El debut de Ernesto Díaz Rodríguez: más allá de hacer un recital | El Nuevo Siglo
ERNESTO Díaz Rodríguez reunió en su programa ka Bach, Beethoven, Rachmaninov, Adolfo Mejía y Aldo López Gavilán, una selección con la que evidenció su virtuosismo y enmudeció al auditorio. Foto: archivo particular.
Domingo, 17 de Marzo de 2024

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

No sucede siempre. Pero algunos intérpretes logran sacar al auditorio de la grata comodidad de disfrutar la música. Acaba de ocurrir, la noche del jueves pasado, en el sacrosanto recinto de la Luis Ángel Arango en desarrollo de la Serie de los jóvenes intérpretes con el debut de Ernesto Díaz Rodríguez.

 

Su programa dejó flotando en la atmósfera del más precioso auditorio de música de cámara del país y, sin exagerar, uno de los más bellos del mundo, que se puede hacer un manifiesto sobre el arte del piano.

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Seguramente para muchos no pasó inadvertido que, reunir en el mismo programa a Bach, Beethoven, Rachmaninov, Adolfo Mejía y Aldo López Gavilán, entraña en sí una manera perspicaz de no tomar a la ligera la oportunidad de llegar a una sala cuya trayectoria pesa, y de qué manera. Debut en la Luis Ángel, precedido de la experiencia y preparación que demanda tamaño compromiso.

Bach, Beethoven, Rachmaninov, Mejía y López-Gavilán

Abrió con el Preludio y Fuga nº11 en fa mayor BWV 880 del Libro II del Clave bien Temperado, Antiguo testamento del piano de Johann Sebastian Bach; sin duda, el Preludio, en 3/2, uno de los más experimentales y profundamente complejos de la colección, fue resuelto con equilibrada fluidez de continuidad en el fraseo - dicen que su calma es oceánica- sin pasar por alto que cuidó  la claridad en los diálogos de las voces que, aseguran algunos, revelan atavismos con el arte de los clavecinistas franceses. 

Imposible pasar inadvertido que Díaz no tuvo temor, en el piano, de aprovechar, con discreción la posibilidad del pedal. Audaz, sin duda. Ya en la complicadísima fuga, una giga en 3/16 a 3 voces, las cosas fueron de otro talante, porque logró lo que seguramente buscó el compositor, un contraste rotundo en su decidida extroversión, sugiriendo que en su genialidad hasta influyó a los clásicos vieneses.

La primera parte cerró con la Sonata nº 32 en do menor op. 11 de Ludwig van Beethoven. Si con Bach trajo el Antiguo con Beethoven hizo lo propio con el Nuevo Testamento, en la última de las 32 sonatas. Evidentemente más relajado, no tuvo temor de atacar con resolución el magnífico portal Maestoso, carácter que mantuvo a lo largo de todo el movimiento. Su recorrido por el segundo, Arietta – Adagio molto semplice e cantabile seguido de las asombrosas 6 variaciones que, son la razón de ser de esta especie de viaje existencial del compositor. Al tocar la Op. 111 dejó flotando en el espacio de la Luis Ángel la certeza de que la suya es la preparación de un pianista en posesión de los medios para resolver una partitura de extrema complejidad; cuánto lirismo y control de las manos en la Variación I y vitalidad en la siguiente, que en manos de un intérprete menos analítico puede convertirse en una caricatura. Ahora bien, si de técnica ha de hablarse, el exigente trino de la variación VI fue enfrentado y resuelto con increíble autoridad.

Tras el intermedio, la primera obra de la segunda parte planteó el recorrido de una obra de aliento, si se quiere, provocador: la Sonata nº2 en Si bemol menor op. 36 de Sergei Rachmaninov. Si en Beethoven abrió con decisión en Rachmaninov la sonoridad fue telúrica y pasional, como si quisiera decir que su técnica no tiene fisuras. Ahora bien, escaló una cima a la altura del segundo movimento, Non allegro – lento, porque en una sonata que obsesionó al compositor, que la concibió en 1913 y la glosó en el 36 y que luego ha sido intervenida, por Ruth Laredo y hasta por Horowitz, Ernesto Díaz, vaya a saberse cómo, logró unas sonoridades sugestivamente ravelianas, que nos pusieron de cara ante la evidencia de que la sonata puede deparar más sorpresas de las que están en el presupuesto del oyente. Al fin y al cabo, también de eso se trata el ritual de un concierto: descubrir la música.

Mismo milagro en la siguiente obra, Pasillo de las campanas de Adolfo Mejía, porque doblegó la partitura de un pasillo que no parece serlo, pues en algunos de sus episodios puso en evidencia que sí, es un pasillo, sólo que se necesita buscarlo entre la música.

Última selección, Pan con timba de Aldo López-Gavilán –cubano visto en Bogotá, en la desaparecida Serie Internacional del Teatro Colsubsidio y con la Filarmónica- donde se permitió lo que faltaba, dominio del ritmo, brillantez virtuosística y guiños a lo contemporáneo.

Fuera de programa, en íntima confidencia, un encore, composición su arte.

Algo de atavismos

Ernesto Díaz utiliza su segundo apellido, para que no haya confusión con su abuelo, Ernesto Díaz Alméciga (1932 - 2001), el violista, maestro y pedagogo fundador de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Colombia. Su abuela es Helvia Mendoza, una de las grandísimas pianistas de este país e hijo del violinista Mario Díaz Mendoza. 

Dicho en otras palabras, en su familia todos son músicos. Sólo que se trata del primero de la saga que ha seguido el camino pianístico de su abuela.

Lo que se hereda no se hurta.