Se cumple un año de entrar en vigencia el TLC entre Colombia y los Estados Unidos. El principal argumento de los partidarios del tratado era que íbamos a exportar a un mercado rico y de más de 300 millones de habitantes, lo que sería la oportunidad para que nuestras industrias se expandieran y obtuviesen cuantiosas ganancias, lo cual favorecería el crecimiento de la riqueza y del empleo en nuestro país. Otros más moderados consideraban que le faltaba a nuestra industria modernizarse para obtener tecnología de punta con la cual competir en un mercado en donde esa potencia tiene otros TLC con terceros países, lo que significa que los productos colombianos no solamente deben competir con los de Estados Unidos, sino con los de otras naciones del globo. A su vez, las políticas sociales de entonces se preocuparon más por conseguir que Estados Unidos aprobara el TLC, que en darle un grande impulso a la industria y tecnificar el campo para hacerlo más productivo. Nuestra diplomacia entendió que de todas formas los sectores productivos pese a los diferentes estímulos, incluso en metálico que les habían otorgado, no siempre los utilizaron los empresarios con ese fin. En el caso del AIS, estímulo del que dispuso el Ministerio de Agricultura, se derivó en un escándalo monumental por cuanto algunos de los beneficiarios no invirtieron esas sumas en readecuar sus tierras y el sistema de regadío, fuera de que las parcelaron indebidamente para obtener más fondos oficiales.
No se ha analizado a fondo si en los sectores industriales los préstamos oficiales se emplearon adecuadamente para renovar las maquinarias obsoletas que no servían para competir en los mercados internacionales. Lo cierto es que las falencias de nuestra industria en tecnología de punta la hacen, en algunos casos, incapaz de competir en los mercados avanzados. Y en ese sentido juega negativamente la valorización del peso, puesto que como lo han denunciado los diferentes gremios y empresarios en la última década en la que para los importadores resultó benéfico ese fenómeno, para los exportadores, fatal, por lo que muchos no solamente no pudieron competir con éxito sino que en algunos casos salieron de los mercados externos. Quienes propiciaron los TLC consideran que esto es normal, y que si se hubiera demorado un par de años más la firma del acuerdo comercial, habría pasado lo mismo. Incluso algunos exégetas de la Escuela de Chicago estiman que el tratamiento del choque obliga a los interesados a no lamentarse más y tomar medidas para volverse más competitivos o de lo contrario corren el riesgo de desaparecer. Y agregan que a la larga, para el bolsillo de los consumidores y para Colombia es benéfico que vengan productos más baratos del exterior y de buena calidad. Por supuesto, los enemigos de la apertura sostienen que por esa vía la industria iría a la ruina lo mismo que algunos sectores agrícolas. Estos últimos tras varias huelgas y presiones han conseguido jugosos auxilios por cuenta de sus exigencias, dado que al irles mal en los mercados foráneos sufrieron graves pérdidas, en cualquier caso, debido a que las exportaciones de minerales y de petróleo presentan diversas dificultades y algunas tendencias a la baja en los precios, los economistas oficiales saben que no pueden contar indefinidamente con los dineros de las regalías para estimular a los sectores rezagados por cuenta del TLC. Y en este clima de ordeñar el Tesoro Público, ya se anuncia un paro de Fecode con la finalidad de seguir el ejemplo de los gremios y otros sectores sindicales para que, en nombre de los derechos del magisterio, le suban los salarios.
Es de destacar que gracias al TLC se ha favorecido la inversión extranjera como sostienen expertos, pero se debe observar que en las áreas de inversión extranjera la mayoría de los recursos se han ido para el sector minero, y particularmente petrolero. Por lo cual sin TLC esas inversiones también habrían llegado al país puesto que ofrecen jugosos beneficios. Lo que cambia ahora es que Estados Unidos, nuestro principal cliente, se ha propuesto ser autosuficiente en materia energética, por tanto sus importaciones de petróleo y de carbón tienden gradualmente a disminuir. En el caso del carbón es dramática la baja de los precios internacionales y la caída de la demanda en especial de las carboneras del centro del país. Lo cierto es que, excluido el petróleo, desde mayo del 2012 las ventas de Colombia a Estados Unidos pasaron de US$ 6.004 millones, lo que significa que se alcanzó un incremento anual de apenas 3.3 %. En tanto las adquisiciones colombianas que provienen de EE.UU. fueron entre US$ 13.249 millones de dólares, lo que representa un aumento del 13.6 %. Si siguiéramos esa tendencia sería buena para los comerciantes e intermediarios y mortal para la industria nativa. El Gobierno nacional está al tanto de estos resultados y toma las medidas pertinentes para favorecer la competitividad sin que hasta ahora las medidas monetarias que se toman junto con el Banco de la República consigan a corto plazo su objetivo. Entre los diversos datos que se manejan sorprende que Bogotá sea la ciudad que más se ha rezagado y según el director de la Oficina de aprovechamiento Comercial del TLC, es la ciudad que menos provecho le saca al tratado.
Los anteriores datos sobre los efectos del TLC, y la caída de las exportaciones a los Estados Unidos, obligan a una profunda reflexión y, naturalmente, le corresponde al Gobierno movilizarse para renegociar algunos aranceles e intentar mejorar a como dé lugar la productividad nacional. Si se repite en la misma proporción en un año la baja de nuestras ventas en Estados Unidos, excluido el petróleo, podríamos llegar casi al borde del precipicio, lo que debemos evitar a todo trance.