- Una cátedra obligatoria
- Evasión a las responsabilidades educativas
Una de las grandes máculas de los presidentes de Colombia ha sido la del eliminar la cátedra de Historia del currículo educativo. Así han transcurrido las últimas décadas y en cierta medida eso explica las fallas en la cultura y la falta de identidad nacional.
Haber eliminado la Historia de escuelas y colegios es, por supuesto, el resultado de un pensamiento absolutamente retardatario. Acabar los episodios históricos e impedir que los niños y jóvenes se enteren de ellos como parte de la aproximación a las realidades circundantes en que viven ha sido un pecado mortal. Y ello, por lo demás, sobre la base de que semejante criterio ha pretendido presentarse, durante estas décadas, como de vanguardia.
Es por eso, como se dijo, que Colombia carece de identidades que permitan aglutinar la sociedad en torno de propósitos comunes.
Cuando no existen elementos mancomunados, cuando no se explica la razón de ser de las cosas, cuando no se entiende de dónde se viene, mucho menos se puede saber para dónde se va. Y así han transcurrido estos años con la desidia propia de quien no tiene norte ni sentido de la vida.
En estos días, a raíz de una ley presentada por la entonces senadora y hoy candidata presidencial Vivianne Morales, se logró reversar semejante estolidez. Es decir, se consiguió que, por norma, la Historia volviera a incorporarse dentro del pénsum tradicional del que los colombianos mayores de 35 años tuvieron la oportunidad de gozar en las escuelas.
En ninguna parte del mundo, por supuesto, se ocurre presentar como de vanguardia la eliminación de la Historia. Porque es ella, justamente, la que da un carácter universal a la formación de los educandos. No se trata, simplemente, de tener acceso a las técnicas, el español y las matemáticas, sino ciertamente a los contenidos que permitan hacer juicios de valor sobre el entorno. Y es ello uno de los grandes baluartes de la Historia como cátedra.
En los Estados Unidos, por ejemplo, se llegó a la conclusión de que uno de los grandes motores de la crisis económica de 2008, que sumió al mundo en la recesión, se dio porque gerentes y administradores sabían mucho de especificaciones monetarias y financieras, pero no tenían una clara acepción moral de las cosas y por lo tanto no tenían juicios de valor diferentes a la creación y movimiento del dinero, sin importar las consecuencias. Hoy en día a muchos de los grandes gerentes de las compañías norteamericanas se les exige tener nociones claras y precisas, mucho más allá del mundillo financiero y económico. Y eso, desde luego, se consigue básicamente con la educación en la historia y la cultura.
Por desgracia, el Gobierno, ante la ley presentada y aprobada, en la cual se exigía la Historia como cátedra autónoma y obligatoria, ha decidido mantenerla dentro de la parte de Ciencias Sociales, dejando al libre albedrío de los colegios y escuelas cuántas horas enseñan de ella frente a la geografía, la democracia y otras cátedras.
Esto, ciertamente, no debe ser así porque la pretensión del Congreso de la República consiste en que la Historia vuelva a recuperar el espacio dentro del sinnúmero de materias. Hoy más que nunca, en medio de la vacuidad de las redes sociales y muchos de los aparatos tecnológicos se requiere una afirmación de los conceptos de los educandos. Inclusive por encima de otras materias, la Historia es el elemento sustancial por medio del cual los jóvenes adquieren una visión del mundo y pueden discernir entre lo que es bueno y lo que es malo, frente a los acontecimientos nacionales y universales. No se saca nada, por ejemplo, con cátedras de Ètica y Democracia si no se tiene claro el proceso por medio del cual se ha llegado a generar los sistemas de gobierno y cómo se ha desarrollado la cultura colombiana.
Frente a ello, no es válido aducir, por parte del Gobierno, que simplemente quedará en manos de los centros educativos, cada cual por aparte, cuántas horas de Historia se dictarán y cuál es su vigencia dentro de las materias sociales. La cátedra de Historia debe ser obligatoria e independiente, en un país carente, en una buena proporción, de identidad colectiva y nacional.