*Votar a conciencia
*Tendremos gobiernos de coalición
Cada cuatro años se cumple el rito democrático en Colombia de votar libremente por el candidato presidencial que habrá de gobernar en el próximo cuatrienio. Pese a la elevada abstención que por lo general se da entre nosotros en esos certámenes, gran parte de la misma corresponde a elementos conformistas que piensan que las cosas van a seguir como están con su voto o sin él, así que se abstienen de cumplir con el deber cívico de participar en las elecciones. Esa tendencia a la abstención crece en cuanto las gentes perciben que ninguno de los candidatos con posibilidad de salir elegido va a alterar en materia grave su modelo de vida. En circunstancias distintas, cuando los candidatos se enfrentan de forma apasionada y lanzan propuestas ideológicas antagónicas y extremas, en la medida que la población se siente amenazada en su propiedad, trabajo, familia y seguridad, cae la abstención y se movilizan las masas a votar.
Las personas que votan son sujetos activos del momento político y los que no acuden a las urnas son sujetos pasivos, estos últimos carecen de excusas al tener que soportar gobiernos que toman decisiones contrarias a sus ideales o intereses. Y lo peor es que el que no vota, siendo en el fondo partidario del statu quo, por abstenerse puede terminar favoreciendo tendencias adversas o que conducen la República al abismo. La democracia peligra en la medida que el compromiso ciudadano periclita. El grado de participación de los ciudadanos es el que en últimas debilita o fortalece la democracia. No votar para escamotear la responsabilidad civil es un pecado contra la inteligencia.
En esta oportunidad por cuenta de la Constitución el presidente Juan Manuel Santos, tal como lo hizo su antecesor, aspira a la reelección. Lo favorece su protagonismo y poder, lo mismo que los grandes logros económicos, al tiempo que los candidatos que se le oponen tienen la oportunidad de atacar su gestión, sus propuestas, sus realizaciones y equivocaciones. Mientras el gobernante apenas puede desvirtuar las ofertas a futuro de sus oponentes. En esta campaña el Gobierno ha agitado la bandera de la paz y por ese medio ha mantenido en ese campo la iniciativa política, pese a que en los sondeos de opinión el pueblo tiene otras inquietudes y necesidades prioritarias, como el empleo y la seguridad, que están primero que la paz. A su vez, la Casa de Nariño se favorece con el hecho indiscutible de que en el fondo todos los colombianos quieren la paz, así unos sean más entusiastas y otros un tanto escépticos.
Lo cierto es que la campaña tomó de súbito un giro inesperado en el cual los programas de gobierno y los eventuales proyectos de los candidatos han sido opacados por los escándalos y acusaciones mutuas que se han dado en los comandos de los dos candidatos con más posibilidades de pasar a la segunda vuelta. Lo que provocó la renuncia del director publicitario de la campaña de Santos y del director espiritual de la de Zuluaga. Esa inusual situación empaña la visión de las gentes del común, atrapadas en una jornada electoral en donde las denuncias y contradenuncias derivan en investigaciones judiciales. Sin antecedentes en la tradición política electoral del país. En parte por esa misma razón, a diferencia de otros países de la región no se cumple la ley del péndulo, en cuanto los candidatos que se oponen a la reelección, apenas se diferencian en sus postulados económicos por cuestión de matices y sutilezas. Ninguno de los que tienen posibilidades está contra el sistema económico. Además, se trata de una confrontación en la que sectores de izquierda abandonan sus toldas debilitadas y se suman a los verdes o al carruaje oficial, caso raro en el cual los más contestatarios tratan de estar con el centro de la política. Una variopinta de sectores de opinión se sube a los carruajes de quienes están más fuertes, en cuanto son conscientes de que con independencia del signo político del próximo gobierno este será de coalición.
La encuesta inequívoca se da en las urnas, por lo que se trata de votar con sentido patriótico, palabra que se ha refundido del léxico político y debemos rescatar en cuanto implica apoyar al candidato que defienda mejor el bien común. Salvar la democracia es luchar contra la corrupción y favorecer el entendimiento y la paz. Votar a conciencia debe conducir hoy a los colombianos a que apoyen tumultuosamente y con entera libertad a quien garantiza mejor la vigencia de la democracia.