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Los directivos de la Institución Chautauqua en Estados Unidos -un experimento educativo con 148 años de historia para aprendizaje de verano fuera de la escuela- se negaron a instalar detectores de metales para el ingreso al diálogo que habían programado la semana anterior entre los escritores Salman Rushdie y Henry Reese, cofundador del Hogar del Asilo en Pittsburgh, consagrado a dar apoyo y protección a intelectuales y escritores perseguidos. Lo consideraron contrario al espíritu libérrimo y democrático de la institución y sus actividades.
Sin saberlo, le facilitaron con ello la tarea a Hadi Matar, un terrorista de origen libanés que había hecho un recorrido de 500 kilómetros para asesinar a Rushdie, portador desde el año 1989 de una “fatua” (sentencia de muerte) del ya fallecido ex líder supremo de Irán, el ayatola Ruhollah Jomeini.
En 2012 el escritor británico-estadounidense y de origen indio publicó “Joseph Anton”, una autobiografía en la cual narró en detalle la dramática transformación de su vida desde el momento en que recibió esa sentencia tenebrosa tras publicar su novela “Versos Satánicos”, considerada blasfema en una parte del mundo musulmán, y que lo puso en confrontación directa con millones de los más peligrosos fanáticos religiosos del planeta. Tras muchos años escondido y un regreso muy lento y cauteloso a la escena pública en la última década, Rushdie recibió en el citado evento de la semana pasada diez puñaladas que le ocasionaron lesiones graves en el hígado y en un ojo.
Joseph Anton (por Conrad y Chejov, dos de sus escritores favoritos) fue el pseudónimo que escogió Rushdie para toda su comunicación en la clandestinidad, con los servicios secretos del Reino Unido, que lo tuvieron bajo su custodia hasta el año 2000. Es un impactante relato en tercera persona de las aventuras, dolores y miserias que representa vivir bajo el acecho de enemigos invisibles, de ser objeto de discriminación y rechazo por algunos -“tú te lo buscaste”, le decían-, y de apoyo y solidaridad por otros.
Es, en el fondo, el retrato de lo bueno, lo malo y lo feo que habita en todo ser humano, porque capítulo tras capítulo quedan plasmados el talento, la laboriosidad y la disciplina de Rushdie, que se lanzó a la literatura bajo la clara influencia del realismo mágico de Gabriel García Márquez y es autor de trece novelas, dos antologías de cuentos y cuatro libros de no ficción. El citado libro retrata también su inmensa vanidad, su egotismo, sus obsesiones, sus sueños, su vida familiar y, sobre todo, la tragicómica relación que tuvo con el gobierno británico por sus constantes incomodidades y críticas al riguroso sistema de restricciones y cuidados al que se tuvo que someter, que le costó buena parte de su libertad y fortuna.
Igualmente es el retrato de mucho de lo bueno, lo malo y lo feo que habita en la humanidad porque a lo largo de esos años Salman Rushdie también se vio obligado a enfrentar la hostilidad de varios de sus colegas y gobiernos, de numerosas personas y organizaciones culturales, así como el acoso constante de partidos políticos de distintos países y, por supuesto, de grupos de activistas proiraníes.
En busca de libertad y de tranquilidad se radicó en el año 2000 en Estados Unidos, en donde llevaba una vida sin sobresaltos hasta la semana pasada, cuando entró a engrosar la lista de intelectuales agredidos por el radicalismo religioso musulmán, que atacó en 1994 al premio nobel egipcio Naguib Mahfuz, en 2004 al director de cine holandés Theo van Gogh y que el 7 de enero de 2015 produjo el brutal ataque al semanario Charlie Hebdo en París, en donde fueron asesinados doce de sus colaboradores.
Los ataques a la libertad de expresión son un fenómeno que, lamentablemente, también anida y crece cerca de nuestras fronteras, como lo atestigua el caso de Sergio Ramírez y otros escritores e intelectuales nicaragüenses, amenazados por la oprobiosa dictadura de Ortega; o el de Luis Manuel Otero Alcántara y otros artistas perseguidos por la dictadura cubana. También están Rafael Rattia, Milagros Mata y tantos otros escritores venezolanos acosados por el régimen de Maduro, o el asesinato de 14 periodistas en el México de López Obrador en lo que va corrido del año.
Su suerte nos compromete a todos porque los ataques que sufren, así como las puñaladas a Rushsdie, también lo son a la libertad de pensar, escribir, opinar y publicar, valores capitales de la civilización. Sea esta la hora para recordar a la escritora francesa Simone de Beauvoir, cuando dijo: “que nada nos limite. Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia”.