Santanderismo de la paz | El Nuevo Siglo
Martes, 26 de Mayo de 2020
  • Declaraciones del expresidente Santos
  • El acuerdo se ahogó en un mar de incisos 

 

Por estos días se están cumpliendo tres años y medio de la firma del llamado “Acuerdo del Colón”, en donde el gobierno Santos y las Farc volvieron a suscribir el pacto de paz que habían firmado inicialmente a finales de septiembre de 2016 en Cartagena, pero que, como se sabe, perdió el certificado popular en el plebiscito. El Ejecutivo, entonces, decidió acudir a una inédita maniobra de supuesta refrendación parlamentaria.

Ahora bien, así como la firma misma del pacto estuvo rodeada de polémica política y jurídica al más alto nivel, su desarrollo en estos 42 meses no ha sido distinto. Por el contrario, bien se podría decir que no hay semana en que partidarios y contradictores no controviertan sobre el nivel de cumplimiento del acuerdo y sus resultados reales, no solo en cuanto a una disminución efectiva de la violencia sino en materia de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición para las víctimas, dado que ellas, según lo reiteraron hasta la saciedad las partes durante cuatro largos años en La Habana, se supone que eran la prioridad y centro de las tratativas.

De esa controversia constante y cíclica alrededor del acuerdo con las Farc son prueba evidente las más recientes semanas. Un informe dominical de este Diario dio cuenta de diez polémicas puntuales en medio de la cuarentena.

Es innegable, como lo advertimos desde la misma negociación del acuerdo, que este terminó enredado en un mar de incisos, una burocratización innecesaria de muchas de sus instancias y un pulso improductivo entre el Estado y el partido político derivado de la facción guerrillera que sí se desmovilizó y desarmó efectivamente. Pulso que tiene como caja de resonancia un país aparentemente polarizado alrededor del alcance y eficacia de lo suscrito.

Pero lo más grave es que los objetivos prioritarios y el norte político del pacto se diluyeron o, como mínimo, terminaron desplazados y subordinados a una maraña procedimental indescifrable y desgastante, en donde lo verdaderamente importante quedó en segundo plano ¿Cómo explicar que las disidencias de las Farc, compuestas por cabecillas y combatientes reincidentes o nunca desmovilizados, sean hoy la mayor amenaza al orden público en Colombia? ¿Qué responder a la población de muchas zonas azotadas por el conflicto que está sufriendo el reciclaje de la violencia? ¿Por qué la exguerrilla no ha entregado los bienes que tenía para resarcir a sus víctimas? ¿Por qué el Estado, asimismo, como dijimos en su momento debía ser el norte insoslayable del proceso para recuperar la soberanía nacional, no copó los territorios desalojados? ¿Cómo es que todavía permanece el apogeo de los narcocultivos heredados de la mecánica del proceso? ¿Por qué siguen, por parte de la subversión, sin respuesta millones de víctimas que hoy no tienen verdad, justicia ni reparación pero sí ven a sus victimarios en las curules del Congreso y sin siquiera la sanción mínima acordada entre las partes? ¿Qué decirle a quienes advierten que la Jurisdicción Especial de Paz, llamada a concretar los procesos por los delitos cometidos por las Farc, avanza más que lentamente en esa dirección, haciendo casi imposible cumplir su propósito? ¿Por qué el Estado no puede proteger a los reinsertados y los líderes sociales que son asesinados, en muchos casos, por disidentes y reincidentes, que ya llegan a 4.800 hombres-arma, según el último dato de las Fuerzas Militares?...

De la respuesta objetiva a esos y muchos otros interrogantes de fondo dependen la evaluación real del alcance y eficacia del pacto.  Eso es lo verdaderamente importante tres años y medio después de la firma del acuerdo con las Farc. Sin embargo, como se dijo, el problema radica en que el norte del pacto se perdió y lo que se abrió paso fue un desarrollo burocratizado y de instancias al por mayor, todo ello propio del más evidente y lastrante santanderismo, tal y como el mismo expresidente Juan Manuel Santos lo advirtió en entrevista exclusiva al periódico El Tiempo. En otras palabras, un acuerdo de paz que se sigue ahogando en un mar de incisos, a fin de evadir la palabra empeñada por la exguerrilla.