Por cuenta de los resultados electorales de la disputa por la Presidencia de la República de Venezuela, en la justa entre el candidato de la revolución Nicolás Maduro y Henrique Capriles de la oposición, la crisis política se agudiza hora tras hora. Según los datos del Consejo Nacional Electoral del domingo en horas de la noche, con el 99,12% de los votos escrutados Maduro logró 7.505.338, el 50.66% de la votación, 234.935 votos más que Capriles, quien obtuvo 7.270.403, para un 49.07%. La modesta diferencia -comparada con las altas votaciones de Chávez- y la presencia de las masas en los actos espontáneos de la oposición, en contraste con el uso desenfrenado del oficialismo de los recursos del Estado, como del monopolio de los medios de comunicación, mostró un gran cambio en el país, puesto que en la barriadas marginales en las que antes ni entraban los candidatos opositores, ni tenían mucho que decir en cuanto a un mensaje social que pudiese competir con el del comandante Hugo Chávez, esta vez, los ciudadanos en muchos casos cambiaron de opinión y no votaron por el sucesor a dedo del desaparecido jefe populista.
El Gobierno contó con una formidable maquinaria electoral, que movilizó a cuantas gentes pudo presionar y siguió al “hijo de Chávez”, como se presentó en solicitud del apoyo masivo de los antiguos seguidores del famoso populista que murió en Cuba. Lo que singulariza a una oposición en los rines, que sometida a varias elecciones seguidas financiadas con las contribuciones de los militantes y simpatizantes llegó a la campaña presidencial casi sin fondos, con mucho fervor y con los bolsillos vacíos, fe en Capriles e inmensas esperanzas de cambio. Y se repitió un fenómeno que es propio de las luchas populares cuando las gentes defienden su modelo de vida, sus convicciones políticas y necesidades: el entusiasmo sustituyó a la falta del dorado metal. Lo más significativo de la campaña es que así como el comandante Chávez ascendió al poder apoyado por las masas que votaban contra la corrupción de los partidos tradicionales; voto castigo que capitalizó durante más de una década. Ya esas viejas toldas desaparecieron del escenario, el voto castigo se ejerció está vez contra los jerarcas y mandos medios de la revolución que muerto su jefe histórico no tienen mucho que ofrecer a la población, fuera de defender sus privilegios. En contraste con la juventud que acompaña entusiasta a Capriles, que cifra su futuro en dar un vuelco a la economía del país y volver a encauzarlo al desarrollo.
El trabajo político de la oposición a falta de recursos se centró en la organización, lo mismo que al no tener delegados en el Consejo Nacional Electoral que defiendan sus votos, acompañó a las gentes hasta la zona de votación. Única vía para verificar la limpieza del evento y las actas electorales, lo mismo que conjurar el fraude, como lo hicieron los otros partidos y los funcionarios electorales. Mediante ese control cuidadoso y sistemático llegaron a la suma de 44.3 % de votos por Nicolás Maduro y 53.5 % por Henrique Capriles. Mas o menos lo que dimos a conocer aquí como “chiva” en cuanto al porcentaje estimado en escrito anterior. Al existir en un mismo escrutinio divergencias tan abultadas como la del oficialismo y la de la oposición, lo más lógico es que de acuerdo con el espíritu de la democracia y de la ley, así como para cumplir con la voluntad de los dos candidatos que estaban de acuerdo en volver a contar voto a voto y oficializar los resultados, comprometidos ambos en respetarlos. En un país dividido artificialmente por la lucha de clases era lo más lógico y lo más sensato, que no siempre es lo que hacen los dirigentes políticos ni los burócratas oficiales.
Para sorpresa de todos, en contra del carácter de su alta investidura, la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, prefirió desconocer la opinión pública y precipitar la proclamación como nuevo Presidente a Nicolás Maduro, lo que en ese momento era como echar leña a la hoguera y tender un velo de duda sobre los mismos resultados electorales, así como precipitar el país al caos, tal como advertimos en el mismo Editorial que podría sobrevenir. Y, lo último que se sabe de esa señora es que salió del país para escapar a las críticas y por negarse a reversar su decisión. Con absoluta objetividad, lo mejor que podría pasar es que se haga el reconteo de votos. Lo que reclama Venezuela es un gobierno legítimo, como debe ser: con Capriles o Maduro, pero legítimo.