¿ES el régimen de Nicolás Maduro cada vez más débil? Por lo visto el jueves en una ceremonia de posesión atípica, se puede decir que relativamente no. Al contrario, parece más sólido que hace un año y medio, cuando acorralado y desesperado, se aisló en Miraflores, activó a los “colectivos” (autodefensas) para reprimir las manifestaciones en su contra (la mayoría de homicidios fueron cometidos por ellos) y lanzó una Constituyente para socavar los poderes de la Asamblea Nacional (Poder Legislativo).
Atornillado en el poder, el número 1 del chavismo inicia su segundo periodo siguiendo el libreto cubano que exige la radicalización del modelo socialista –fallido para la mayoría del mundo-. Para ello, busca consolidar su base política, militar y, un poco menos, la económica, donde poco ha logrado para revertir la crisis humanitaria.
Otra política
En un unísono tono de victoria, no fue más que escuchar la lectura de la lista de invitados a la posesión, entre los que se encontraban delegado de Rusia, China, Turquía e Irán. Quedó claro, más allá de la calidad de sus representante (solo cinco presidentes asistieron y 17 países enviaron delegados de segundo nivel), que esos cuatro países apoyan al chavismo, a pesar de su autoritarismo.
A Moscú o Pekín poco le importa que el gobierno en Caracas sea calificado por casi toda la comunidad internacional de “ilegítimo”, un término que ha sido interpretado por el chavismo y sus bases como contradictorio, ya que ganó las elecciones presidenciales en mayo de 2018 y así legitimó por la vía democrática la reelección de Maduro.
Aparentemente, este argumento parece válido, pero pierde de vista el desarrollo político de los últimos años. Está claro que un sector muy minoritario de la oposición participó en las presidenciales con Henri Falcón, pero también es cierto que este nunca ha representado a los sectores mayoritarios de Venezuela, que se abstuvieron de participar en este y otros comicios.
Maduro, sin embargo, insiste en que su gobierno es legítimo al igual que las bases chavistas. En un artículo de Página 12 (periódico de izquierda argentino), Alejandro Fierro escribe que “no reconocer a Maduro es no reconocer a la democracia”, dando a entender lo que muchos oficialistas creen: el “planeta es mucho más grande que lo que sugieren algunos titulares” que informan sobre la crisis.
A pesar de la negación de la debacle humanitaria, es inobjetable para cualquier venezolano reconocer la inviabilidad del modelo actual. En un día un producto puede cambiar tres veces de precio, las familias no ven otra solución que migrar y el régimen vulnera cada vez más los derechos civiles y políticos.
Hasta los mismos oficialistas son víctimas de la acelerada crisis. Es a ellos, a las bases y mandos medios, a los que le apuesta la oposición para que, como ha venido ocurriendo, la disidencia dé un paso al costado y negocie una eventual transición a la democracia, por la degradación del legado de Hugo Chávez.
Pero hoy parece que en Venezuela nada se mueve sin la venia de las Fuerzas Militares, una organización que tiene más poder que los mismos líderes chavistas. El jueves se confirmó en un acto en Fuerte Tiuna (base militar venezolana) que Maduro se debe más a ellas que a los venezolanos, porque son quienes lo mantienen en Miraflores.
Muchas cosas se han dicho sobre las grietas en los militares. En agosto, luego del supuesto fallido atentado contra Maduro, fueron detenidos dos generales, mientras que un mes después The New York Times confirmó una presunta reunión entre altos mandatos con diplomáticos norteamericanos. Según Human Rights Watch, en 2018 fueron capturados 180 acusados de conspirar contra el régimen.
No obstante, la cúpula militar sigue inamovible. Como dijo el jueves el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, al momento en que la entregaba una réplica del sable de Rafael Urdaneta a Maduro: “Leales siempre, traidores nunca”.
Esa lealtad a ciegas se debe a que en el Ejecutivo en nueve de 32 ministerios hay militares a cargo, que dominan las carteras más importantes, como Defensa, Interior, Agricultura y Alimentación, además de Pdvsa, confirmando que Venezuela antes que cualquier cosa es un régimen cívico-militar.
Guaidó, “el interino”
Juan Guaidó hizo efectivo lo que el partido 16 de Julio llamó el “carmonazo”, una analogía sobre aquella vez, en la que Rafael Carmona asumió la Presidencia de Venezuela por un día, en 2002, mientras Hugo Chávez estaba detenido en la Orchila. El viernes, desde un barrio de Caracas, donde hacía un cabildo abierto, dijo que asumía las competencias de la Presidencia de la República para “convocar un proceso de elecciones libres y transparentes que faciliten una transición pacífica y democrática.
Apoyado por la OEA e indirectamente por Brasil, el político de Voluntad Popular llamó a Maduro “usurpador del poder” y nuevamente les hizo un guiño a las Fuerzas Armas Bolivarianas de Venezuela para que se hagan del lado de la oposición.
Está por verse en lo legal y en lo político cuáles son los efectos de este anuncio. Algunos dicen que Guaidó simplemente quiso postulares como el presidente de una eventual transición, mientras que otros opinan que fue una declaración de facto para asumir la presidencia interina.
El escenario es relativamente parecido al de Hondura, cuando en 2009 Manuel Zelaya fue removido del cargo, pero siguió gobernando. Por supuesto que hay notorias diferencias.
Por ahora, Brasil ha dicho que reconoce como órgano Ejecutivo a la Asamblea Nacional, al tanto que la Organización de Estados Americanos (OEA) reconoció como legítima la presidencia interina de Guaidó.
La expectativa gira en torno a la movilización convocada por Guaidó el próximo 23 de enero para exigir, como se ha hecho los últimos años, elecciones democráticas.
Fiel a su estilo, el chavismo, a través de la ministra de Penitenciarías, Iris Varela, le ha respondido: “Guaidó, ya te acomodé la celda, con tu respectivo uniforme (…) muchacho pajúo”.