Es claro que el Presidente apostó por consenso regional antes que por lo nacional. Trata de empujar el plebiscito por la paz desde liderazgos departamentales y municipales. Cambió el estilo de gobierno y la estrategia comunicacional. Y, en el fondo, trata de equilibrar un escenario político cada vez más voluble por la cuenta regresiva para arranque de campaña presidencial. Análisis EL NUEVO SIGLO
Faltando cuatro meses para cumplir la primera mitad de su segundo mandato, el presidente Juan Manuel Santos decidió aplicar el más fuerte reajuste a la cúpula gubernamental desde agosto de 2014. En menos de dos semanas designó siete nuevos ministros, varios viceministros, reversó la reforma al Departamento Administrativo de la Presidencia, eliminó cuatro ministerios-consejeros y cambió titulares en muchas consejerías, institutos, administrativos y direcciones… Y aún faltan más movimientos.
Si bien es cierto que desde finales del año pasado se venía rumorando sobre la posibilidad de un ajuste en el gabinete, muy pocos habían previsto que el remezón sería tan amplio, no solo en el número de cargos, sino en lo profundo, puesto que incluso salió del gobierno María Lorena Gutiérrez, que era considerada como la mano derecha del Jefe de estado y sin duda la mujer mas fuerte e influyente en la Casa de Nariño.
El reacomodo de las fichas en el alto Gobierno fue de tal magnitud que, incluso, tanto el partido de La U-fundado por el propio Presidente- como los liberales llegaron a plantear esta semana la posibilidad de acabar con la coalición de Unidad Nacional y generar una nueva alianza partidista, con nuevos actores, alrededor ya no de la causa releccionista, como ocurrió en el 2014, sino de la recta final del proceso de paz con las Farc y el arranque de la fase pública de conversaciones con el Eln.
Es más, algunos analistas califican este nuevo gabinete tanto o más revolucionario que su primer nómina ministerial en agosto de 2010, cuando llevó a cargos claves a dirigentes como Germán Vargas Lleras y Juan Camilo Restrepo, reconocidos contradictores del expresidente Álvaro Uribe, quien había impulsado la llegada de Santos al poder. Ese fue el primer capítulo de su alejamiento.
En esta ocasión, con el uribismo ya netamente en la oposición desde hace cinco años, el Presidente decidió ampliar el espectro político de su gabinete, designando a la excandidata presidencial de Polo Democrático, Clara López, en la cartera de Trabajo, al tiempo que nombró a Jorge Londoño en Justicia, que como todo el país político sabe proviene de las toldas de la Alianza Verde.
Paralelo a ello también dio un cupo, por primera vez en los últimos cuatro gobiernos, a un ministro proveniente de las comunidades afrodescendientes. Además, ratificó su línea de acción en cuanto a llevar a los altos cargos del Ejecutivo a los exgobernadores y exalcaldes que tuvieron un buen desempeño en departamentos y alcaldías hasta el 31 de diciembre pasado.
Génesis delrevolcón
¿Por qué el presidente Santos decide dar, aquí y ahora, este timonazo gubernamental?
Son varios los elementos que se pueden mencionar como los móviles del remezón de estas últimas dos semanas.
En primer lugar, no se puede negar que la cúpula del Ejecutivo ya necesitaba una renovación en muchos de sus cargos, ante la evidencia de que varios ministros y altos funcionarios se encontraban muy desgastados y era palpable que habían cumplido su ciclo.
Es más, desde la propia coalición se le venía insistiendo a Santos que remozara el gabinete. Incluso se llegó a decir en altas fuentes palaciegas que el Jefe de Estado era consciente de esa pérdida de sintonía política y ejecutiva en parte de su equipo de colaboradores, pero que prefería aplazar el revolcón hasta que ver el desenvolvimiento de la Mesa de Negociación con las Farc en La Habana.
Como se sabe, en septiembre pasado Santos y el máximo cabecilla de esa guerrilla, alias ‘Timochenko’, habían señalado que el 23 de marzo, a más tardar, se firmaría el acuerdo final de paz. En atención a ello se preveía que el Presidente, una vez se produjera esa firma, aplicaría un remezón de alto espectro en la cúpula gubernamental con el objetivo de designar un “gran gabinete por la paz”, con altos representantes de todos los partidos y sectores del país. A través de esa estrategia política se jalonaría no solo la votación positiva de un eventual plebiscito por la paz, sino que se generarían los consensos necesarios para el trámite y aplicación de las reformas legales y constitucionales derivadas del pacto con la guerrilla.
Sin embargo, esa fecha del 23 de marzo no se pudo cumplir. Aun así el Presidente decidió ampliar en las últimas dos semanas el espectro político de la nómina ministerial y presentarla al país como un “gabinete para la paz y el posconflicto”. Si bien es cierto que la nueva nómina ministerial no tiene los grandes nombres de líderes políticos, económicos y sociales que se tenían planeados si el proceso se hubiera firmado el 23 de marzo, es patente que busca dar paso a una coalición multipartidista que empuje el proceso de paz, sin importar que sus integrantes sean de la Unidad Nacional, (La U, Liberales, Cambio Radical y sector conservador mayoritario), la oposición (Polo) o la franja independiente (Alianza Verde).
Factor regional
Otros de los elementos claves en el reajuste aplicado por Santos es su énfasis en lo regional más que en lo nacional. Es decir, que ante la dificultad que implicaba que la oficialidad del Polo, el conservatismo, la Alianza Verde y menos aún el uribismo aceptaran entrar al Gobierno para hacer un “gran gabinete por la paz”, se optó por tratar de confeccionar un consenso distinto desde lo regional. Para ello la clave fue la designación en el gabinete, viceministerios y otros altos cargos de exmandatarios departamentales y municipales que salieron con altos niveles de reconocimiento y gestión hace apenas cuatro meses.
Es evidente –otro aspecto clave- que la estrategia busca generar una mayor conexión del Gobierno nacional con los departamentos y alcaldías, buscando con ello no solo que estos nuevos funcionarios arrastren votación positiva para un eventual plebiscito refrendatorio del proceso de paz, sino que le quiten en las regiones espacio a sectores contradictores del proceso de paz muy fuertes, como el uribismo, cuya marcha del pasado 2 de abril sin duda fue un campanazo para la Casa de Nariño sobre la capacidad de movilización política de la oposición.
Otra de las claves en el reajuste de las últimas dos semanas es la intención del Presidente de romper esa percepción de que el Gobierno nacional no solo es muy centralista, sino que está desconectado de las realidades regionales.
No pocos líderes partidistas venían insistiendo en una excesiva ‘cachaquizacion’ del gabinete, bajo la tesis de que si bien en él había titulares nacidos en distintas partes del país, la gran mayoría estaban radicados y habían hecho toda su vida profesional en la capital del país.
Frente a ello, ahora Santos tiene en su equipo más alto de colaboradores a dirigentes que hasta hace pocos cuatro meses eran los que regían destinos de departamentos y alcaldías, y es obvio que la ciudadanía de sus respectivas zonas los tiene muy presentes.
También se hace palpable que el revolcón va dirigido a que esos liderazgos regionales que se incorporan al Gobierno permitan relanzar la imagen tanto presidencial como de gestión de la administración central y del propio gabinete, que hoy se encuentran en el sótano de las encuestas.
Es aquí en donde surge otro de los elementos característicos del reajuste: la necesidad de cambiar la política comunicacional del Gobierno, ante la evidencia de que en los últimos años, pese a las distintas estrategias publicitarias y promocionales, la opinión pública no ha dejado de descalificar políticas y sectores en los que, objetivamente hablando, se han dado muy buenos resultados, cuantiosas inversiones y desempeños superlativos.
Para este escenario se aplicó, también, un cambio desde la Casa de Nariño, eliminando el ministerio-consejero de las Comunicaciones, volviéndolo una Secretaría y poniendo al frente a un reconocido experto en estrategia política y publicitaria.
Golpe de autoridad
Para no muy pocos analistas otra de las sensaciones políticas que dejó la recomposición ministerial y de otros puestos claves en la Casa de Nariño y algunas dependencias de mucho peso político y burocrático, es que el Presidente Santos quiso enviar a todos los partidos y a la propia opinión pública un mensaje de autoridad. En otras palabras un aquí mando yo.
Es evidente que en los últimos meses se hacía cada vez más notoria la forma en que los distintos partidos de la coalición estaban condicionando su apoyo a la Casa de Nariño al cumplimiento de exigencias, unas privadas y otras no tanto, de índole burocrática o de acción política particular para los intereses de cada colectividad.
La prueba más fehaciente de esegolpe en la mesa que dio Santos fue la aceptación de la renuncia a la ‘superministra’ Gutiérrez, ante la evidencia de una especie de ‘rebelión’ a su autonomía presidencial de incluir al exministro Néstor Humberto Martínez en la terna para la Fiscalía General, junto al saliente ministro de Justicia, Yesid Reyes, y la ahora exasesora jurídica del proceso de paz, Mónica Cifuentes.
La intempestiva dimisión de su mano derecha y la forma en que la prensa y analistas leyeron dicha circunstancia, calificándola como una actitud desafiante a la autoridad presidencial, no le dejó más margen de acción al Jefe de Estado que aceptarle la renuncia, agregando, incluso, que ella ya había cumplido su ciclo, algo que nadie habría visto como posible tan solo unos días atrás, pues Gutiérrez había ganado este año más peso específico en la Casa de Nariño.
Ya con este antecedente Santos decidió aprovechar el caso Gutiérrez para aplicar el resto de cambios en el gabinete, en donde si bien fue claro que trató de mantener una milimetría política entre los partidos de su coalición, hizo los nombramientos atendiendo más a su propio criterio que a los guiños de los jefes de La U, Cambio Radical o los liberales. Incluso tampoco consultó a la oficialidad del Polo ni a la Alianza Verde sobre la entrada al gabinete de López y Londoño, lo que fue evidente ante las controversias que se generaron en esas dos colectividades tras las respectivas designaciones.
Realidad política
Pero quizás lo más importante de la motivación del reajuste en el alto Gobierno es que Santos evidencia con este que está muy consciente de que el escenario político está cambiando por cuenta de los primeros posicionamientos de todos los partidos de cara a una campaña presidencial para 2018 que arrancará de forma muy tempranera.
No pocos analistas concluyen que el Primer Mandatario no se desestabiliza ni preocupa en exceso con reacciones como las de esta semana de los voceros de partidos como La U y los liberales, cuya inconformidad ante el reacomodo en la cúpula del Ejecutivo los llevó a plantear, como se dijo, no solo la eliminación de la Unidad Nacional sino hasta a plantear una reformulación de sus relaciones con la Casa de Nariño, a la que acusan de estar favoreciendo por acción u omisión, la candidatura presidencial del hoy segundo a bordo, Germán Vargas Lleras.
El Presidente atendió las quejas de esas dos colectividades, habló con sus dirigentes y distensionó en algo las relaciones bilaterales, pero no por ello echó para atrás alguno de los nombramientos o se comprometió a otros.
Parecería entender Santos que la coalición gubernamental tiene los meses contados, pero no debido a la nueva milimetría política y burocrática, o a la terna para la Fiscalía, sino que a simple y llanamente la cuenta regresiva para el arranque de la campaña presidencial se agota rápidamente y cada quien está tomando ya sus respectivas posturas y estrategias. De allí que los roces al interior de la coalición no le parezcan especialmente críticos sino casi normales por la coyuntura política.
Acorde con la lectura de ese escenario Santos trata de equilibrar las cargas entre los tres partidos de su coalición para darle una aire a la misma, por lo menos de cara a un segundo semestre en el que espera que ya estén cerradas las negociaciones con las Farc y que sea citado el plebiscito refrendatorio del acuerdo. Sabe, en el fondo, que hoy el panorama político y electoral para este es muy complicado pero cree que la fuerza misma de la bandera de la paz y el hecho de que la gran mayoría de partidos quieran arroparse con ella puede ser la tabla de salvación del proceso.
Como se ve, son muchos los elementos que se tuvieron en cuenta o que jugaron papel clave en el remezón gubernamental más fuerte desde agosto de 2014. Se entrecruzaron estrategias políticas, de estilo de gobierno, comunicacionales y, sobre todo, relacionados con la coyuntura del proceso de paz y la cuenta regresiva para el arranque de la campaña presidencial.