Aún con la tendencia que se hace evidente en la Administración del presidente estadounidense Joe Biden, tratando de superar las tinieblas del legado de su antecesor Donald Trump, las situaciones internacionales continúan por demás complicadas. Lo último, como se sabe, es la desavenencia de los submarinos nucleares que Estados Unidos le venderá a Australia substituyendo al pacto que previamente este último país había firmado con Francia y que se informó como “Aukus”.
Este embrollo da para mucho. Pone en entredicho la seriedad de Camberra, de Washington y desde luego, ese sinuoso proceder del Reino Unido de Boris Johnson. Coloca de nuevo impasses entre Europa y los estadounidenses, en particular la negativa afectación a Francia. Por otra parte, reaviva malestares globales con China.
En todo esto y con especial referencia a la actualidad de Medio Oriente, se pone en evidencia el juego de avances y retrocesos entre Estados Unidos y Turquía, en especial, con relación al problema kurdo y de otras minorías en Irak, Irán y Siria. En ciertos momentos los países involucrados cooperan, en otras instancias tienden a competir. Este tópico es parte del contexto sub-regional, que incluye también, la problemática de la guerra inacabada en siria y el problema palestino-judío. En este entramado, los kurdos han sido importantes.
Los luchadores del Kurdistán han coincidido con Estados Unidos en el combate contra los fundamentalistas musulmanes en la región. Turquía y la potencia norteamericana han cooperado en la lucha regional, pero ahora, las posiciones pueden entrar en la dimensión de competencia, sobre qué hacer con las minorías kurdas.
Como se sabe, el grupo kurdo quedó sin un territorio propio y su población se encuentra diseminada en varios países: Armenia, Azerbaiján, pero muy en especial, en Siria, Turquía, Iraq e Irán. Esta minoría es una de las tres -ocupando la región norte- que junto a los shiítas y los suníes, conforman Iraq. Los kurdos hunden sus raíces históricas tan lejos como el Siglo X, antes de Cristo; durante muchos períodos de su historia han sido sangrientamente perseguidos.
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En la actualidad, los kurdos han sido una fuerza especialmente importante en la lucha contra los fundamentalistas, pero en este tiempo que parece irse agotando para Estados Unidos, las posiciones del gobierno del mandatario turco Recep Tayyip Erdogán se van consolidando. Ello desembocaría, como ha ocurrido en otras ocasiones, en una cruenta represión a los kurdos.
Con base en un estudio político basado en la teoría de escenarios dinámicos y actores, es posible advertir dos posiciones que -respecto al problema kurdo- prevalecerían actualmente en Washington.
Por una parte, estaría la apuesta por la conformación, como mínimo de una autonomía kurda, si no es que de un territorio con soberanía -algo muy poco factible. Esta estrategia se ubica en la perspectiva de Washington de formar varios estados -microestados- que fuesen más fácilmente controlables. Algo similar a lo que ocurre en América Latina y el Caribe.
En esto se incluiría la continuidad de los conflictos. Lo que favorece la consolidación de ejércitos represivos, control de gobiernos y fortalecimiento al complejo industrial-militar, cuyos grupos de presión e intereses mantienen notable poder en Washington.
Por otra parte, estaría la posición que documenta el investigador Nazanín Narmanián, según la cual la alianza de Estados Unidos con los kurdos habría sido táctica y que ahora serían, estos últimos, dejados a su suerte. Se reconocen desde ya, pronunciamientos según los cuales, “un Estado Kurdistán no es viable”. Las palabras dan para todo, especialmente en el ámbito de la diplomacia, los intereses tácticos o estructurales, o bien las simulaciones.
En esta segunda opción, de nuevo, por si alguien abrigase todavía alguna duda, Washington sellaría de nuevo su alianza más estructural con Turquía, con el gobierno de Erdogan. No importa en esto la represión, el asesinato de civiles que se puedan cometer por los ejércitos dirigidos desde Ankara. Algo siniestro se encontraría al acecho: el monto por el cual se negociaría la vida de los kurdos.
Con el fin de mantener ocupadas a las fuerzas armadas y al complejo militar, el poder Ejecutivo de Estados Unidos la situación kurda estaría funcionando como justificación y pretexto. Tanto los ejércitos de Washington y Ankara pueden salir beneficiados.
Si Erdogan no cediera a las presiones de Washington, en la capital estadounidense se podría alentar el reconocimiento de algo sensible para el gobierno turco: el genocidio armenio. Con ello habría justificación de sanciones internacionales. Y ya se sabe que esta política de matoneo, como mínimo, ha sido efectiva en el “tratamiento” del problema de los inmigrantes, en otros casos, en lo que atañe a México y países de Centro América.
Han existido momentos en los cuales se ha evidenciado una tendencia cambiante en las posiciones norteamericanas. Eso se concretó en la iniciativa de retirar las tropas de Siria. Tal planteamiento se dio a conocer en Washington, pero habrían sido los grupos de presión belicista, los que la habrían impedido, al menos parcialmente. Al respecto se evidenciaría que, especialmente durante el período de Trump, lo errático del participante de “realities” de televisión, no ocurrió de gratis. Grandes sectores se beneficiaron.
En medio de todo, lo que en Medio Oriente se requiere es la implementación de la política de dos Estados, el palestino y el judío. Es evidente: las guerras, la violencia, perduran fuertemente arraigadas en la insensatez humana. Al respecto, existe una frase atribuida al premio Nobel de Literatura de 1954, Ernest Hemingway (1896-1961): “jamás piensen que una guerra por justificada que parezca, deja de ser un crimen”.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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