*Pulso Caracas-Washington focaliza cónclave en Panamá
*Temas de prosperidad y equidad pasan a segundo plano
La polarización política, ideológica así como las grandes diferencias en materia económica, social, poblacional y de calidad de vida que existen en el continente americano hacen que hoy por hoy la construcción de consensos multilaterales sea muy difícil, más allá de la extrema formalidad y las actas de buena intención que se firman a cada tanto tras las cumbres presidenciales y ministeriales. Ello, en principio, si bien puede considerarse como una debilidad estratégica de la región, tampoco es una falencia exclusiva, como puede constatarse al revisar los intensos pulsos que, por ejemplo, se dan en el interior de la Unión Europea, que es, sin duda, el bloque multinacional más amplio y sólido del planeta, por encima de los asiáticos o de otros pactos de asociación que tienen como motor el comercio o incluso el aspecto militar. De allí que la falta de un norte único para todos los países del continente americano no sea una circunstancia nueva ni mucho menos haya determinado un mismo futuro para la más de una treintena de naciones que lo componen. Todo lo contrario, así como esta parte del hemisferio occidental alberga potencias como Estados Unidos, México o Brasil, o economías emergentes como Chile o Colombia, también tiene algunos de las naciones con los índices de pobreza y desigualdad más altos del mundo, como es el caso de Haití.
Ese devenir histórico es clave a la hora de analizar por qué cada vez que se avecina una Cumbre de las Américas, son más los peros y las dudas que surgen sobre la utilidad del principal cónclave presidencial y de jefes de gobierno del área. La próxima tendrá lugar en Panamá entre el 10 y 11 de abril y la antesala ha sido por demás accidentada. Aunque se supone que el tema central será el de “Prosperidad con equidad”, y en el marco del mismo se analizarán asuntos relacionados con progreso económico, ayudas sociales, institucionalidad asociada y otros asuntos afines, lo cierto es que la coyuntura geopolítica parece que se tomará el escenario o, incluso, podría dar al traste con el evento continental.
Cuando todos esperaban que la cumbre marcara el hito histórico del acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, que negocian un restablecimiento de relaciones tras más de 50 años de rompimiento y embargo económico, el reciente pico de tensión entre la Casa Blanca y el gobierno del presidente venezolano Nicolás Maduro abrió la posibilidad de que en Panamá lo que se presente sea un enfrentamiento político, ideológico y diplomático al más alto nivel. Tanto en los pronunciamientos de ALBA, la Unasur y en el debate esta semana en la OEA quedó en evidencia que el clima de exasperación geopolítica va in crescendo desde que el gobierno Obama anunció hace dos semanas nuevas sanciones contra funcionarios venezolanos señalados de violación de derechos humanos al tiempo que decretó que la situación interna del país suramericano constituye una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior” de Estados Unidos. Si bien los conocedores de la diplomacia norteamericana indicaron que esa clase de declaratorias son “comunes” dentro de la política internacional de la Casa Blanca y en modo alguno implican el preludio de embargos, sanciones económicas ni mucho menos movimientos militares, Caracas y sus aliados han tomado el anuncio como la ‘cuota inicial’ de una agresión de mayor escala, activando de inmediato una estrategia diplomática para respaldar y defender al régimen de Maduro, hoy en el ojo del huracán por cuenta de la represión a los opositores políticos, una economía en crisis, desabastecimiento de víveres básicos y un clima social explosivo. Es más, aunque algunas voces en los países de ALBA, ente que reúne a una decena de naciones suramericanas, centroamericanas y caribeñas opuestas a Washington, llegaron a contemplar la posibilidad de un boicot a la cumbre de Panamá, la propuesta no tuvo eco.
Todo lo anterior lleva a que, a menos que en las próximas tres semanas haya una distensión entre Estados Unidos y Venezuela, todo el foco de la atención de la cumbre se circunscriba casi exclusivamente a lo que pase, digan o no digan los presidentes Barack Obama, Maduro y Raúl Castro, si es que asisten, pues hasta su presencia está en duda por el caldeado clima geopolítico. Si ello pasa, la posibilidad de que esta clase de cumbres pueda servir para avanzar en consensos concretos y medibles que ayuden poco a poco a superar los problemas sociales y económicos de la inmensa mayoría de americanos, quedará, una vez más, limitada a insulsas declaraciones formales y fotos protocolarias… como siempre.