En los últimos años la irrupción de artículos chinos en todos los mercados del planeta ha sido de tal magnitud que los de otras partes solo participan de un porcentaje muy bajo en ventas. Frente a una producción masiva donde millones de operarios laboran cual gigantescos ejércitos de hormigas con baja remuneración, y todo lo pueden comercializar a precios que nadie los iguala o siquiera se acerca, competirle a tal máquina poderosa es casi imposible. Solo la óptima calidad de marcas o lo hecho con máxima delicadeza y exclusividad le hacen alguna mella al universo de cosas que sale de las factorías del gigante asiático a inundar no solo las grandes superficies comerciales que importan con todas las formalidades lo que van a exhibir y expender en sus locales, sino el mundo de los informales, donde posiblemente mucho de lo que se comercia allí no ha pagado impuestos, es decir, ingresa de contrabando.
China domina el comercio y la producción a escala orbital, no solo con las marcas netamente de ese país, también las de multinacionales que han optado porque sus productos se elaboren en las fábricas chinas, para ahorrarse gastos. En la época navideña en todos los países se incrementan los volúmenes de mercancías provenientes de China de toda clase: ropa, elementos electrónicos, de decoración, juguetes, luces y multitud de objetos. Este año el aumento fue de más del 77 por ciento. El factor más influyente que hace prácticamente imposible competirles a los chinos es el precio, y en todo, por ejemplo, en luminarias Led y todos los sofisticados compontes de las iluminaciones navideñas de ciudades tienen el sello made in China. Hay de todo lo imaginable y con costo fuera de competencia.
Es indudable que se está cumpliendo lo que alguien dijo sobre el despertar de China, que pondría a temblar al mundo. Y lo está haciendo en lo económico, con su gigantesca producción que llega a todas partes del globo terráqueo.