Apenas con la suma de los explosivos que se decomisan en Colombia en unos meses, con preocupante frecuencia, en algunos casos procedentes del exterior como también de fabricación local, bastaría para volar varias ciudades de mediano tamaño. Se dice en Argentina que parte de los explosivos que se emplearon para el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), de Buenos Aires, en 1994, con un saldo de 80 personas muertas y 300 heridos, procedían de Colombia. Y que uno de los jefes que planificaron y orquestaron el ataque terrorista era al parecer un comerciante de La Guajira. Ese atentado ha sido el peor sufrido en cuanto el número de víctimas en el exterior por la comunidad judía, por fuera de la zona de conflicto recurrente en el Medio Oriente.
Según los informes de prensa internacional que se han producido tras la confusa muerte del fiscal argentino Alberto Nisman, incluyendo los borradores de documentos que se encontraron en su oficina, entre las alternativas que sopesaba existía la posibilidad de inculpar el gobierno Kirchner por cuenta de un acuerdo comercial con Irán, pero también habría solicitado la captura de Samuel Salman como uno de los dirigentes del grupo que actuó de consuno contra la AMIA y quien habría estado residiendo en Colombia. Como en las novelas de Agatha Christie, los indicios contra el sospechoso no significan que sea culpable, en especial cuando en casos tan intrincados se suele intoxicar a los servicios de inteligencia para desviar las investigaciones, más en un caso que en 20 años se ha movido como el cangrejo.
Al sumar las actividades de diversos terroristas europeos y de distintos países que han residido en nuestro país o estuvieron de paso, es evidente que Colombia figura en el mapa geopolítico del terrorismo internacional. Lo mismo que se conoce que diversas mafias del exterior mantienen “oficinas” en nuestro territorio, lo que indica que estamos en la mira de grupos tenebrosos. Como tenemos una serie de casos de extorsión y de ataques con explosivos artesanales y sofisticados contra el comercio, entidades privadas, fincas y casas particulares, es evidente que estamos entrando en una etapa sombría de terrorismo al menudeo, que de no combatirse con la mayor firmeza y eficacia podría degenerar en un nuevo flagelo contra los colombianos por parte de bandas armadas y grupos terroristas de diverso tinte, que en medio de las conversaciones de paz con las Farc, no renuncian a seguir ensangrentando el país.