Pablo VI, en Gaudium et Spes, estableció en ese documento Conciliar lo que serían las Causas y remedios de las discordias, no tan ajenas a la historia mundial, ni a las épocas en que los enfrentamientos entre Papas y Emperadores producían las denominadas “guerras santas”.
En el numeral 83 de esa Constitución Apostólica se habla de la edificación de la paz, la cual se requiere para que se desarraiguen las causas de discordia entre los hombres, que son las que alimentan las guerras. También desde ese año de 1965, ante la amenaza de la escalada nuclear en medio de la Guerra Fría, se consagró La acción internacional para evitar la guerra, buscando el establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos, algo que ni el mismo Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha logrado mantener en épocas turbulentas como la actual.
Señalaba Pablo VI: “La paz ha de nacer de la mutua confianza de los pueblos y no debe ser impuesta a las naciones por el terror de las armas”, preocupación del actual Pontífice, a través de diversos mensajes, así como del llamamiento en la parte final de la audiencia del pasado miércoles, al expresar que las recientes noticias sobre la guerra en Ucrania, en lugar de traer alivio y esperanza, dan testimonio de nuevas atrocidades y crueldades cada vez más horrendas, realizadas contra víctimas cuya sangre inocente grita hasta el Cielo e implora: ¡se ponga fin a esta guerra! ¡Callen las armas! ¡Se deje de sembrar muerte y destrucción!
¿Qué nos espera para esta Semana Santa? Sin cambiar la Doctrina, buscar que las causas de los conflictos desaparezcan, principalmente las injusticias, que provienen de las excesivas desigualdades económicas, del deseo de dominio y del desprecio por las personas.
En la citada Constitución Apostólica, tan actual, se hace una declaración que cobra vigencia para estos días: “la carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres de manera intolerable. Hay que temer seriamente que, si perdura, engendre todos los estragos funestos cuyos medios ya prepara”.
Muchas de esas causas “brotan de la envidia, de la desconfianza, de la soberbia y demás pasiones egoístas”, como dice Gaudium et Spes, razón por la cual, es necesario rezar para que se puedan reprimir las violencias desenfrenadas, que “las instituciones internacionales cooperen y se coordinen mejor y más firmemente y se estimule sin descanso la creación de organismos que promuevan la paz”.