*Vacío en la agenda oficial
* Inflación, el peor de los impuestos
Los preocupantes datos sobre la inflación del mes de agosto (10,8%), que se acaban de revelar, suscitan varias inquietudes puesto que, en efecto, es la carestía el fenómeno angustiante que sigue afectando sin distingo a la población colombiana y que por tanto necesita, de modo urgente, una atención decisiva y un cambio de rumbo prioritario.
Si bien se trata de circunstancias mundiales, resulta evidente que en diversos países ya se han venido tomando medidas adicionales para frenar el espiral inflacionario, ya que, como se ha dicho hasta la saciedad, no existe un impuesto, por decirlo así, más radical, regresivo, no pocas veces, indomable, y ante todo injusto para los menos favorecidos. Y que, de igual manera, no solo distorsiona cualquier proyección de la economía y los rubros respectivos, sino el poder adquisitivo, como es fácil denotarlo a diario en el precio de los alimentos y las demás incidencias gravosas sobre los bienes de consumo y, en general, sobre todo el aparato económico.
En ese sentido, además de la reforma tributaria en ciernes y la oscilación en el valor de la moneda, este fenómeno perturba por igual las inversiones, presiona las tarifas de los servicios, incide sobre la adquisición de tecnología y traumatiza la creación de empleo.
Se había creído, o por lo menos así lo había declarado el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, que la inflación empezaría a ceder en el segundo semestre del año. Por desgracia, no es así. El impacto de la inflación continúa con fuerza y aunque es de extrañar que el tema no se tome como primordial en la agenda oficial es, no obstante, el problema de mayor envergadura económica y social que flagela a la nación. De hecho, en la reciente encuesta de Invamer estos asuntos, incluidos en los de la economía y el desempleo son, de lejos, los que más mortifican a los colombianos.
Efectivamente, nada más lesivo que acostumbrarse a una inflación alta y además en ascenso, cuando por el contrario esto ha sido el origen del desplome de muchos gobiernos en el mundo. Colombia, ciertamente, parece haber entrado en la trayectoria de los dos dígitos, guarismos que se habían logrado revertir y dentro de los cuales vivimos por 23 años. Pero ahora las cosas parecen ser a otro precio. Y mal se haría en retornar a los períodos en que índices inflacionarios exorbitantes, no solo emasculaban el bolsillo de los colombianos, deshumanizándolos con una carestía aparentemente natural e irredimible, sino que eran un fardo para el desarrollo del país.
Por fortuna, a partir de las cláusulas de la Constitución de 1991 se puso, nueve años después, coto a esta situación. El Banco de la República, entonces, debe continuar con el ajuste de las tasas de interés de referencia (que todavía son negativas frente a la alta inflación que se registra). Habrá también el gobierno de resolver el dilema de acoplar el precio de los combustibles, con sus secuelas inflacionarias y las protestas populares impredecibles, o decantarse por seguir el curso del Fondo de Estabilización, con la consecuente y también explosiva repercusión fiscal, cuando ya no quedarán recursos para subsanar el déficit ni financiar un mínimo de gasto social. Y tener cuidado, extremo cuidado, tanto en el manejo de los precios administrados como en cuanto a las tarifas de servicios públicos.
Es de desear, por supuesto, que los vientos que soplan en el ámbito inflacionario amainen antes de que inicie la discusión del salario mínimo para el año entrante.
En todo caso, en vez de copar la agenda con piedras filosofales lanzadas para el mundo, como aquella repentina y extemporánea del decrecimiento de los modelos económicos, el gobierno requiere una alta dosis de concentración y creatividad para encontrar los caminos, generalmente esquivos, que quiebren el espinazo de esa nociva hidra de mil cabezas que es la inflación. Y que hoy es el azote que tiene a los colombianos sufriendo sus perniciosas consecuencias y en ascuas.