Por Juan Carlos Eastman Arango*
Especial para EL NUEVO SIGLO
¿Hacia dónde va América Latina, y con quiénes?
LOS primeros meses del año no han sido tranquilizadores para la sociedad latinoamericana. La mayoría de sus países han estado sometidos a intensas presiones internas en todos los ámbitos, y la peligrosa sensación de que la inercia nos arrastra hacia situaciones más problemáticas, está socavando la agónica credibilidad institucional que quedaba.
Si bien es una dinámica global y sistémica, los efectos de las decisiones políticas y económicas que desde décadas atrás adoptaron sus dirigentes, se suman a las fracturas domésticas. Por lo tanto, no hay sorpresa en el diagnóstico ni revelación especial en las tendencias. Lo más difícil de aceptar es la incongruencia latinoamericana frente a temas estratégicos para su sostenibilidad social e institucional, y la inconsecuencia fruto de cálculos políticos de corta visión con el “acomodamiento casuístico” frente a sus agendas internas cuya duración resulta anecdótica.
El optimismo de la década anterior ha sido reemplazado por la cautela y el pesimismo en los años transcurridos de la segunda década del siglo XXI. ¿Cómo mirarán nuestros hijos, en una generación, el despilfarro de las promesas del inicio de este siglo? ¿Cómo analizarán la responsabilidad de las sociedades que los engendraron, cuando contemplen con incredulidad que su presente (que era nuestro futuro), era medianamente previsible y ajustable? ¿Comprenderán las razones por las cuales algunos referentes y conquistas de la segunda mitad del siglo XX se negociaron y redujeron a declaraciones nominales y a la conveniencia del relativismo y la tiranía de un pragmatismo mal entendido y, claro, mal agenciado?
Cumbres en deuda
Desde finales del año anterior, las reuniones hemisféricas, transatlánticas y subregionales profundizaron su ausencia de interés y de representatividad ciudadana. La proliferación de declaraciones, documentos de trabajo y planes de acción no logran superar la crisis identitaria que arrastran desde la década anterior.
Hemos pasado por la Cumbre Iberoamericana, la Cumbre de Mercosur, la Cumbre de Celac, las cumbres de emergencia de Unasur y de Alba, y nos preparamos para una nueva Cumbre: las de las Américas. ¿Alguien recuerda las conclusiones de ellas, o de algunas de ellas? ¿Alguien ha hecho un seguimiento a la dimensión real –que no virtual- de sus compromisos y promesas? ¿Dónde están los avances y los resultados prometeicos? ¿Alguien espera un resultado novedoso de la siguiente cumbre, llámese como se llame?
Mientras tanto, las agendas estratégicas no latinoamericanas (China, Irán y Rusia, y hasta Turquía) siguen avanzando al tiempo que nosotros continuamos cautivos de la “espiral retórica ascendente”, tan apreciada por dirigentes y demagogos criollos.
El panorama, en consecuencia, se nos antoja inquietante: los coqueteos diplomáticos llamados “alternativos o independientes”, como aquellas convicciones seculares en “socios y amigos históricos”, no han logrado consolidar la ilusión de confrontar la asimetría hemisférica; nos colocan cada vez más cerca de una nueva era de fragmentaciones subregionales latinoamericanas, atados a dinámicas y procesos de reorganización del poder global en donde somos, de nuevo, peones de nuestro propio populismo.
La nueva cumbre
El nuevo escenario del desencuentro interamericano será Panamá, durante el viernes y sábado próximos. De acuerdo con la presentación oficial a cargo del presidente Varela, la VII cumbre se propone continuar con el propósito fundacional de hace casi 21 años: “debatir sobre aspectos políticos compartidos, afirmar valores comunes y comprometerse a acciones concertadas a nivel nacional y regional con el fin de hacer frente a desafíos comunes presentes y futuros que enfrentan los países de las Américas”.
Como en otras oportunidades, y siguiendo el formato de las cumbres mundiales en general, ésta tiene un tema central también, reiterativo y ya fatigante para el oído de los latinoamericanos: “Prosperidad con equidad: el desafío de la cooperación en las Américas”.
Una vez más, el alud de documentos y promesas continuará oprimiendo las oportunidades al servicio de los ciudadanos. A los bloqueos políticos y al juego de inserciones alternativas para reducir asimetrías o disuadir agresiones de cualquier tipo contra algunos gobiernos, se sumará de nuevo el debate con pretensiones ideológicas sobre el modelo de desarrollo, las promesas del “socialismo del siglo XXI”, los “logros” en medio de la adversidad por parte de Cuba y Venezuela, el “aislamiento” del imperialismo yanqui, la política de los “golpes de Estado suaves o de baja intensidad” y un largo etcétera que venimos escuchando desde hace mucho tiempo.
Lo único novedoso lo ofrecerá la presencia de Cuba, de la mano de Estados Unidos. No es un error de redacción, amables lectores. Si querían experimentar de forma directa la confusión del siglo XXI, aquí tenemos un testimonio adicional. Si bien las distancias parecen acortarse, aún tenemos algunos meses de arduas negociaciones entre los dos gobiernos.
Pero, sin lugar a dudas, ésta será la carta prestigiosa del presidente Barack Obama (casi como un trofeo), si llegara finalmente a asistir a la VII cumbre, y su “paraguas diplomático” será muy importante para el dirigente cubano, Raúl Castro, si éste llegara a participar también en dicha reunión.
¿Lo demás? Fuera de las declaraciones altisonantes del presidente venezolano Nicolás Maduro, atrapado en medio de los acercamientos cubano-estadounidenses, y su denuncia de la “agresión imperialista” apoyada en el “eje Madrid-Bogotá-Miami”, no habrá nada novedoso que ya no se hubiera anunciado en reuniones presidenciales más modestas o en encuentros similares durante los meses transcurridos hasta la fecha.
Como apoyo a estas apreciaciones, recojamos la propuesta del gobierno del presidente Varela: “La prioridad de Panamá es el desarrollo integral del contenido, sustentado en los siguientes ejes temáticos: salud, educación, seguridad, migración, medio ambiente, energía, gobernabilidad democrática y participación ciudadana. El reto de Panamá como país sede es dar un nuevo giro a la perspectiva en la que se manejan estos temas, al ser asuntos que se han debatido anteriormente pero que merecen ser llevados al contexto actual en que vive América”.
¡Me encantará apreciar los “giros” que harán los mandatarios para darle sentido a esto! Pero el protagonista central de los infortunios latinoamericanos no fue mencionado en la lista del gobierno panameño, y es, en mi criterio, desde hace poco más de una década, de manera cada vez más ostensible, la fuente de inseguridad de nuestras sociedades: la corrupción.
¿Por qué el ambiente político enrarecido?
Varios países han concentrado la atención periodística durante los últimos meses, y han dejado, entre sus ciudadanos, sentimientos muy encontrados –generalmente adversos- sobre la gestión gubernamental, la tendencia a la privatización de sus destinos públicos, desde lo individual y familiar, y las inciertas opciones de cambio factibles, no retóricos ni enmarcados en declaraciones altisonantes y provocadoras, que alientan el aventurerismo populista. Cada caso nacional sacude los logros reales o pone contra la pared los propagandísticos del respectivo gobierno de turno, siendo más difícil para aquellos que han resultado reelectos, por primera vez o más ocasiones.
Aquellos que están experimentando la responsabilidad ejecutiva de mandatarios diferentes, tampoco sienten confianza, seguridad ni claridad sobre su futuro cercano. Por supuesto, ningún tema en América Latina es sencillo, pero ninguno de ellos es novedoso. Sólo revisemos las encuestas regionales para encontrar la persistencia de muchas preocupaciones e insatisfacciones ciudadanas. ¿Qué sucedió? A excepción de Uruguay, cuyo nuevo-viejo mandatario encontrará un entorno menos favorable que el conocido por el entonces presidente José Mujica, los demás carecen de respuestas.
En nuestro criterio, los casos bien conocidos de México, Brasil y Argentina son escandalosos. El de Venezuela es simplemente dramático y propio de la literatura del “boom del realismo mágico” de las décadas de 1960 y 1970; aunque, aceptemos, la realidad es más grotesca, ridícula y cruel que la imaginación de los más famosos escritores de entonces. Paraguay no despega, y por el contrario, su presidente no logró borrar los señalamientos de propios y vecinos de ser patrocinador del contrabando; su agenda interna sigue aplazando las soluciones, aumentando la frustración y el malestar colectivos, y concentra sus esfuerzos en el combate ineficaz contra una insurgencia armada extraña y extraviada.
Países como Perú y Nicaragua ingresaron al monitoreo noticioso por sus fracturas políticas internas, asaltando una paradoja: los índices de crecimiento económico que aplauden la banca global y las corporaciones transnacionales son insignificantes para la poca credibilidad ciudadana.
Ecuador se debate en el mundo de las excepciones: la susceptibilidad del Ejecutivo, combinación de inseguridad política y vanidad personal, ha dejado el sabor del ridículo autoritario al concentrar sus críticas y persecución contra caricaturistas. Bolivia, el desperdicio de una oportunidad que fue aplaudida y consentida en su momento por millones de simpatizantes del hemisferio, hoy recoge la factura de cobro con el adverso resultado, para el gobierno de Evo Morales, de las recientes elecciones departamentales.
Chile, por su parte, se rasga las vestiduras con las denuncias de corrupción por las relaciones entre partidos políticos y grupos empresariales, en medio del desarrollo escandaloso de las investigaciones ampliamente cubiertas por los medios de comunicación. Hasta la figura respetada y admirada de la presidente, Michelle Bachelet, ha caído en favorabilidad bajo el escrutinio político y ciudadano, gracias a los cuestionamientos sobre las actividades de su hijo y su nuera.
El horizonte se estrecha aún más cuando valoramos las posibilidades mismas del gobierno de Estados Unidos. La pugna congresional bipartidista ha golpeado la credibilidad nacional. Los esfuerzos del presidente Obama por conquistar espacios más autónomos para imponer su agenda social quedan limitados, y la visión de su equipo de colaboradores en materia de seguridad y defensa, han propiciado iniciativas bochornosas por parte de los Republicanos para torpedear propuestas y decisiones presidenciales.
Los debates sociales, raciales, educativos y religiosos al interior de cada Estado de la Unión, nos muestran una sociedad cuestionada en sus referentes tradicionales y sacudida por la incertidumbre de la reestructuración productiva y la sostenibilidad de su precaria recuperación económica. ¿Están interesados sus ciudadanos en el resto del hemisferio? No lo creemos.
¿Y lo vecinal?, también pendiente
Pero si la mayoría de los gobiernos asistirán a esa cumbre con ropajes gruesos que oculten sus lastimaduras políticas, las relaciones entre vecinos no tienen mejor presentación. Chile y Perú están enfrascados en una controversia por acusaciones de espionaje. Bolivia insiste en ir contra la historia –como otros gobiernos-, y su reclamación contra Chile en la Corte Internacional de La Haya, al tiempo que provoca a su vecino con despliegues mediáticos nacionalistas con una frecuencia obsesiva, debilita cualquier propuesta que recupere la confianza mutua. Las controversias al interior de Mercosur sobre la asimetría de las participaciones y los beneficios, sigo dejando grandes interrogantes para la continuidad de Paraguay y Uruguay, cuyos gobiernos, los anteriores y los actuales, miran con más interés su vinculación en otros escenarios de cooperación subregional.
El Caribe occidental profundiza su incertidumbre gracias a la polarización del decadente nacionalismo revolucionario del matrimonio presidencial Ortega-Murillo; la expansión hacia el este de Nicaragua, iniciada en las últimas décadas del siglo XIX, avanza a una nueva fase con la Corte Internacional de La Haya como escenario de su nueva demanda contra Colombia, ahora redimensionada con su perspectiva canalera interoceánica.
Más hacia el norte, las insólitas malas relaciones entre dos países atrapados en una isla, vuelven a someterse a una prueba más de apaciguamiento: Haití y República Dominica anunciaron recientemente que quieren intentar, por enésima ocasión, impulsar la cooperación. Después de un lustro de la tragedia humanitaria padecida por los haitianos y, como tanto se advirtió en su momento, después de los discursos, las alharacas de cooperación y buena vecindad y el anuncio de un inmenso portafolio de ayudas económicas e inversiones, poco ha cambiado; la crisis política y la amenaza de nuevas explosiones de furor social, pintan un horizonte bastante oscuro para la viabilidad de la isla en su conjunto.
Malestar social, fracturas internas, desconfianza vecinal, baja calidad de nuestra inserción comercial global (reprimarización de las exportaciones), silencios políticos e institucionales inaceptables y gobiernos bajo sospecha, sometidos a denuncias políticas e investigación judicial: creo que nunca habíamos tenido tantos problemas comunes y ninguna solución a la vista. Será una VII Cumbre de las Américas curiosa, por lo menos. Nadie podrá presumir de fortaleza; todos sí podrán abrazarse con sus debilidades y por su incertidumbre futura.
*Historiador. Especialista en Geopolítica y analista de asuntos globales. Catedrático del pregrado en Historia de la Pontificia Universidad Javeriana.