* Para gobernar hay que estar y convivir
* Cuando la ‘reconciliación’ es una trampa
Uno de los elementos centrales de toda democracia indica que el Presidente de la República representa la unidad nacional. Esa es, precisamente, una de las nociones mínimas que entraña la elección popular del Jefe de Estado y el primer resultado práctico de su posesión. No se trata, pues, solo de jurar el cumplimiento de la Constitución y la ley. La naturaleza del espíritu constitucional va mucho más allá de esas formalidades obvias.
En efecto, una vez transcurrida la campaña presidencial, lógicamente incidida por la división de criterios y la agitación electoral, se pasa a otra instancia de alcance democrático superior, con la unidad nacional de presupuesto ineludible. Y en esta nueva etapa lo principal es, desde luego, gobernar para la totalidad de los ciudadanos. Así funcionan los piñones de la democracia.
Por su parte, el mandato de la unidad nacional, principio legal por medio del cual se suman conceptualmente el pueblo y el territorio, no es solo una noción simbólica sin ningún contenido eficaz o apenas un consejito constitucional para distraer incautos. Es, por el contrario, un concepto de alta política que exige un liderazgo permanente, audaz y creativo, desde las más altas instancias gubernamentales, a fin de garantizar la vocación de futuro que debe animar la suerte de toda nación viable.
De hecho, es en la unidad nacional donde se juegan las verdaderas habilidades políticas, mucho más en un país como Colombia, donde el dominio territorial por parte de las autoridades está cada día más en retirada y en no pocas regiones la ciudadanía sufre el desamparo, a la sombra tutelar del orden bárbaro impuesto por la delincuencia. Además, en medio de un escenario geopolítico adverso como es fácil constatarlo en las fronteras y ciertos corredores estratégicos internos. Entenderlo así, no es producto del fatalismo. Al contrario, es un clamor para comprender las verdaderas realidades circundantes, que muchos conocen, pero cuya atención parecería cosa de segundo o tercer orden.
En consecuencia, hay evidencia diaria de que el Estado ha perdido, en buena parte, la iniciativa frente a los agentes desestabilizadores que descuellan, desde los hoy predominantes carteles de la droga mexicanos, promotores de un mar de hoja de coca nunca visto y una comercialización extraordinaria del alcaloide, hasta la rápida transformación de la subversión en sus nuevas facetas, rurales y urbanas, entre otras manifestaciones sistemáticas que producen desolación, semana por semana, en municipios y ciudades.
A este panorama deplorable se suma la incomprensible pugna política por cuenta del “toma y daca” de responsabilidades frente a las protestas vandálicas en Bogotá y sus réplicas en otras partes del país. La desventura de la violencia en la capital tiene pues ahora otro ingrediente de fractura de la unidad nacional en la postura de la Alcaldesa frente al Presidente. Porque esa es la magnitud del tema cuando se organiza un evento de ‘reconciliación ciudadana’, en el Distrito, para luego corroborar que no era más que una trampa con el objeto de supuestamente demostrar que el Primer Mandatario es enemigo de la concordia y hasta un aliado de los abusos policiales, porque no pudo asistir a la jornada, pese a que envió a sus delegados de alto nivel. Como tema fake, es decir, falsario, hay que reconocer que salió bastante bien. Una joya de la neo-política, tan de moda para satisfacción de la galería virtual y la permanencia vacua ante los reflectores.
Por supuesto, no vale la pena profundizar en ese tipo de incitaciones que simplemente confirman el tipo de relación que se pretende desde la sede de la Alcaldía con la presidencial. Ya se sabe que ha sido el Gobierno nacional el que puso a tono la salud de la capital con las nuevas UCIs, el que produjo los subsidios a las nóminas y ha hecho buena parte de los aportes a los sectores vulnerables, con la renta básica del Ingreso Solidario. Por eso no es aceptable la nivelación política por lo bajo que pretende la Alcaldía. La ciudad (y el país) no puede ser víctima inocente de esta circunstancia anómala. En ese caso, el Presidente tiene que volver por los fueros de la unidad nacional que es, a fin de cuentas, el compromiso legal prevalente. Y para ello es menester que el Jefe de Estado vaya por su cuenta al campo y a las ciudades. No es bueno verlo como atrincherado en el despacho, en cierta medida desconectado. En Bogotá, hay que ir a las calles, a los barrios. Hay que hablar con los jóvenes, con los adultos mayores, con las familias, con los profesores, con los empresarios, con los campesinos. Hay que estar con las fuerzas vivas, hay que darle esperanza a los vulnerables, hay que congregar en vez de dividir. No basta con la retórica, con los decretos, con las ayudas. La unidad nacional constitucional no es, en modo alguno, un mecanismo abordable por vía telegénica… Hay que estar y convivir.