Crónica| Venezuela: 'Unos van alegres y otros van llorando…' | El Nuevo Siglo
Foto AFP
Lunes, 30 de Diciembre de 2019
Gilberto Rojas
En Venezuela las dos caras de la moneda nunca estuvieron tan marcadas como en este Fin de Año. La celebración se cierne sobre una gran masa que anhela los viejos tiempos y otra que lo intenta pasar lo mejor que puede sorteando todas las dificultades que les da el vivir en socialismo

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Nunca estuvo más vigente el tema Navidad que Vuelve de la mítica agrupación venezolana la Billo’s Caracas Boys en una tierra que estaba acostumbrada a ver cómo su gente celebraba estas fechas por todo lo alto con luces y cohetes, caña y dulce, eventos y salidas infantiles nocturnas, ostentosas cenas y estrenos inmejorables para toda la familia.

Hoy por hoy de las patinatas nocturnas, donde se veía a niños hasta altas horas de la madrugada sobre sus bicicletas, patines y patinetas en las plazas de todo el país, no queda nada. Los días en los que las mamás elegían los pinos canadienses más grandes y espléndidos, donde las luces viejas quedaban para adornar nacimientos y se compraban nuevas para alumbrar el hogar, en los que se almorzaba con hallaca y bollo todo diciembre y en los que la reuniones familiares eran todo un acontecimiento… sí todo eso y más ya quedó como un dulce recuerdo de lo que fue y ya no es, y quién sabe si volverá a ser.

Y esto porque así los cabeza de familia ganen en dólares y tengan seguridad privada siempre un primo o un hijo se fue del país, la carne ya no sabe a lo mismo porque ya no se produce en Venezuela, no puede salir luciendo un reloj nuevo por las calles de la ciudad, ir a comprar ropa de estrenos es un peligro, reunirse en familia ya no es posible porque los viajes son un gasto innecesario e ir por carretera tantas horas no es lo más recomendable y porque el sentido de amistad, jolgorio, perdón y nuevo comienzo de las fechas decembrinas fueron sustituidas por rabia, depresión, añoranzas y rencor.

La cena de fin de año

En un conjunto residencial de la ya casi extinta clase media, en Caracas, lo primero que se nota es la gran cantidad de apartamentos a oscuras y vacíos, todos migraron. Lo siguiente que salta a la vista o mejor dicho, al oído, es la ausencia de gaitas, música decembrina por excelencia en Venezuela, a todo volumen. Los más pequeños ya no están jugando en los estacionamientos con los regalos que les trajo el Niño Jesús ni divirtiéndose con luces de bengala bajo la vista vigilante de sus padres. No huele a pernil ni a hallacas, los recuerdos de carros de todo el país con sus letreros “de tal ciudad a Caracas” en fila entrando a urbanizaciones solo quedaron en eso, y los únicos que se van a reunir son los familiares que viven muy cerca y que tuvieron algunos dólares para hacer al menos una modesta cena de Fin de Año.

Las abuelas y matronas de la casa hoy tienen que dividir su tiempo en hacer unas pocas decenas de hallacas, la ensalada de gallina, pan de jamón y el pernil (si alcanzó la platica), y aprender a manejar el teléfono inteligente que les mandaron del exterior para así poder hablar con los hijos y nietos que tienen fuera de Venezuela. Las conversaciones sobre cómo pasaron el año, qué trajo de nuevo el Niño Jesús y a qué playa irán cuando se vuelvan a reunir en las vacaciones de Carnavales (febrero) fueron sustituidas por silencios nostálgicos, noticias de la ida de uno u otro hijo seguramente a Colombia, Argentina, Chile o España, y claro, de lo grave “que está la cosa”.

La cena para 20 o 30 personas pasó a ser comida para tres o cuatro. Esa mesa que estaba atiborrada de pernil o asado negro, hallacas, bollos, ensalada de gallina, pan de jamón, dulce de lechosa (papaya), ponche crema, torta negra, uvas, mandarinas, avellanas, nueces, los respectivos vasos de wiski, ron o cerveza más las gaseosas para los niños, más gritos y risas de alegría ya solo cuentan con tres o cuatro de estas cosas, y de lo último, muy poco.

Algunos afortunados

Asimismo, se puede ver como algunas familias este fin de año lograron tener un respiro de la muy mala situación económica que aqueja a más del 90% de la población; sus hijos en el exterior, luego de varios años, ya están estables, con buenos trabajos y pudieron viajar a sus hogares de visita o llevarse a su familia para las ciudades de países ajenos que se convirtieron en sus residencias, o en su defecto pudieron enviar suficiente dinero con la orden clara de que querían ver una Navidad “como las de antes” en su casa así no pudieran estar en ellas y deban estar confinados a pasar la medianoche pegados el celular observando a sus familiares en Venezuela disfrutar de lo que con mucho esfuerzo estos migrantes pudieron lograr en Bogotá, Buenos Aires, Santiago o Madrid.

También están los que se pusieron a vender pañuelos en tiempo de lágrimas e hicieron su “agosto” transándose con divisas, servicios básicos (luz, agua, gas), importando por debajo de cuerdas alimentos y ropa… estos también verán un fin de año con algo más de esperanza pero tampoco será lo mismo que vivieron hace al menos 10 años.

Y es que por más que el régimen comunista que arrasó con la nación hermana quiera dar imagen de país en fiesta poniéndole luces al centro de Caracas e incluso alumbrando la cloaca del Río Guaire, la tristeza y la miseria se palpan al solo respirar el aire de la que una vez fue bautizada como la capital parisina de América Latina… Y por eso, como dijo la Billo’s, y hoy más que nunca: unos van alegres y otros, casi todos, van llorando.