Se cumplieron 500 años de la reconquista de Tenochtitlán por Hernán Cortés, la más dura y cruel batalla, de 75 días y 75 noches, entre mayo y el 13 de agosto de 1521. Digo reconquista, porque Moctezuma ya había aceptado ser súbdito de Carlos V.
El cerco cortesiano de Tenochtitlán se produjo con toda una estrategia, empezando por un bélico recorrido de varios meses de machacamiento de los aliados potenciales de Cuauhtémoc en torno de la gran laguna. Una neutralización de posibles aliados, para así asilar a Cuauhtémoc, quien al final solo contó con su vieja triple alianza de Coanácoch (Tacuba) y Tetlepanquétzal (Texoco)
También dentro de la misma estrategia -que hoy se estudia en muchas academias militares- estuvo la botadura de los trece bergantines -cada uno con su cañón, sus remeros y sus soldados-, construidos en Tlaxcala. Embarcaciones que fueron trasladadas, en partes separadas, a la laguna, para allí proceder a su ensamblaje definitivo con vistas a tener el dominio del medio acuático. Algo nada fácil, ya que los mexicas con sus miles de canoas, eran conocedores de los vericuetos de los canales y de las diferentes profundidades en cada parte del lago.
En ese contexto, el primer gran objetivo cortesiano fue la destrucción del acueducto de agua potable de la ciudad. A lo que siguió la ocupación de las calzadas de acceso a la gran ínsula que era Tenochtitlán, a fin de cortar todo tránsito de personas y ayudas materiales a los sitiados.
Una vez iniciada la gran batalla, Cortés se propuso acabar con el mayor depósito de provisiones de sus contrarios, situado en Tlatelolco, al noroeste de la ciudad. Para lo cual ordenó a sus capitanes, Alvarado y Sandoval, atacar el gran mercado que allí había. Una secuencia trágica por la ferocidad de la defensa indígena, que logró la captura de 62 españoles, con un efecto demoledor en la tropa española que vio cómo eran sacrificados y canibalizados, uno a uno, en medio del mayor alborozo de los mexicas.
La lucha dentro de la ciudad fue muy dura, con avances y retrocesos, en un guerrear que empezaba cada día. Por lo cual, Cortés, decidió ir consolidando su avance de cada jornada, asolando por entero el espacio recién conquistado. Ordenó a los bergantines que incendiaran todo a ambos lados de cada canal; incluido el palacio de Axayacatlan -donde los españoles tuvieron su primera residencia-, sin perdonar la mismísima Casa de las Aves de Moctezuma. Esa acción demoledora en su conjunto equivalió a destruir la ciudad por completo, a la que contribuyeron con entusiasmo los indígenas aliados (tlaxcaltecas, cholutecas, toconecas, etc), con palas y azadones para arrasar todo lo que recordara a los odiados aztecas.
En ese trance de aniquilación, el 24 de julio de 1521 ardió en llamas el propio palacio de Cuauhtémoc, lo que dio nuevos ánimos a los sitiadores, que ya eran dueños de las tres cuartas partes de la ciudad, pero aún con sangrientas refriegas, día tras día, cundiendo el hambre y las enfermedades que debilitaban la indómita resistencia indígena. Varias veces ofreció Cortés un armisticio sin que Cuauhtémoc aceptara.
Al final, llegó san Hipólito, el 13 de agosto de 1521. Cuando Cortés instruyó sobre cómo asaltar el último reducto de Cuauhtémoc, en un lugar difícil de alcanzar por tierra. Ordenó a Sandoval, almirante de la flota de bergantines, que completaran el cerco de los que aún resistían en esos lugares, y que buscaran a su emperador, al tlatoani. Siendo éste sorprendido cuando estaba disponiéndose a abandonar Tenochtitlán, cruzando la laguna, para refugiarse en algún lugar que pudiera acogerlo y proseguir la lucha fuera de la ciudad. El capitán Sandoval organizó la captura, que hizo su lugarteniente. García Holguín, al seguir una canoa grande en fuga, que según apreciaron llevaba al principal de los aztecas con sus mujeres, en compañía de los citados caciques Coanácoh de Tacuba y Tetlepanquétzal de Texcoco. Los tres señores de México abandonaban la escena, vistiendo mantas de maguey (agave), muy sucias, sin insignias de su alta categoría. Una vez apresado el Tlatoani, hubo un breve diálogo entre él y Cortés, que quedó registrado en la segunda carta de relación de don Hernán al Rey-emperador Carlos: “Cuauhtémoc llegóse a mi y dijome en su lengua, que él ya había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos, hasta venir en aquel estado; que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le matase”.
Cortés preservó la vida de Cuauhtémoc, continuando, formalmente como tlatoani por casi cuatro años, durante lo que fue el más excelso período para don Hernán. Ya cuando Carlos V le había designado gobernador, capitán general y justicia mayor de la Nueva España. Durante ese tiempo, el más inteligente de los conquistadores gobernó el territorio de los mexicas y los agregados inmediatos que conquistaron sus capitanes; que alcanzaron las costas de la mar del sur, zonas muy amplias en la meseta de Anáhuac y más al oeste de Veracruz en la costa del Altántico. Configurando así una vastedad varias veces la del original contorno azteca.
Muy a pesar suyo, Cortés nunca fue virrey de la Nueva España. Acabó siéndolo don Antonio Mendoza, desde 1535. Instaurándose así el régimen virreinal para un tiempo de casi tres siglos, con 64 sucesivos virreyes. Para alcanzar ese dominio en 1818 (según el Tratado Adams-Onis, de España con EE.UU.), más de cuatro millones de kilómetros cuadrados; por encima del doble del México actual.
Hoy, tras cumplirse los 500 años de la reconquista de Tenochtitlán, san Hipólito 13, muy pronto se celebrará, en otoño, en México - el primer país hispanohablante del mundo con sus 126 millones- la independencia de España, en 1821, sin que todavía sepamos, a estas alturas, si habrá algún tipo de cooperación hispano – mexicana para conmemorar la efeméride.
En ese sentido, la carta que en 2019 escribió AMLO, presidente de México, al Rey Felipe VI sigue sin publicarse por entero. Sin que tampoco sepamos si hubo ya una contestación desde la Zarzuela al Palacio Nacional en el Zócalo. Un caso más de las negligencias increíbles del Gobierno español, que a veces parece querer olvidar nuestra presencia en la historia Universal: en siete décadas desde el descubrimiento de américa, España ocupó, o tenía visos de hacerlo, su hemisferio del Tratado de Tordesillas (1494): la mitad del mundo que fue España, como he querido recordar en mi último libro, de ese mismo título
*Economista y autor del libro Hernán Cortés, gigante de la Historia”