Después de más de 40 años en el centro de la actividad política de los Estados Unidos, existe la tendencia a asumir que ya se conocen las tendencias políticas de Joe Biden. Sin embargo su autoproclamada postura “moderada”, con la que busca atraer los votos de las alas más liberales e izquierdistas de su partido, puede pasarle factura, por la ambigüedad que puede generar en el manejo de algunos temas cruciales y, de llegar a ser presidente, podría llevar a una administración débil y sin rumbo.
El discurso del exvicepresidente intenta conciliar las ideas liberales representadas por los Clinton, con las de corte más socialdemócrata de las que su antiguo rival Bernie Sanderes y el expresidente Barack Obama hacen gala. De hecho, en un artículo publicado en la revista Foreign Policy se afirma que es plausible pensar que “la razón más obvia por la que Obama eligió a Biden como su compañero de fórmula en ambas campañas es precisamente que estaba destinado a funcionar como un contrapunto a la imagen disruptiva de Obama, complementando el mensaje general de 'cambio', con una melodía más familiar y tranquilizadora”.
Por lo tanto, es un error asumir que Biden representa el “Obamaismo sin Obama”, y más aún pensar que su campaña constituye una reiteración de la fallida candidatura de Clinton a la presidencia en 2016, agrega.
Esta postura conciliadora, así como la imagen de "constructor de puentes" de Biden, que pueden ser alabadas por muchos, podrían en esta ocasión jugarle en contra, si se considera que el candidato durante muchos años apoyó proyectos de ley "duros con el crimen" (que han tenido un efecto abrumadoramente negativo, especialmente en las comunidades afroamericanas y de clase trabajadora) y en cambio desestimó programas de asistencia social universalistas como el “Medicare para todos” y la matrícula universitaria pública gratuita, de gran acogida entre miembros de su partido. Estas posiciones, que ahora intentan ser ocultadas por su campaña, revelarían que en el fondo de su programa de gobierno no hay propuestas concretas, más allá de un claro anti-Trumpismo.
Hasta ahora, la campaña de Biden ha sido muy diferente a la de la candidata presidencial demócratas Hillary Clinton, quien encarnó una forma de liberalismo tecnocrático basada en una fe profundamente arraigada en los datos, el libre mercado y la naturaleza benigna de la hegemonía militar estadounidense en el exterior.
Parecería razonable pensar, tal y como lo afirma el artículo de Foreign Policy, que Biden busca trazar un camino intermedio entre el ala liberal del partido y el socialismo de Sanders. Esta "tercera vía" que propone no es reciente y era un tema de conversación básico de una rama específica del conservadurismo europeo, que buscaba distinguirse del fascismo y las ideas revolucionarias de la extrema izquierda durante los años de entreguerras y posguerra y que en Europa se conoce como la democracia cristiana.
“Como resultado de un esfuerzo intelectual del siglo XIX por reconciliar la doctrina social católica con la democracia moderna, la ideología democrático-cristiana puede caracterizarse en términos de tres principios fundamentales: una concepción moralmente teñida del 'orden natural' como una sociedad armoniosa y orgánicamente integrada; una concepción reparadora del estado de bienestar como una forma de proteger la unidad social y la estabilidad de la amenaza de una toma de poder radical; y una concepción de la práctica democrática como un proceso constante de reconciliación entre intereses sociales en conflicto”.
Es posible identificar cada una de estas características en el discurso de Biden, quien apunta a una visión idealizada de la sociedad estadounidense como un orden armonioso y orgánicamente integrado, que descansa sobre una base de cooperación mutua y un conjunto compartido de valores morales situados necesariamente en el pasado. “No es así como nuestros padres nos educaron” es un estribillo frecuente en los discursos de Biden.
Siguiendo esta línea, el candidato promueve la intervención estatal en la economía para, sobretodo, proteger a los grupos más desfavorecidos, así como otras medidas de asistencia social que si bien implican en cierta medida una redistribución socioeconómica, evita la idea más radical de que la sociedad debe aspirar a alguna forma de igualdad sustantiva, así como formal, idea de la democracia cristiana clásica.
De hecho, la pospuesta económica de Biden, que es prácticamente copiada de la del actual mandatario, busca asegurarse de que todos tengan un "interés" en la economía capitalista y se aparta de la postura radical de la extrema izquierda.
Esta es la dimensión profundamente conservadora de la promesa de Biden de "curar" las divisiones que atraviesan la sociedad estadounidense y que recuerda el énfasis histórico de la democracia cristiana europea en los valores de "unidad nacional" y "restauración" del orden social en el período posterior de la Segunda Guerra Mundial.
La comparación con la democracia cristiana también puede ayudar a arrojar luz sobre las perspectivas futuras de Biden como candidato y presidente. Por un lado, sus promesas de restauración moral, protección social y reconciliación política constituyen un arma electoral poderosa. Sin embargo esta postura sugiere que, si es elegido, es probable que el nuevo mandatario esté mucho más abierto a la influencia política de lo que Clinton o Sanders habrían estado como presidentes. Su administración probablemente dejaría un amplio espacio para que las dos facciones principales dentro del Partido, continúen dando forma a la política de maneras importantes, aunque es probable que ninguna obtenga todo lo que desea.
Es probable entonces que Biden quede sin un sentido claro de dirección más allá de la derrota de las fuerzas políticas a las que se opone y visto desde esta perspectiva, Biden podría tener éxito en derrotar a Sanders y a Trump. Pero su presidencia probablemente terminaría siendo bastante frágil y sin un norte claro para abordar los problemas sociales y políticos más profundos de Estados Unidos.