¿En verdad esos son los ricos? | El Nuevo Siglo
Martes, 30 de Agosto de 2011

 

Dice Juan Ricardo Ortega, segundo o tercer hombre en materia económica en el Gobierno, que en nivel colombiano puede reputarse rico quien gane cuatro millones mensuales en adelante y tenga 300 millones de pesos de patrimonio (un carro y un pequeño apartamento). La revelación es estremecedora por inédita. Nadie, y menos un funcionario público, se había atrevido a clasificar así los ingresos individuales. Salvo porque sea una estrategia tributaria, el concepto merece mención.
Culturalmente, Colombia nunca ha tenido la propensión angloamericana de tasar el éxito por la vía dineraria. Sólo recientemente ha entrado por la onda de los ricómetros. La verdad es que cuando fuimos más ricos fue en la época de los chibchas, dueños del oro y la leyenda del Dorado. Gracias a las riquezas de aztecas, incas y muiscas, ellos gobernaban las más grandes ciudades del mundo (Tenochtitlán, Cuzco y el valle de Bacatá). La conquista acabó con esos desarrollos y sirvió, de otra parte, para saldar las deudas del imperio hispano-germánico con los banqueros Fugger a partir del oro colombiano y la plata de México y Potosí. Luego llegó la Revolución Industrial, ajena a los españoles (y a nosotros), y los conceptos anglosajones de aplicación del capital y la técnica se tomaron el orbe al margen nuestro, desplazando en riqueza a China e India. Pronto, al parecer, volverán a estar a la cabeza.
El país, tras la independencia y el colapso grancolombiano, fue pobre. Ni había grandes fortunas, ni excedentes de capital público. Inclusive llegamos a compartir, en el siglo XX, el último lugar de riqueza con Haití. No había elites económicas, sino políticas e intelectuales Podía morirse por un verso, no por dinero. Subsistíamos por una yerba buena: el café. En las últimas décadas llegó y se desdobló el narcotráfico, con sus yerbas malas, crecidas en el barbecho prohibicionista. Una nación espiritual se tornó, de repente, materialista y temeraria.
No por ello, sin embargo, fuimos ricos, pese a la comercialización de marihuana y cocaína (y desangrarnos por ello) al estilo de un mal colombian dream. Una transculturación despreciable. En tanto, Colombia creció por otras vías. Muchas de las microempresas que permitieron la subsistencia inicial se consolidaron e incluso se volvieron grandes compañías. Ahora la nación ha palpado la riqueza porque sorpresivamente se volvió minera y petrolera. Como los chibchas con el oro. Lo que puede ser un espejismo de no invertirse bien.
El hecho está en que 2% de colombianos, en los términos de Ortega, son ricos. Inclusive, apenas 5% ganan de un millón y medio de pesos en adelante. O sea, a la viceversa, que 95% supervive con variables del salario mínimo o el rebusque. Es por mejorar esos índices que se tiene tanta fe en la bonanza minera y petrolera, y no en los impuestos. De la buena “siembra” de estos recursos depende cambiar semejante escenario. Y no en más tributos, ya a la altura de Suecia y Noruega. JGU