las cifras del éxodo de la población venezolana, algo que se concretaría en al menos un millón y medio de personas buscando oportunidades en países vecinos.
Se trata una vez más de una consecuencia del pésimo manejo de la economía del país, en donde los ejes estratégicos de gestión pública se basaron en la importación de casi todo. Venezuela se fue transformando en lo que típicamente se reconoce como una “economía de puerto”, donde la especialización se produce en uno o pocos productos, a la vez que se exacerba la dependencia de prácticamente todos los bienes que la población demanda.
No obstante esta crisis que es de lo más llamativa, dado que afecta a la “potencia petrolera latinoamericana”, otros países tienen índices de hambre mayores. Estos últimos serían los casos de Bolivia –con un 19.8 por ciento de la población afectada por este flagelo- Nicaragua -16.2 por ciento- y Guatemala, con 15.8 por ciento de la población.
De nuevo esto reitera la conformación del “clúster” o agrupación más vulnerable en América Latina y el Caribe. Se trata de un grupo conformado, en términos estructurales, por Haití, Nicaragua, Honduras, Guatemala, Guyana, y hasta cierto punto Bolivia. En contraste, en el otro extremo, los países más funcionales de la región incluyen a Uruguay, Costa Rica, Trinidad y Tobago, y, con considerando ciertos matices, Chile y Panamá.
Los datos más actualizados respecto a los niveles de subnutrición en Latinoamérica y el Caribe, permiten identificar varios grupos de naciones. Aquellas que están en mejores condiciones, al tener un porcentaje de población con hambre que no supera el 5 por ciento de la población, son: Brasil, Cuba, Uruguay, Chile, México y Costa Rica.
Países cuya población con hambre se encuentra entre 5 y 10 por ciento: Colombia, Ecuador, Perú y Panamá. Países con ese indicador entre 10 y 15 por ciento: El Salvador, República Dominicana, Paraguay y Venezuela, y naciones con porcentajes de su población con hambre que superan el 15 por ciento: Honduras, Guatemala, Nicaragua y Bolivia.
Haciendo referencia a una perspectiva conjunta, la FAO identifica varias causales del fenómeno en los países centroamericanos y Bolivia. Esos factores se relacionan con grandes áreas rurales que usualmente son pobladas con grupos indígenas. Es de recordar que en Latinoamérica y el Caribe, los dos países en los cuales la población indígena es superior al 50 por ciento del total son Guatemala y Bolivia. Estaríamos frente a escenarios de discriminación y de trato inequitativo hacia minorías, por razones étnicas.
A esto se agrega que en general, en los países de la región, la institucionalidad es débil. Esto es, los países tienden a tener más territorio que Estado. Esa trama de instituciones débiles se vio aún más afectada con las políticas del “Consenso de Washington” o de ideología neoliberal.
Conforme a ellas, se han establecido en la región desde mediados de los años ochenta, reducciones a las condiciones de estructura y alcances del Estado. Se aumentaron los impuestos, a la vez que, con la justificación de la competitividad se han disminuido ingresos al gobierno producto de contribuciones fiscales de las empresas. También ha impactado el descenso de los ingresos no tributarios de los gobiernos, producto de la baja en los precios internacionales de las materias primas de exportación.
En medio de las condicionantes anteriores, es posible advertir que en la mayoría de los países latinoamericanos coexisten prácticamente dos tipos de sociedades. Una de ellas por lo general urbana con efectivos mecanismos de inserción en la economía, y por otro lado, las poblaciones rurales, en donde las condicionantes de pobreza y marginalidad son mayores.
Además de esos factores rurales, o más bien relacionados con ellos, los países centroamericanos y Bolivia estarían conteniendo “corredores secos” es decir zonas en las cuales los efectos particulares de “El Niño” y el calentamiento global, están dejando sentir más drásticamente sus efectos.
Un ejemplo de esto lo constituyen las condiciones de pérdidas de cosechas en Guatemala y las condiciones de hambre y de mayor mortalidad infantil en las regiones orientales del país, especialmente en el área de Chiquimula. Allí se tienen graves incidencias en las condiciones de vida de los indígenas chorties, un grupo que también habita en El Salvador y Honduras.
Somos muy probablemente la primera generación en el planeta que puede evitar muertes de niños y de personas que vienen desde la Alta Edad Media, tal el caso de problemas digestivos o respiratorios. No se trata de que no tengamos ni conocimientos ni medios. Nada de eso, ahora contamos con ello. El hecho de que exista hambre en los países y que tenga cobertura en un importante porcentaje de población, indica, luego de casi 200 años de independencia, lo disfuncional, lo injusto e ineficiente de las sociedades.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.