El pulso por la sucesión de Ban Ki-moon en la Secretaría General de la Organización de Naciones Unidas movilizó a los gobiernos de diversos continentes y distintas tendencias políticas a lanzar candidatos o buscar alianzas para tener una cuota de poder en el máximo ente multilateral que, sin embargo, atraviesa por numerosas dificultades financieras y políticas que afectan su desempeño. No son pocas las críticas por su incapacidad para abortar guerras de baja intensidad y también por su casi inoperancia frente al fenómeno del terrorismo.
La escogencia del nuevo Secretario General se da en momentos en que hay muchos debates internos en la organización. Por ejemplo, cada vez tiene más eco la discusión por el poder del Consejo de Seguridad y la facultad exclusiva y excluyente de veto que tienen las cinco potencias con asiento permanente. A lo anterior se suma la preocupación global por la intención de crear otras instancias internacionales o bloques de países para contrarrestar el poderío de la ONU. Las polémicas sobre carga burocrática y el manejo presupuestal también están a la orden del día.
En ese orden de ideas, la elección del timonel del ente multilateral es clave para reencausar el rol de la ONU y de muchas de las entidades que la componen o dependen de ella. Las mismas que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se han convertido con el paso de las décadas en elementos esenciales para impulsar el desarrollo en las naciones más débiles o trabajar en la superación de sus problemáticas. Los entes multilaterales son pieza fundamental del orden internacional. En tal sentido es mucho lo que le debe al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional, aún con los líos que generan en ocasiones sus políticas de ajuste. En otros campos la Corte Penal Internacional, el Tribunal de La Haya, la Unesco y otras instituciones que derivan sus mandatos funcionales de la ONU son determinantes en el papel mancomunado de defender y proteger los derechos humanos y propender por la paz mundial, por más incendiadas que están algunas regiones del planeta.
Así las cosas, el próximo secretario general de la ONU deberá enfrentar grandes retos y, sobre todo, moverse con pies de plomo entre los bloques de poder que se disputan el influjo mundial. Aunque Estados Unidos continúa siendo el gran árbitro global en muchos temas de geopolítica, a la sede de Naciones Unidas en Nueva York pueden asistir dirigentes que son hostiles a Washington y exponer sus razones, lo que dice mucho del estatus que mantiene el ente multilateral.
Hasta hace poco tiempo se consideraba que la Secretaría General estaba asegurada sólo para determinados perfiles, tuvieran o no amplio bagaje internacional. Eso ha cambiado y, hoy por hoy, el abanico de candidatos y candidatas es muy amplio. Incluso hasta gobiernos con poco peso geopolítico presentan aspirantes.
Las miradas, por ahora, están puestas en diplomáticas de alto nivel. Bulgaria presentó la candidatura oficial de la experimentada Irina Bokova., directora de la Unesco. Reconocida internacionalista y que estaría respaldada por varios países europeos. En Latinoamérica, entre tanto, se han barajado varios nombres de mujeres y hombres competentes, prevaleciendo a última hora el perfil de la actual canciller de Argentina, Susana Malcorra, ya postulada oficialmente y con el apoyo de varias naciones del continente. Fue jefe de gabinete de Ban-Ki Moon y de allí que es reconocida en los altos círculos diplomáticos de la ONU. Se especula, incluso, que el papa Francisco ve con simpatía su candidatura, así no se pronuncie oficialmente al respecto. Costa Rica, a su turno, postuló a la negociadora del último acuerdo sobre el clima, Christiana Figueres. Entre los ya más de doce nombres que vienen sonando para el cargo, hay una buena parte de países de Europa Oriental, una región que aún no ha tenido un Secretario General. Otro de los perfiles fuertes es el de Helen Clark, de Nueva Zelanda, con amplio bagaje internacional y en altos cargos de la ONU. Por igual está António Guterres, de Portugal, que lideró la Acnur.
El surcoreano Ban Ki-moon termina su periodo al final del año y de allí que ya la asamblea general de la ONU esté escuchando a los candidatos y candidatas a sucederlo, para proceder a la elección en octubre. Si bien es claro que pesará mucho el sentido del voto de las potencias con asiento permanente en el Consejo de Seguridad, no se descarta que haya una sorpresa en la escogencia final.