Protocolo de Montreal, ejemplo vital

Viernes, 16 de Septiembre de 2022

35 años en pos de proteger la capa de ozono

* Hoja de ruta para encarrilar Acuerdo de París

 

Tres décadas y media después de la adopción del Protocolo de Montreal para la protección de la capa de ozono del planeta el panorama es más positivo que negativo. De un lado, es innegable que existen resultados concretos en las estrategias adoptadas para frenar el agotamiento de esta capa de gas que sirve de escudo contra el impacto directo de los peligrosos rayos ultravioleta procedentes de las emanaciones caloríficas del sol. Pero, de otra parte, se mantienen vigentes las alertas en torno al riesgo vital en que está incursa la humanidad por los efectos nocivos de la radiación solar, razón por la cual se requieren medidas más audaces en este campo.

Ayer, precisamente, se conocieron muchos informes globales, continentales y nacionales con ocasión del Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono. Lo primero a señalar es que paradójicamente, pese a las persistentes alarmas, el Protocolo de Montreal continúa siendo considerado por la Organización de Naciones Unidas y los expertos como el acuerdo medioambiental de mayor éxito en las últimas décadas. Es evidente que hay un cumplimiento gradual y sostenido de las regulaciones que restringen o incluso prohíben el uso de productos y sustancias químicas que afectan la capa de ozono.

Obviamente queda un largo camino por recorrer en el frente de la reconversión del sistema productivo para lograr una neutralización total de este riesgo. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con pactos mundiales como el Acuerdo de París para combatir el cambio climático, que comporta un riesgo mayor al que representa el adelgazamiento de la capa de ozono (siendo eso sí ambos fenómenos amenazas para la supervivencia misma de la raza humana), el Protocolo de Montreal y otras normativas trasnacionales derivadas (como la Enmienda de Kigali, de 2016) son un ejemplo de la posibilidad real de alinear a gran parte de los países en un objetivo común.

No hay que olvidar que hace 35 años se pensaba que cambiar la conducta de consumo y uso cotidiano de algunos productos en la población sería muy complicado. Hoy es claro que el calendario de eliminación de las sustancias y productos que agotan la capa de ozono va muy adelantado, sobre todo de cara a los compromisos finales de 2030 para los países desarrollados y 2040 en las naciones en desarrollo. Es decir, que hay temas pendientes para los próximos 18 años y en modo alguno se puede dar este peligro por neutralizado.

Aunque el impacto sanitario, económico y social de la pandemia de covid-19 no tuvo en el Protocolo de Montreal un mayor efecto desacelerador, como sí en cuanto a otros tratados y acuerdos trasnacionales, resulta evidente que hay metas que se pueden cumplir con anterioridad en cuanto a cesar toda producción, venta o consumo de las sustancias o productos relacionados con halocarbonos, bromuro de metilo, metilcloroformo, tetracloruro de carbono, clorofluorocarbonos y hidroclorofluorocarbonos.

De hecho, en momentos en que el multilateralismo está en crisis, esta conjunción de esfuerzos mundiales para enfrentar el riesgo de  la radiación ultravioleta del sol para la salud humana, abre un compás de esperanza en torno a que más temprano que tarde los gobiernos, pero sobre todo las grandes potencias, cuyas economías son a la vez las mayores fuentes de emisión de gases de efecto invernadero, entiendan que cada día que se demora o dilata el cumplimiento de los compromisos nacionales contra el calentamiento global, la calidad de vida y la expectativa de supervivencia de las próximas generaciones se acorta dramáticamente.

Visto todo lo anterior, es claro que el Protocolo de Montreal es un ejemplo de cara a destrabar la aplicación del Acuerdo de París. El informe de esta semana de la Organización Meteorológica Mundial fue contundente en advertir que las concentraciones de gases de efecto invernadero continúan creciendo y llegando a nuevos máximos. En ese orden de ideas, la urgencia de alcanzar los compromisos de reducción de emisiones contaminantes para 2030 debe ser siete veces mayor. De lo contrario, será imposible limitar el calentamiento global a 1,5 °C. Como bien lo dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres: “Se toman medidas más ambiciosas o las consecuencias del cambio climático serán devastadoras”.