Vestida de horror esa náusea aparece cada tanto. Es atemporal y muestra la monstruosidad humana a la que llegan dictadores o aquellos que defienden un supuesto régimen democrático, incinerando en hornos crematorios a sus adversarios para borrar todos los rastros de su cuerpo.
Brutalidad. No es un campo de exterminio nazi o una fábrica en Bosnia utilizada para cremar a otro por su condición religiosa o cultural. La Historia, una vez más, se choca con hornos crematorios en Siria, mostrando que la sevicia para matar no tiene límites. Ubicada a 30 kilómetros de Damasco, la base militar de Saydnaya se ha convertido en una máquina para desaparecer gente en hornos crematorios.
¡50 al día!
Stuart Jones, subsecretario interino del Departamento de Estado para Medio Oriente, explicó que, tras un seguimiento satelital de más de dos años, Estados Unidos confirmó que “a partir de 2013, el régimen sirio modificó un edificio en el complejo de Saydnaya para lo que creemos es un crematorio”.
Jones dijo que su país era capaz de denunciar este centro de aniquilamiento luego de una intensa geolocalización por medio de satélites de la “comunidad estadounidense de inteligencia” y organizaciones de Derechos Humanos.
Amnistía Internacional (AI) ya había acusado al régimen de al- Assad de exterminar en Saydnaya entre 5.000 a 20.000 personas de 2011 a 2015. La organización publicó el informe, "Matadero humano: Ahorcamientos masivos y exterminio en la prisión siria de Saydnaya”, en el que dijo que al día entre 20 a 50 personas eran ejecutadas en la base militar.
Este informe, publicado el 20 de febrero de este año, se elaboró a partir de los testimonios de 84 testigos que incluye ex guardias y ex funcionarios que trabajaron en la macabra prisión y contaron sus historias en un periodo de un año entre diciembre de 2015 a diciembre de 2016.
Sevicia
La sevicia con que el régimen aniquila lentamente a sus adversarios es narrada por algunos sobrevivientes. En el informe de AI, se cuenta que “los detenidos tienen los ojos vendados, no saben ni cuándo ni cómo morirán hasta que les colocan la soga al cuello”. Vendados también entran aquellos que van entrar a los hornos crematorios. Durante su instancia en la prisión, no se les permite hablar con el otro, pues eso es causal de muerte.
La base militar de Saydanaya está ubicada a 30 kilómetros de Damasco, Siria.
Los métodos mediante que terminan con la vida de los prisioneros varían. Algunos son ahorcadas; otros son cremados en hornos vivos. Testimonios recolectados por AI muestran la sevicia con que los guardias de seguridad aniquilan a los reclusos.
“Todos los días había uno o dos muertos en nuestro pabellón (...) Recuerdo que el guardia nos preguntaba cuántos teníamos. Decía: ‘sala número uno, ¿cuántos? Sala número dos, ¿cuántos?’ y así sucesivamente. En una ocasión (...) llegaron los guardias, sala por sala, y nos pegaron en la cabeza, el pecho y el cuello. Ese día murieron 13 personas en nuestro pabellón”, dijo “Nader”, un exrecluso que narró su historia.
Un video interactivo de AI que intenta mostrar las inhumanas condiciones que experimentan los reclusos. A oscuras, desnudos y sin alimentos por más de tres días, conviven en hacinamiento en celdas.
En Saydanaya no sólo creman. Los ahorcamientos son la forma más común para matar a los presos. “Los tienen (colgados) allí 10 o 15 minutos. Algunos no morían porque pesaban poco. En el caso de los jóvenes, su peso no los mataba. Los ayudantes de los funcionarios los bajaban y les rompían el cuello”, confiesa un hombre en diálogo con AI.
El Gobierno crema a sus enemigos para no dejar evidencia de su muerte. “Hasta ahora se pensaba que los cuerpos eran enterrados en fosas comunes, pero ahora creemos que ha instalado un crematorio en la prisión de Saydnaya con el fin de no dejar evidencia de las ejecuciones en masa”, explicó Jones desde la Casa Blanca.
Se estima que entre 65.000 a 117.000 personas han sido enviadas por las fuerzas leales a al-Assad a esta prisión, según el periódico The Independent, de Londres. Organismos como AI denuncian que es muy factible que las cremaciones colectivas sigan siendo una práctica que continúa, pese al reproche de la comunidad internacional desde febrero, y al tener en cuenta las acusaciones de la Casa Blanca.
Los detenidos, aunque parezca obvio, no reciben ninguna acusación. Testimonios de reclusos narran que llegan vendados, amarrados y, en medio de la confusión, alguien les toma el dedo, lo llena de tinta negra y pone la huella en un documento, para certificar, presuntamente, que autorizaron la ejecución.
Las muertes registradas en Saydnaya no están dentro de la terrible cifra que ha dejado la guerra en Siria. Son 320.000 personas fallecidas en seis años, desde que un grupo de opositores del gobierno de al-Assad decidió tomar las armas y luchar contra un régimen que, dicen ellos, es “dictatorial” y “arbitrario”.
Las atrocidades cometidas en la prisión cuentan con el apoyo incondicional de “Rusia e Irán”, según Jones, portavoz norteamericano. “El régimen de Assad debe detener todos los ataques contra las fuerzas civiles y de oposición. Y Rusia debe asumir la responsabilidad de garantizar el cumplimiento del régimen”, dijo ayer en un comunicado desde Washington.
La semana pasada Donald Trump se reunió con Serguei Lavrov, canciller ruso, para tratar varios temas, entre ellos la salida a la guerra siria. Pese al frío que gobernó la reunión, ambos llegaron a la conclusión que el exterminio que vive el pueblo sirio debe terminar. ¿Cómo? No lo dijeron.
La prisión de Saydnaya recuerda lo que la humanidad intenta olvidar: la cremación de seres humanos vivos. Pero que, década tras décadas, aparecen en otras regiones: Serbia, Siria, Colombia.
La Historia, una vez más, se choca con hornos crematorios en Siria, mostrando que la sevicia para matar no tiene límites.