No faltan los que suelen condenar el Concurso Nacional de Belleza de Cartagena, que lleva ochenta años de historia, desde cuando Ernesto Carlos Martelo y Haroldo Calvo, alcalde de la ciudad, con el apoyo de Eduardo Lemaitre, junto con otros cartageneros con imaginación, inauguran el certamen con la elección de Yolanda Emiliani Román, hace ochenta años. Agregan que no es serio hacer un concurso de belleza, en cuanto eso implica que unas pocas mujeres se conviertan en beldades simbólicas por cuenta de unos jurados que, en ocasiones, se dejan llevar por un esteticismo que no se corresponde con la idea popular. Otros alegan que no les gusta que se gaste tiempo y energía en una fiesta en la Ciudad Heroica, que padece graves problemas sociales. Se podrían llenar varias páginas con los denuestos de los que no quieren a la mujer y que rechazan el reinado.
El culto a la belleza femenina, con reinado y sin esos eventos, es algo tan antiguo como la civilización. La belleza es algo que corresponde al gusto de cada época, de cada sociedad y obedece a diversos fenómenos culturales y sociales.
En la cultura occidental se exalta el esplendor juvenil, en representación subjetiva de la belleza del momento, una suerte de homenaje popular a la mujer. Lo que es bien importante en tiempos en los cuales en otros sectores de la sociedad se las maltrata, se cometen horribles atentados y se abusa del denominado sexo débil. La filosofía del reinado busca que se admire y respete a la mujer, que se exalten su estampa, sus cualidades y virtudes, lo mismo que atraer el turismo a Cartagena, y con los recursos que se obtienen fomentar obras sociales. Esa noble tarea la heredó de su madre, doña Tera Pizarro, Raimundo Angulo, él preside el reinado con lujo de competencia y fervor, al tiempo que defiende a capa y espada el certamen con criterio caballeroso y altruista, de alegría y hospitalidad que es propio de los cartageneros de la más variada condición social. Angulo, por esa honda convicción moral, se ha ganado el respeto nacional, con carácter fuerte y maneras suaves, no permite que decaiga el evento, con razón rechaza que se entonen canciones que podrían incitar a la degradación de la mujer, puesto que eso es propio de sociedades que aplauden los insultos.