La desvinculación del excandidato presidencial Oscar Iván Zuluaga en las investigaciones alrededor del condenado hacker Andrés Felipe Sepúlveda, dictaminada en el día de ayer por parte de la Fiscalía General de la Nación, genera obvios interrogantes hacia el pasado y hacia el futuro.
Hacia el pasado, como ya lo han comenzado a decir los analistas de la política, porque habiendo ganado Zuluaga la primera vuelta presidencial en el 2014, no hay certeza de cuál habría sido el resultado en la segunda en caso de que el entonces candidato presidencial del Centro Democrático no hubiera sido judicializado cerca de los comicios definitivos para la Casa de Nariño. Como se recuerda Zuluaga sufrió repentinamente un repliegue de su campaña y prácticamente desapareció, en el momento más álgido de la justa electoral, del alcance público. Ello porque seguramente sus asesores le aconsejaron salir del foco político y ausentarse tanto de los eventos proselitistas como de los reflectores de los medios de comunicación a raíz del escándalo por un presunto espionaje de su campaña al proceso de paz. Esto hizo que se diera la sensación de un candidato huidizo, en medio de la más grande polarización electoral de los últimos tiempos, y con ello cedió terreno, en las últimas semanas, ante la aspiración reeleccionista.
No obstante, ya las encuestas comenzaban a demostrar cierto ascenso del presidente-candidato Juan Manuel Santos y la recomposición frente a los resultados de la primera vuelta que, si bien le había permitido acceder al balotaje, había perdido. Aunque el voto finish se daba por descontado, la reelección obtuvo la victoria por más de 5 por ciento del registro electoral, es decir unos 900 mil votos de diferencia. Con ello, el Jefe de Estado logró el mandato popular para continuar con el proceso de paz, mientras que Zuluaga comenzó a enfrentar las investigaciones en la Fiscalía, hasta el día de ayer en que fue desvinculado definitivamente por no encontrarse motivo alguno para imputación penal.
Es, por tanto, un albur decir si el caso del hacker, tan cacareado en aquella época, cambió o no el destino de la campaña. Pero tampoco puede desestimarse el hecho de que pudo haber sido un factor considerable en los episodios del momento.
Fue exactamente lo que ocurrió más recientemente en la campaña presidencial estadounidense entre Donald Trump y Hillary Clinton, cuando a esta última se le abrió una investigación por parte del FBI sobre el manejo en correos electrónicos personales de información clasificada y supuestos secretos de Estado norteamericanos. Para muchos eso fue, entre otras cosas, lo que permitió el triunfo del candidato republicano, cuya posesión se ha querido también opacar señalando que hubo intervención de la inteligencia rusa.
La diferencia consiste, en su proporción, en que Clinton ya no será de nuevo candidata después de haberlo sido en dos ocasiones, mientras que Zuluaga, ya probado con casi siete millones de votos a su favor, es uno de los aspirantes más notorios del Centro Democrático. Ahora, sin el talón de Aquiles de las investigaciones sobre su nombre, seguramente será una figura más activa en el partido del expresidente y senador Álvaro Uribe Vélez.
De colofón entre ambas circunstancias, tanto la norteamericana como la colombiana, queda el hecho palmario de que la política ha tomado visos supremamente complejos, en el mundo, en las recientes jornadas electorales. Resulta evidente, incluso en otros casos, que del debate de las ideas y los programas se pasó a la judicialización de la política, generando una neblina y posterior desconcierto en la opinión pública para, después de la ebullición proselitista, tratar de recomponer el escenario.
Precisamente también en el día de ayer el postulado a nuevo Fiscal General de los Estados Unidos, durante las sesiones de control político constitucional en el Congreso norteamericano a su nombramiento, dijo que no investigará a la excandidata Hillary Clinton, como había sido una de las principales promesas de Donald Trump. Lo cual demuestra que, pese al tsunami político que ello significó durante la campaña presidencial, había una motivación mucho más allá del entramado jurídico que se armó entonces.
Cada día pues, mucho más a cuenta del auge de las redes sociales y la opinión anónima a través de ellas, se aleja la discusión programática y se tratan de configurar hechos políticos de gran envergadura que modifican el voto a conciencia y acorde con los requerimientos de las políticas públicas. Es la gran paradoja en esta supuesta era de la información y el conocimiento, cuando, por el contrario, prepondera el tinglado inmediatista y se establece la “sociedad líquida” de la que hablaba el recién fallecido pensador polaco Zygmunt Bauman.