Desde que se desató la primavera árabe y el coletazo del levantamiento en Túnez y en Libia, como en otros países árabes, se extendió a Siria; no cesan los combates entre partidarios del gobierno de Bashar Al Asad y las milicias armadas que están por derrotar el régimen, heredado de su padre que gobernó el país con mano de hierro. Los edificios de las distintas ciudades de la ayer próspera nación están en ruinas, la infraestructura, la vías de comunicación, los aeropuertos, colegios, universidades, templos de las diversas religiones, las casas todo es destruido. Los muertos en las calles de las urbes o en los campos, son enterrados sin mayores ceremonias y en algunos casos quedan insepultos. La muerte y la desgracia han alterado el temperamento de las gentes a tal extremo que se han acostumbrado a convivir con el dolor y la muerte. Estar vivo es un milagro. Se tiene conciencia de que la posibilidad de caer en un medio en el cual se aproxima peligrosamente la lista de muertos a los cien mil y miles y miles de heridos, es una fatalidad que le puede llegar súbitamente a cualquiera. Y no se salva nadie, la familia del gobernante está siendo sistemáticamente diezmada. Varios ministros y parientes del hombre fuerte han caído en combate. Los centros de poder se movilizan o mutan para no ser blanco de ataques terroristas suicidas. Países vecinos se polarizan para ayudar con armas y recursos a los bandos.
No existen términos medios en esta lucha visceral y despiadada. Apenas los vínculos de Rusia con el gobierno y su indeclinable postura, junto con China en favor del régimen de Damasco, en el Consejo de Seguridad, han evitado la intervención abierta de la ONU. Israel ha lanzado algunos bombardeos de castigo en Siria, para evitar el abastecimiento de misiles a los aliados del gobierno. Los Estados Unidos amenazan con intervenir en cualquier momento de probarse que Asad está usando arma químicas. Y los académicos y periodistas comienzan a preguntarse si el modelo de gobierno democrático de Occidente es exportable a los países árabes, dados a seguir caudillos y monarcas desde mucho antes que surgiera la democracia en Atenas. Y la duda es relevante, puesto que cuando se anunció el inicio de la primavera árabe, se apostaba a que pronto se extendería la democracia a toda la región y lo que se observa es que las viejas satrapías se suceden por otras, incluso de un fundamentalismo irreductible. Y, por cuenta de la intervención de las potencias, reverdece un cierto nacionalismo y hostilidad comprensible contra los elementos foráneos que contribuyen al desangre y la atomización de esos países.
No faltan los expertos que temen que el mundo avance a una tercera guerra mundial o una guerra internacional de proporciones devastadoras, quizá ese peligro es el que ha detenido un ataque de los Estados Unidos, lo mismo que la situación económica de Europa, que se preocupa de los efectos de un conflicto que ponga en peligro el suministro de crudo. Las cambiantes noticias hablan de avances de los rebeldes y la captura de importantes poblaciones, lo que a la larga termina por no tener mayor significado puesto que todo está siendo reducido a cenizas. Las últimas informaciones sorprenden, cuando se creía agónico al gobierno, las noticias muestran nuevos triunfos, como el del domingo pasado, con una nueva “victoria estratégica en su lucha contra los rebeldes levantados en armas: retomó Qusair, localidad en la provincia de Homs a siete kilómetros de la frontera con Líbano que le garantiza el control del corredor que une Damasco, capital y bastión del régimen, con la costa norte donde tiene refugio la minoría religiosa alauí, a la que pertenece el Presidente. Reavivado con sus logros sobre el terreno, Al Asad dijo en una entrevista que no tiene intención de abandonar Siria; que en 2014 convocará elecciones, y que las conferencias políticas que han convocado Estados Unidos y Rusia no llevarán a ningún lugar”.
Entre tanto, la potencias se preparan a ir a una conferencia para analizar las medidas a tomar y detener la hemorragia sangrienta en Siria, lo que muestra que tienen los reflejos retardados y que, en cierta forma, es demasiado tarde intervenir cuando el país ha colapsado y los muertos se acumulan en las calles junto con los escombros de los bombardeos. Lo que le da en cierta forma la razón a Al Asad, quien dice: “creer que una conferencia política detendrá el terrorismo sobre el terreno, es irreal”. La hostilidad entre las partes y las heridas son tan grandes en la población que la eliminación del contrario es la meta de los bandos. Y hasta que la razón no vuelva a imperar, el país puede llegar a estallar en pedazos.