DAVIDE G. Erro, dijo: “Nunca se podrá entender completamente cómo un país con tanto potencial, ha tenido un pasado retorcido”.
Entre 1860 y 1930 existió una nación ganadora, derivada de una colonia española que evidenciaba su avance gracias al Río de La Plata y sus tierras fértiles, en los cuales millones de emigrantes pobres del sur de Europa, pero con experiencia en comercio, respaldaron la mano de obra escasa a los grandes terratenientes.
Según cifras del Banco Mundial, el país gaucho tenía un PIB per cápita más alto que Japón, Italia y Austria, y además contaba con una clase media en ascenso en donde el 53% de su población vivía en ciudades, convirtiéndose en el país más urbanizado del mundo después de Gran Bretaña.
Años más tarde, durante la Primera Guerra Mundial, fue notable el contraste entre Argentina y el resto de naciones del sur del continente; era una nación próspera económicamente, en urbanización, modernización social y contaba con una estabilidad política reinante. Sin embargo, la distribución de la riqueza era un aspecto inherente dentro de la sociedad.
A pesar de ser el mayor exportador de carne, maíz y avena de toda la región, las tierras cultivables y la modernización de la industria agrícola se redujeron drásticamente, representando un aislamiento de su economía al compararla con países industrializados.
La crisis mundial de 1929, el golpe de Estado de 1930 de Jose Felix Uriburu, la depresión económica y la guerra comercial con EE.UU. ocasionaron un golpe económico duro y divisiones sociales con la clase obrera. Fue así como se conformaron grupos de ultraderecha que fueron el punto de partida de su decaimiento político y económico.
Diversos conflictos sociales y el emergente movimiento obrero excluido del sistema político dieron pie al nacimiento de una injerencia militar fuerte que dividió su historia en dos. Surgió, por ejemplo, Juan Domingo Perón, para muchos el político más importante de su historia por reconocer los derechos que mejoraron la calidad de vida de las clases más desprotegidas, por ser pionero en la creación del partido justicialista y por la influencia que generó en el culto a las personalidades de sus simpatizantes lo cual marcó un hito, no solo social sino económico, al aumentar la capacidad adquisitiva y la producción industrial gracias a la nacionalización de la economía.
Sin embargo, una baja prioridad a la industria agrícola, sumado a la guerra comercial con EE.UU., fundamentada en el Plan Marshall -lo que golpea fuertemente las exportaciones- y una reducción en la utilidad de las industrias, debido a los aumentos salariales, dio como resultado una gran recesión económica entre 1948 y 1953. Con esto, no hubo modificación económica sustancial en la industria, pero sí, una redistribución de ingresos y de capacidades, ocasionando un déficit en la balanza fiscal, lo que conllevó a imponer medidas severas de estabilización.
10 presidentes -cinco de ellos Generales-, dictaduras militares y administraciones represivas, entre muchas otras situaciones sociales, económicas y políticas, convirtieron a Argentina en un país complicado de administrar entre la renuncia de Perón en 1955 y su regreso en 1973. A su vez, los problemas en la balanza comercial, la inflación y la devaluación de la moneda seguían reinando en las diferentes administraciones, ocasionando aumentos en los índices de pobreza y disminución en el PIB.
Posteriormente, el sector privado y la inversión extranjera se vieron completamente impregnados por el sistema político teniendo como única prioridad su supervivencia. Luego la guerra, cimentada en un Gobierno militar revolucionario, sumado a la muerte de Perón, la confrontación por las Malvinas y con Chile instauraron el comienzo del fin, una decadencia económica que causó que en 1990 solo el 27% de los hogares argentinos se hallaran por debajo de la línea de la pobreza.
La llegada de Alfonsín a la Presidencia, con una inflación cercana al 400% y una deuda externa de más de 40 mil millones de dólares, encaminaron nuevamente una política económica populista que resultó en una inflación del 700%, un déficit aún más alto que la balanza comercial y una deuda externa imposible de pagar.
Quienes vinieron luego, entre ellos Menem -conocido por la corrupción de su administración-, De la Rúa –por la recesión económica, Duhalde -quien llegó en medio de una crisis de confianza y moralidad- y Kirchner (señor y señora) –sinónimo de corrupción-, solo dejaron un cúmulo de enormes problemas bajo un capitalismo corrupto e incierto.
Hoy, el actual Presidente Macri, se enfrenta a una crisis económica que históricamente no ha dejado de existir. La falta de confianza en los mercados internacionales, precios volátiles y tasas de interés como las más altas del mundo siguen siendo un denominador en común.
Según el Banco Mundial, Argentina ocupa el puesto 40 en el ranking de países mayor dotados con recursos naturales; sin embargo, existe aún la dicotomía entre campo, industria o servicios que necesita de un diseño económico que abarque la estructura política desequilibrada que existe. Por otro lado, la capacidad que tiene para generar divisas es nula, lo que no le permite ser competitivo frente al comercio internacional ni frente a la generación de confianza ante la inversión extranjera.
En conclusión, es estrictamente necesario que Argentina le dé un vuelco a la manera en cómo está afrontando estas crisis y comience a incentivar medidas que generen soluciones a corto y mediano plazo con el fin de fortalecer los mercados internos, los sectores industriales, pero sobre todo, que permitan fomentar estrategias anticorrupción.
Directora del Programa de Gobierno y Relaciones Internacionales, Universidad La Gran Colombia