Si hay algo evidente en medio del accidentado trámite al proyecto de ley ordinaria de reforma al sistema de salud es que en muchos sectores no existe suficiente claridad en torno de los alcances e implicaciones de la iniciativa que está pendiente de tercer debate en la Comisión VII de la Cámara de Representantes.
Una prueba de lo anterior se dio esta semana tras la jornada de protesta que realizaron miles de trabajadores del sector que salieron a marchar en las principales ciudades bajo la consigna de que la proyectada reforma era altamente lesiva para el sistema y la calidad de la atención que se les debe brindar a los colombianos. En la otra orilla estaba el Gobierno replicando muchos de los argumentos que los galenos, enfermeras y demás personal médico, así como los estudiantes de Medicina, exponían en pancartas y consignas en las calles.
Un tercer actor eran los congresistas, entre los cuales las ópticas son muy distintas, pues mientras algunos parlamentarios defendían las bondades de determinados artículos de la reforma, otros los descalificaban con los más duros términos. La voz de las EPS también se hizo oír, defendiendo obviamente sus intereses, en tanto que la asociación de hospitales y clínicas advertía que si nos les cancelan las millonarias deudas el riesgo de cierre de muchas de esas instituciones es inminente… Y en medio de todo ello, un claro tufillo de politización del debate, propio del arranque de la campaña electoral a la Presidencia y el Congreso, y en donde no son pocas las propuestas populistas y efectistas que se escuchan.
La integración vertical, el nuevo plan de servicios, el cambio de EPS a gestoras, la eliminación de la intermediación financiera, la creación del fondo Salud Mía, la polémica sobre cómo solucionar la escasez de especialistas, los mecanismos para superar el lastre de deudas y la desfinanciación del sistema… Sobre todos esos temas hay una verdadera torre de babel que hace prácticamente imposible poder establecer a quién le asiste la razón. Es obvio que aquí cada cual busca defender su statu quo. Paradójicamente las voces que menos eco tienen son las que deberían ser las más importantes: los usuarios. Si bien algunas de las asociaciones de éstos han terciado en las discusiones en el Congreso y las polémicas reflejadas por la prensa, lo cierto es que su efecto real en los ajustes al articulado es más bien bajo, por no decir que nulo.
Lo más complicado termina siendo que se está llegando a un escenario tan accidentado y polarizado que no pocos están planteando un dilema singular e insólito: ¿qué es mejor aprobar una reforma que el Gobierno defiende pero a la que muchos le ponen peros, o presionar para hundir la iniciativa y seguir, entonces, con un sistema que hizo crisis y no cumple los estándares mínimos de atención médica de calidad y sostenibilidad financiera?
La única forma de superar ese escenario macondiano es que todos los actores involucrados en el sector salud aterricen sus respectivas posturas, de manera objetiva y realista… De lo contrario, la desgastante torre de babel en que se convirtió este proceso de reforma será un parto con pronóstico muy reservado.