Al tratar de definir al recientemente fallecido general Álvaro Valencia Tovar, en cuatro palabras, basta con decir: un hombre de honor. Era un pulcro soldado por vocación que desde su adolescencia, a los 15 años, vistió el uniforme y lo llevó con honor y orgullo. Se había educado en el respeto por nuestras tradiciones y modelo de vida. Tenía un sentido misional de la carrera de las armas. Profesaba una curiosidad e interés insaciable por nuestra historia y sus gentes. No se interesaba en exclusiva por los asuntos de la historia en la teoría libresca, pues tenía un conocimiento profundo del alma nacional. Por su formación, en un país en donde hoy no se enseña historia en la secundaria, había tenido la oportunidad de formarse una cierta visión del mundo más abierta que la de la mayoría de sus contemporáneos.
Como oficial y soldado debió seguir órdenes y así fue como participó en la Guerra de Corea, junto con los valientes soldados de Estados Unidos y, por supuesto, de la nación asiática. Fue comandante del Batallón Colombia entre 1951 y 1953. El general Valencia también escribió varios e interesantes libros, entre ellos Historia de las Fuerzas Militares de Colombia, Inseguridad y Violencia en Colombia, Testimonio de una época, Mis adversarios guerrilleros y Oración a la Infantería. Es famosa su novela Uisheda y otros textos.
Su carrera militar determinó que tuviese un gran contacto con la población y la sociedad de las zonas que estuvieron bajo su mando. Su resolución de combatir a los guerrilleros de su época y los terroristas lo enfrentó al Eln. Se considera que aniquiló a sus jefes y les hizo un daño del que nunca se recuperó esa facción ilegal. Siendo amigo y contradictor del ex sacerdote y luego cabecilla subversivo Camilo Torres, le dolió que hubiese caído a manos de sus hombres. Consideraba que los guerrilleros habían llevado al miope intelectual al combate, a sabiendas que lo más probable es que muriese en la empresa, puesto que necesitaban un mártir. Por mucho tiempo y quizás siempre lo rondaría el fantasma de su viejo amigo, el exsacerdote-guerrillero, con el que mucho antes participaba en tertulias y debates sobre la violencia y las contradicciones de la sociedad colombiana.
La de Valencia Tovar es una hoja de vida a destacar. Ingresó al Ejército en 1936 y se graduó en 1942 como subteniente. Tras su paso por la Guerra de Corea, combatió firmemente en Colombia durante muchos años a los grupos terroristas.
En su reseña biográfica se indica que fue oficial del Estado Mayor de la Fuerza de Emergencia de las Naciones Unidas (ONU), donde tuvo un papel importante cuando Inglaterra y Francia quisieron recuperar el Canal de Suez; también se desempeñó como jefe de la delegación de Colombia ante la Junta Interamericana de Defensa en Washington; estuvo como comandante del Ejército entre 1974 y 1975 y pasó a la reserva después de 37 años de reconocido servicio activo.
Esa misma reseña se señala que como estratega, analista, columnista y permanente consultor de muchos sectores en el país consideraba que la guerra no se ganaba en exclusiva por medio de las armas. En ese sentido consideraba que se debía aplicar un sistema cívico-militar. Se trataba de facilitar y practicar el contacto del Ejército con la población en las zonas de la periferia. Por ese sistema y la colaboración con las comunidades en jornadas cívicas y obreras públicas, el pueblo estrechó lazos con el Ejército y desertó de la revolución sangrienta a la cubana en muchas zonas del país. Valencia Tovar era un caballero, oficial talentoso, erudito, en extremo legalista y de corte liberal. Paz en su tumba.