El vientre citadino | El Nuevo Siglo
Martes, 23 de Agosto de 2011

Una ciudad moderna puede definirse de muchas maneras. Es difícil, incluso, que exista un solo significado. Cada quien tiene su propia percepción. Para mí una ciudad moderna es aquella que le brinda servicios, oportunidades y capacidad de realización colectiva y personal a quien la habita. ¿Es Bogotá, por ejemplo, una urbe moderna?


La ciudad, a mi juicio, es uno, si no el más grande invento de la humanidad. Podría sonar a axioma o tautología, pero no es así. La aglutinación de seres humanos en un espacio determinado ha generado, durante milenios, muchas más cosas positivas que ne-gativas, pese a que lo último es lo que suele exaltarse. No siempre fue de este modo para los seres humanos en principio, indefensos y nómadas, sólo vigorizados con el sedentarismo. La creación de las ciudades no fue, pues, un fenómeno natural, sino un acto civilizador del propio ser a partir de sus características más fehacientes: el lenguaje, la inteligencia, la instrumentación y la cooperación.  


Todo ello, por ejemplo, a diferencia de la guerra que muchos consideran, no sólo la partera de la historia, sino el acicate para descubrimientos e invenciones que, pese a la depredación y muerte, después se generalizan y permiten avances médicos, tecnológicos y de toda índole. Las ciudades, en cambio, siempre han tenido bonhomía y sacan, en general, lo mejor del ser mien-tras morigeran lo peor de aquel. De allí, precisamente, que el énfasis debe estar en la cultura, la pedagogía, la educación, la nutrición, que es el fondo, sin abandonar la seguridad, la salud, el transporte, que es la forma. Los primeros son fines, los segundos, medios.


Si el hombre es él y su circunstancia, según manida frase de Ortega y Gasset, en la actualidad puede decirse que primero es la ciudad y luego el hombre (una manera de afirmar que el propio invento superó a su creador). Inclusive, muchas de las claves humanas de los últimos tiempos han estado en la generación de mecanismos para que el invento mejore y no se salga de madre. No hay duda, en estos momentos, de que el principal reto hacia el futuro, cuando el mundo pase de los siete mil millones de habitantes actuales a nueve mil en poco tiempo, es la agricultura y alimentación para excedentes humanos nunca vistos. Colombia tendrá allí la posibilidad de convertirse en una de las despensas alimentarias que se buscan con ahínco en cada palmo del territo-rio mundial.


En tanto, y en paralelo, resulta fundamental saber qué se va a hacer con ciudades como Bogotá, la metrópoli más grande del país. Lo indispensable para los bogotanos, según variable com-probada, es que se mantenga el crecimiento económico por en-cima de los índices nacionales (y ojalá latinoamericanos). Sólo así puede haber inversiones y tasas de retorno sociales por encima de los paliativos inmediatos. La clave, sin embargo, está en nunca perder los objetivos generales: que el ser humano sea lo fun-damental y la ciudad apenas su vientre. JGU