"DIOS ES bello y ama la belleza", dijo el profeta Mahoma. Aunque no le guste a Dáesh, para el sufismo, la tradición esotérica del islam, el arte en todas sus formas es la expresión en el mundo terrenal de la belleza del mundo divino.
"La belleza es uno de los atributos de lo divino, que tiene como cualidades la bondad, la misericordia, la protección", explica el antropólogo marroquí Faouzi Skali, gran especialista del sufismo.
"Estas cualidades espirituales se manifiestan también en el espejo de la naturaleza, como huellas en el mundo terrestre", cuenta Skali en el patio de uno de los palacios más espectaculares de Fez, antigua ciudad imperial y capital espiritual de Marruecos.
Director del Festival de la Cultura sufí de Fez, donde dirigió durante 20 años el famoso Festival de Música Sacra, Skali, autor de múltiples obras de referencia sobre el tema, es sufí y adepto de una de las mayores hermandades del país, la Boutchichiya.
"Son los signos, los símbolos, todo lo que nos envía a esta presencia de la belleza absoluta y que se difracta en nuestro mundo material en una multitud de bellezas posibles", analiza.
"La belleza divina, vista según el sufismo, se manifiesta en el arte, la poesía, la literatura, la música, la artesanía, pero también en la nobleza del comportamiento", añade.
Cantos y danzas
Si los partidarios de un islam ultraviolento y ultrarrigorista ocupan las primeras planas de la actualidad, poco se sabe del sufismo.
Esta corriente espiritual, que tiene cientos de adeptos en el mundo e impregna la cultura popular en numerosos países -sobre todo Marruecos-, se reivindica como el "corazón" del islam, su vía espiritual, un camino iniciático de transformación interior, donde el conocimiento de uno mismo lleva al conocimiento del otro y al de Dios.
Para los sufíes, Dios es a la vez cercano e inaccesible. Es un tesoro escondido, como cubierto por un velo, cuyo signo se encuentra en el corazón de todos los seres.
Guiado por un maestro, el discípulo sufí puede hallar esta realidad divina, olvidar su ego para perderse en el amor de Dios.
Podrá conseguirlo mediante ejercicios específicos, como el clásico estudio del Corán o la invocación divina, el dhikr, del que muchas veces sólo vemos los trances espectaculares, el éxtasis tras entrar en relación con la trascendencia.
Sacrilegio para los salafistas, los cantos ("samaa") y las danzas ("hadra") están en el centro de la vía sufí para acceder a un estado superior y dirigirse hacia Dios, como la famosa danza giratoria de los derviches, discípulos del gran poeta sufí Djalal al Din Rumi.
"En el 'zawiya' (donde se reúne la hermandad), empezamos por las invocaciones divinas, después el 'samaa'. Luego vienen las “danzas", detalla Marwouan Hajji, joven prodigio sufí de Fez, famoso en Marruecos.
"El 'samaa' es el suspiro, la alabanza a Dios y al profeta" con poemas, señala. El "samaa" puede ir acompañado por varios instrumentos, percusiones, violines, o la flauta, ese "junco" al que tanto se refiere Rumi.
Escritura interior
"Curiosamente, el 'samaa' no se traduce por canto sino por audición. De hecho, restituimos algo que es de un orden superior", estima Skali.
"En las ceremonias sufíes, es tan importante cantar como escuchar ese canto, tener una recepción interior, captar el sentido por intuición. Es una forma de meditación activa", explica.
El sufismo es una fuente de inspiración para numerosos artistas, como la pintora franco-marroquí Najia Mehadji, cuyos armoniosos pliegos blancos o rojos sobre fondo negro revelan una belleza sublime, más allá de lo real.
"La danza giratoria de los derviches me impresionó profundamente", explica Mehadji, que expone dos cuadros en una exposición dedicada a las artistas marroquíes en el Museo Mohamed VI de Arte Moderno y Contemporáneo de Rabat.